Edmon Amran El Maleh: <i>Mil años, un día</i> (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2011)

Edmon Amran El Maleh: Mil años, un día (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2011)

    TÍTULO
Mil años, un día

    AUTOR
Edmon Amran El Maleh

    EDITORIAL
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo

    PRELIMINAR
Juan Goytisolo

    TRADUCCCION
Malika Embarek (del francés)

    OTROS DATOS
ISBN: 978-84-96327-84-9. 2011. 235 págs. 17,00 €



Edmon Amran El Maleh

Edmon Amran El Maleh


Reseñas de libros/Ficción
Edmon Amran El Maleh: Mil años, un día (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2011)
Por José Cruz Cabrerizo, miércoles, 18 de abril de 2012
“Solo quedaba esperar morir o sanar, y en el silencio de las casas se rezaba, se invocaba a los santos, en las de los judíos se encendían las candelillas, una mecha de algodón empapada en aceite flotando en un vaso de agua, mariposa, llama vacilante, el alma del enfermo”. Nesim, (Nsismat para su madre), judío marroquí, de clase alta, librepensador por oposición a su hermano talmudista, hasta cierto punto dandy, recuerda la epidemia de tifus que asola Safi, su ciudad.

Y a mí ese párrafo me recuerda a mi madre mandándome a comprar una caja de mariposillas (candelillas les llama el narrador) adonde Antonio, quien bien podría ser Suisso, el todopoderoso tendero del pueblo de Amizmiz, que luego Yeshuá cita en el monólogo interior de su memoria. Mariposas, mariposillas, no he conocido el tifus, pero era un niño gris del tardofranquismo, entristecido cada Semana Santa al son de una oscura música clásica que invadía las horas escasas de parrilla televisiva, un churumbel al que el infantil runrún popular había metido en la sesera que los judíos mataron a Cristo, que morder la hostia consagrada era cosa de judíos. De la otra bestia negra del franquismo, la masonería, nunca nadie me habló, quizá porque esas materias no eran del entendimiento de los pobladores de barrios obreros. El Nesim protagonista, para más INRI, además es masón.

Antonio me vendía la débil cajita cuadrada de cartón conteniendo las mariposas, delgadísimo trocito circular de corcho con otro redondel de papel basto encima, y una mecha atravesándolos. Nunca conseguí que mi madre me dejara jugar con aquellos barquitos que se ponían en el tazón. Ella se cuidaba de que la mecha encerada no llegara a perforar la interfase agua/aceite, porque la llama se alimenta solo de este último; se esmeraba en poner el aceite justo para que alumbrara toda la noche y evitar  con la falta de combustible aquel efecto espectral de la llama temblorosa que tilila como una estrella lejana en extinción, malos augurios para las almas de los difuntos a los que se les ofrendaba aquello en la mesa de la cocina, faros flotantes alejados de todo material inflamable.

Arrinconados ya en la noche de los tiempos (hace mil años) mis terrores infantiles alimentados en parte por esas lucecitas nocturnas, (un día) descubro, no en un ensayo, sino en esta novela, que mi madre cumplía los mismos ritos que los judíos. Lo que demuestra que a las distintas culturas nos unen más cosas de las que nos quieren hacer creer. Y encuentro (sin ser un libro de historia, sino una novela), que los estados nacionales, por el mero hecho de ser estados, son opresivos. Se despejan  de paso mis ideas neblinosas (no solo confundo la historia sagrada) a propósito de la formación de un estado que con los sedimentos del sufrimiento y del dolor de 6 millones de los suyos inmolados en el Holocausto, ha levantado los muros del odio a partir de acciones no menos criminales (en la página 154, Ari, soldado israelí descubre sobre el terreno las matanzas de Sabra y Chatila: “…uno de mis mejores amigos se volvió loco, yo lo quería mucho, pasamos juntos tantos peligros, él gritaba en mitad de la noche: veía sangre por todos lados, a unos hombres enmascarados con pasamontañas negros degollar a niños, entrar en trance, ebrios de orgía entre los gritos de los supliciados, así que lo amarraron y lo embarcaron en un helicóptero para llevárselo a un hospital, él fue quien unos días antes decía míranos, somos los nazis de pelo rizado y ojos negros, los demás quisieron partirle la cara, es curioso, a pesar de su físico, es de origen alemán sus padres murieron en Auschwitz, qué duro, qué terrible, nosotros no conocimos eso…”.

Y de la desmemoria nacen los engaños. Tal es el alcance de la mentira aplicada a  los judíos del Magreb

En mi introducción he intentado plasmar lo que Juan Goytisolo dice en el preliminar de la novela a propósito de la escritura de Edmon Amran El Maleh: “La palabra poética no se somete a la lógica del discurso racional: salta de un tiempo a otro conforme a una acronía sabiamente dispuesta”. 

Ya sé que ni lo he conseguido ni mi palabra es poética, y mea culpa: soy un lector perezoso. “El escritor judío marroquí recientemente fallecido no recurre a la consabida trama novelesca de la que se alimenta el lector perezoso” señala líneas antes el propio Goytisolo. Y antes aún, en el principio dice “Contar el argumento de Mil años, un día sería la forma más segura de traicionar la propuesta narrativa del libro”.

Además de lector perezoso soy un ignorante (y no solo de los hechos históricos y de la literatura marroquí, que más quisiera yo). Por eso no tendré más remedio que “traicionar la propuesta narrativa del libro” sin con ello puedo evitar que otros lectores ignorantes y/o perezosos abandonen a las pocas páginas la lectura de una novela extraña, modelo de disparidad polar en su estilo, pues su discurso discurre a ratos entre lo normal acostumbrado (trama lineal, clara) y lo tumultuoso alimentado de lo simbólico poético. Este último aspecto es el que puede “asustar” al perezoso/ignorante, pero hay que señalar que si a veces uno puede no penetrar en la idea, hay una manufactura poética agradable al oído (algo parecido me pasa con Franco Batiatto: siempre me resultó críptico, pero me deleitan sus canciones).

Mil años, un día es una novela que sin buscar el sello de “histórica” remueve los oscuros lodos históricos del sionismo a través de la antipatía que el propio Nesim  profesa a esa ideología. Una antipatía compartida con su creador, judío marroquí que por voluntad propia no quiso que sus obras se publicaran en Israel (página 229: «El Mito del sionismo es educaros a su imagen, a su total sumisión, destruyendo todos los valores de la Diáspora»).  

Termino ya con lo de su morfología de pieza ficcional rara, para tratar de ponerla en valor por sus logros como compendio enciclopédico: tratado sobre la tutela colonial y sus efectos represivos perversos, pero también sobre la fascinación bidireccional París-Amizmiz, Amizmiz-París. Deslumbramiento, que como en toda narración donde lo colonial tiene sitio, culmina en la historia de amor entre actores de ambas orillas del mapa colonizador-colonizado, nuestro Nesim y Antoinette de Villerveille, esposa de militar de alto rango. Vida diaria, no pintoresquismo, que arropa la acción “normal”, y que para un desconocedor como el que suscribe raya en lo antropológico; finalmente como melancólica recreación memorística de una juventud, la de Nesim, tentada por el suicidio.

Nesim que asiste en la lejanía al ascenso al poder de Hitler; Nesim que convive con los árabes como con cualquier otro vecino; Nesim  marcado por el horror que luego dosifican judíos como él (página 104: “El horror bien administrado deja de ser horrible”) cristalizado en Sabra y Chatila, otro de los ejes que sostiene la novela… Nesim construido a veces de forma sedimentaria, conocemos partes de su vida que se nos acumulan como estratos geológicos, y otras como material magmático, trozos incrustados dentro de otros, pero a pesar de todo, página 71: “Nesim era, en verdad y sorprendentemente, un hombre sin recuerdo”.

Auschwitz, Tel-Aviv, Beirut, Tierra.  “La metáfora es una puerta para que nazca lo que existe”, afirma el narrador

Y de la desmemoria nacen los engaños. Tal es el alcance de la mentira aplicada a  los judíos del Magreb (aunque lo mismo podría ser extensible a los judíos de cualquier otro orbe geográfico excluido el europeo):

1 - Engañados por parte de la potencia ocupante que despliega su “fanfarria conquistadora” (no canso con las transcripciones, mire en la página 97 donde la encontramos en forma de una lúcida ironía que sin embargo recuerda el verbo encendido de un falangista español). Y en la página 111: “… y las jóvenes judías de buena familia bajo su dirección intentaban recorrer con sus dedos bíblicos, por primera vez en esta historia milenaria, el teclado domesticado. Los años locos, la Belle Époque habían cruzado el océano…”. Potencia ocupante  que en su estampida  teje las redes del que será su poder en la sombra a través del “divide y vencerás”, página 197: “«ahora que nosotros los franceses nos marchamos vosotros, los judíos, os quedaréis solos y los árabes os degollarán como corderos», el borde de la mano de monsieur Prosper se abatía, seco, justo sobre la carótida…”.

2 - Engañados por una parte de los suyos, los judíos supervivientes al martirio nazi, judíos de una pureza casi aria, ahora dime de dónde eres y te diré quién eres, y proporcionalmente mi tierra prometida te abrirá los brazos, página 173 “Miren ustedes, decía, se van a quedar en este campamento durante algún tiempo, más adelante veremos, en cualquier caso, por primera vez sonreía seguramente de modo irónico, en cualquier caso (sic) estarán mejor que en esas cuevas donde ustedes vivían en el Atlas… Inaudito pero aquel hombre no bromeaba, y después nos dijo: ahora os vais a convertir en judíos, erais unos idólatras, avodá zara, apikoros, alucinados temblábamos agachábamos la cabeza avergonzados, quizá estábamos ante el Eterno, un profeta…” La sal en la mollera, página 196: “Aquí no sois judíos, sois unos idólatras, solo allá recuperaréis la pureza de la fe de nuestros antepasados” .

3 - Engañados por los nuevos fanáticos de aquí (territorio marroquí): “… algunos como el jefe Robert se volvían histéricos, no hay que confiar en ellos, cuando se vayan los franceses nos degollarán a todos, y hacían correr rumores: habían raptado a unas chicas, las habían obligado a convertirse, a casarse con árabes, habían matado a unos judíos, les iban a quitar su dinero, su fortuna, sus bienes, pronto no podrán salir de sus casas, ya han empezado a tirarles piedras, ahora os lo puedo decir con toda franqueza, no había nada de eso, pero les tenían que quemar el suelo bajo sus pies para que se decidiesen a partir, para convertirlos en refugiados, gritar que estaban en peligro de muerte, todo eso está lejos ahora, cansan aquellas mentiras los bulos con los que nos llenaban la cabeza quedan lejos, quedan ya muy lejos, muy atrás!”. Et voilà, página 204: “…unos barcos negreros cargados de esclavos encadenados a la palabra prometida, el año que viene en Jerusalén, bizhad alh, bizratael, si Dios en su poder lo quiere.” Hay que arrimar el hombro en unos territorios necesitados de mano de obra, página 173: “… luego os enviaremos a construir ciudades nuevas, eso es lo que decía…”.

4 - Engañados por sí mismos, autoengañados: página 223, “Una extraordinaria explosión acababa de ocurrir en el núcleo de la palabra Auschwitz, Tel-Aviv, Beirut! el izquierdista sionizado podía proseguir su soliloquio, narrar cómo los náufragos del 68, maoístas, trotskistas, marxistas-leninistas, izquierdistas con etiqueta de origen, todos ellos en su mayoría habían elegido el camino de la yeshivá, el Talmud y la Cábala, se habían puesto en sus cabezas rabiosas la kipá azul, exhibido con ardor unas raíces y una identidad imaginarias, adorado lo que habían quemado hasta entonces, magnificado en el delirio, la confusión, al nuevo Estado, su gloria cantada en las hazañas de la guerra santa.”

Auschwitz, Tel-Aviv, Beirut. La Beirut mártir encarnada en el niño Hamad, foto periodística, realidad o pesadilla que persigue a Nesim, la Beirut en la que el pueblo perseguido mil años perpetra un día los crímenes de Sabra y Chatila, días en que Nesim visita la ciudad por segunda vez y enloquece ante la barbarie, se revuelve contra los suyos… “«El momento de la supervivencia es el momento del poder. El horror ante la visión de la muerte se vuelve satisfacción porque otra persona es la que ha muerto.  …  En la supervivencia cada hombre es enemigo de los demás y la aflicción no es nada cuando se mide con ese elemental triunfo»”.

Auschwitz, Tel-Aviv, Beirut, Tierra.  “La metáfora es una puerta para que nazca lo que existe”, afirma el narrador en la página 29. “Tierra”, o “tierra”, es indiferente, excusas, el ser humano es metáfora, puerta para la mentira, puerta a su vez para la maldad, Tierra, tierra, Mil años, un día, no se pueden poner puertas a la maldad; carece de límites espacio-temporales.