Brandon es un
hombre atractivo y con éxito profesional. Tiene un piso moderno e impoluto, en
un lugar privilegiado, pero la sensación del espacio es calculadoramente
aséptica: no hay nada fuera de lugar, nada que deje entrever el carácter del
protagonista. Cuando llega a casa del trabajo, pone las
Variaciones
Goldberg de Bach, y mientras suenan las notas
delicadas del piano, enciende el portátil y se dispone a navegar durante horas
en páginas porno.
Prostitución, pornografía, masturbación exacerbada. La
adicción sexual que el director Steve McQueen describe tan elegante, estética
como respetuosa e inteligentemente es una prisión sin barrotes. Precisa y casi
plástica,
Shame nunca resulta incómoda: el protagonista puede ser
cualquiera de nosotros, un hombre atormentado que se desprecia a sí mismo, que
siente vergüenza por su situación pero que, sin ayuda, no logra salir del pozo
en el que está metido.
¿Puede llamarse vida a una existencia como ésta?
En ese orden automatizado en el que vive, insensible a las emociones,
aislado y consumido por la culpa, aparecerá Sissy (Carey Mulligan), su hermana,
que lo hará tambalear. Depresiva, aterriza en Nueva York desde California: algo
anda mal en su relación y busca cobijo y cariño con desesperación. “No somos
malos – le dice a su hermano -, venimos de un sitio malo”. Esta es la única
información que tendremos de ellos, de su herencia común.
Sissy es una
persona frágil, emotiva, deshecha. McQueen desnuda al personaje ante la cámara
una noche en la que consigue una actuación en un lounge de moda, en un
rascacielos cuyas cristaleras permiten ver la ciudad iluminada en la oscuridad
de la noche. Canta “
New York, New
York”, lenta y desgarradoramente. El plano fijo de su
rostro es hipnotizador. A su hermano, que accede a ir a verla, se le caerá una
lágrima aunque hará lo posible por ocultarlo. No habrá cumplidos por su parte.
Brandon se siente atrapado con Sissy en casa: su presencia invasiva lo
llena de frustración y terror por ser descubierto. Despierta violencia en él.
Tras una pelea, decidirá intentar dejarlo – probablemente no sea la primera vez.
Vacía el piso de todo rastro de “
degeneración”, centenares de revistas y
dvds enterrados en los armarios, incluso el portátil acaba en la basura; entabla
una relación con una colega de trabajo pero acaba volviendo a caer. Noches de
bajos fondos. Está totalmente atrapado y la angustia lo tiene acorralado.
Mientras, los espectadores sienten esa prisión sin barrotes en sus propias
carnes.
Michael Fassbender ha obtenido la Coppa Volpi en el Festival de
Venecia 2011 por su interpretación simplemente perfecta.
Shame es
una gran obra, audaz, sensible, difícil.