Todo el comienzo de la novela es sobrecogedor, agobiante, como la atmósfera
que refleja, como las vivencias de Santiago en el campo de concentración donde
permanece detenido, como la tremenda tortura a la que someten a su compañero y
amigo Cerezo. Después de este arranque estremecedor, empezamos a conocer la vida
de Santiago, de su familia. Y uno se siente hipnotizado con esas historias que
Santiago oye contar a sus mayores, como la del abuelo Genaro y los asnos
abiertos en canal que le servían para refugiarse en su interior del frío:
imágenes y relatos de gran fuerza visual y dramática.
Esta parte de la
historia, la infancia de Santiago, está repleta de anécdotas y sucesos que
marcarán el resto de su vida: su aprendizaje escuchando a través de la ventana
de la escuela, la llegada de la República... y sobre todo, su historia de amor
con Laura: una relación llena de sensualidad y silencios, que culmina en un
viaje iniciático e inolvidable a la cueva de El Maltés.
Estalla la
guerra civil y se llevan a Santiago, como a tantos otros, sin saber muy bien ni
qué defiende ni por qué. Esta parte del relato describe de forma magistral el
sinsentido de todo enfrentamiento bélico, la sinrazón de la violencia. Son
muchas las anécdotas que podrían citarse: su huida del frente, su estancia en
casa de la familia valenciana cuidando patatas, sus disparos al cielo para no
matar a nadie... siempre desplazado, siempre fuera de lugar, sin encontrar su
sitio...
La conversación de Santiago con Uría
es modélica de lo que estos dos personajes representan, de sus culpabilidades,
sus frustraciones, sus angustias
Entre las
personas que conoce Santiago está Máximo Uría, fiel reflejo de sí mismo: los dos
se ven obligados a ejercer una profesión que no desean. En el caso de Uría la
militar, por amor a Catuxa, por tratar de liberarla. Un amor imposible que
marcará su destino y que le hará ser fiel a sus principios y aliarse con la
República. La conversación de Santiago con Uría es modélica de lo que estos dos
personajes representan, de sus culpabilidades, sus frustraciones, sus angustias:
“¿Cómo demonios haces para estar inmerso en una catástrofe y vivir al margen de
ella, de qué madera estás hecho?”, le pregunta en un momento Uría a Santiago.
Otro ejemplo de este destino absurdo marcado por la guerra es el exilio de Pere
y Aurora a un país, Argelia, alejados de su cultura, de sus huertas y de su
tierra: “Misteriosa fuerza atávica del destino macabro”.
Pero la vida
sigue, gira, y vuelve a aparecer Cerezo, amigo de Santiago, que se reencuentra
con él y Uría. El final de la guerra civil está cerca, y el hundimiento moral
que acompaña a los perdedores lleva a los tres amigos a enfrentamientos
personales, casi a la ruptura de su vieja amistad. Hay un momento que refleja a
la perfección esta frustración y enfrentamiento: Santiago juega con una granada
en la mano y amenaza con hacerla estallar, mientras increpa a sus compañeros el
que sigan “representando esta lamentable tragicomedia sobre el honor y las
obligaciones de unos y otros cuando todo está acabado”.
Santiago será
encarcelado, sufrirá palizas y tendrá que poner a prueba su honradez para no
denunciar a sus compañeros a cambio de salvar su vida. Siempre en el lugar
equivocado, siempre haciendo lo que no desea. Y al final, frente a un río, el
mismo donde comenzó su relato –aunque sea otro río, otro campo distinto al de su
infancia– Santiago se tendrá que enfrentar de nuevo a lo mismo de siempre: a la
necesidad de construir un futuro propio, el suyo, desde toda la experiencia
vivida.