Mas de respuestas imposibles está urdida la poesía, donde espacio y tiempo
se vuelven un mero transcurrir de la representación de nuestro mundo, que se
edifica como un gigantesco e ininteligible juego que la literatura reinventa
palabra a palabra ampliando sus límites hasta el azaroso infinito. Única
industria que el hombre, ya enmascarado como poeta, puede usar para ponerse a
salvo de la sombra de La Taciturna (como la llamaba inamistosamente Paul Celan),
que “jamás desaparece”; o en otra versión posible y cierta a la vez del
Fragmento 16 de Heráclito, que dice: "¿Cómo alguien puede esconderse ante
aquello que jamás se oculta?". Y añadimos casi involuntariamente en nuestro
interior: ¿Volver atrás la mirada ante la propia desaparición?
Reflexiona Heidegger en sus
Essais et conférences
(4), que “Este permanecer oculto a sí mismo, no designa un modo cualquiera del
comportamiento humano, sino que nombra el rasgo fundamental de todo
comportamiento frente a las cosas presentes y ausentes. Es más; es el rasgo
fundamental de la presencia y de la ausencia mismas." Como siempre, el sabio que
afirmó que “poesía es la fundación del ser por la palabra” alude al poeta como
creador, el que hace aparecer y desaparecer —incluidos el polvo de las estatuas,
sellos rotos y dioses deleuzianos— mientras que el filósofo queda para siempre
como simple notario del mundo que resulta del andamio del Logos fraccionado en
descartes de pensamiento “lógico”. El poeta Gómez Valero construye un mundo del
que al mismo tiempo duda; y que destruye de un manotazo cuando lo presiente
necesario pues sabe que está hecho de hojas secas.
Nacer;
memorizar los signos, ocupar una celda en la
intemperie. Reconocer a tientas el rigor de los
límites, los contornos del orden. Asistir cada
día a lo pactado. (…)
Pacto sobre hojas secas cuyo
significado conoce, pues se trata del tiempo concentrado en un ser reconocible
por perecedero. Como él mismo (
el brillo de la hoguera alborotando/ las hojas
de los árboles) se atreve a escribirlo entonando el grito de la angustia
que, previsible, brota de su garganta como espanto de un fulgor presentido:
Ni esperanzas ni propósitos ni frecuencias.
Instantes decisivos y frágiles.
Instantes decisivos y eternos. (…)
Con
esos versos enhebra su biografía nuestro poeta “desde la noche del sentido hasta
la aurora de la palabra”,
como diría
Zambrano al mentar el Logos Oscuro en uno de sus mejores delirios: “no
la llaméis, no la llaméis, que no viene” al citar a fray Juan de la Cruz en
nombre de la muerte. Muerte que a pesar de todo durará presente como
cada
cosa en la que pretenda alcanzar el poeta el relente órfico de sus genes
culturales; presente a lo largo de una vida
que prospera/ o muere/ juzgada
por un dios/ absurdo,/ pequeño/ feroz. Y que ya rueda con el golpe de dados
arrojado a las “Causas y azares” del poema que determinarán el devenir de este
libro que va a ser espejo donde deberá sublimarse la mentada biografía. Razones
de un hombre no místico y no creyente, pero que indagando llegará a concluir que
/ alguien despierta sombra adentro/ y en la herida descubre/ la luz de un
tiempo claro/ por donde caminar la noche. Sin más
zarandajas ni herramientas que las palabras aprendidas del flujo de unas heridas
de las que cada vez es más difícil salir a pesar de tantas llaves inútiles
escritas en cuadernos:
En las aguas de un charco/ unas hormigas luchan/ por
alcanzar la orilla/ de una estrella. El descubrimiento de que hay estrellas
y el poeta debe alcanzarlas, transcurre paralelo a la contemplación de su propia
pequeñez: Nosotros, que solamente tenemos forma humana… ¿qué podremos hacer, si
el poeta sólo es un pensador que canta? Mas el hombre también es máscara y
persona al mismo tiempo: Magia y prestidigitación son una misma cosa y aquél que
pudo construir el Ser con la palabra, también puede transformarlo cuando la
emoción vertida en música es capaz de modular el grito inicial. La bala de plata
del verso disparada desde el lóbulo frontal llega hasta aquel que la aguarda
—mente a mente— con la frente abierta.
Pero hemos hablado de hojas
secas. Y a propósito quiero traer aquí un poema resuelto en
haiku del
reciente premio Nobel sueco Tranströmmer, al que cita emocionado el novelista
Muñoz Molina en uno de sus blogs:
Las hojas medio borradas/ del otoño son tan
valiosas/ como los manuscritos del mar muerto. Aseguraba al hilo el sensible
escritor, que “la poesía es un telescopio para acercar lo que está lejísimos, un
periscopio invertido para descender a lo que está oculto, un microscopio para
distinguir lo invisible a simple vista, una lente de precisión para hacer nítido
lo que era vago o confuso”. Y acertaba , en “macro” como ahora se dice, porque
así es. Sólo que para ello no hacen falta grandes telescopios ni microscopios de
inmensos espesores ópticos, lo que valdría decir versos preñados de elegancia
barroca, hermetismo jabesiano o figurativismo experiencial. La cosa es mucho más
sencilla: basta con adelgazar la palabra hasta hacerla transparente, donde se
adivinen —en esa hoja del árbol del lenguaje, sea fresca, otoñal o ardida—, las
nervaduras de la polisemia que las hace significativas cuando se unen una y
otras en una sinapsis completa y madura. Como hace el poeta Gómez Valero. Porque
el tiempo se concentra, como quería decirnos el poeta Tranströmmer, tanto en la
escritura descifrada desde las nervaduras de una hoja seca, como en un
manuscrito que sólo el carbono 14 pudiera resucitar del olvido en los
conventículos esenios de Metzadá.
¿Resucitar? Habíamos quedado con Celan
en que la muerte, taciturna pero próxima, poco habla; mas nos queda su materia,
humus almacenado por los siglos tesela a tesela en las voces y en los versos: Me
resulta difícil no citar ahora una honda reflexión del mejor Malraux en sus
Voces del silencio, que asalta mi memoria: “El misterio mayor no es que
estemos lanzados al azar entre la profusión de la materia y la de los astros; es
que, en esta prisión, sacamos de nosotros mismos imágenes lo suficientemente
poderosas como para negar nuestra nada”. Y esta es a mi juicio la virtud
esencial de Gómez Valero en estos tiempos de penuria para la lírica. El regreso
al desnudo de la materia al modo de nuestro llorado Antonio Tàpies, de donde
saca lo necesario para negar su nada modificando los propios significantes
atribuidos. Aunque inmediatamente el poeta compruebe que el camino no será
fácil, como revela en unos versos que recuerdan aquella también mentada noche en
el virgiliano viaje a los infiernos:
ibant obscuri sola sub nocte per
umbram: Anudando preguntas me descuelgo por los
sórdidos muros. Me alejo de aquel sitio que me aguarda
y me concluye. Descalzo y sigiloso, procurando
hacer el menor ruido, para no sorprenderme en plena fuga
y hacerme regresar. Habla después el poeta de pérdidas
y de caídas —¿qué menos
en plena fuga?— de largas noches de espera y
cenizas que se amontonan bajo el fuego, depredaciones
y cadenas,
laberintos, coyunturas tratando de alcanzar la aurora de la palabra, hasta que
el libro —acaso prematuramente concluido—, se le quiebra un tanto por los bordes
de un ternurismo que no halla su lugar y que, abandonado a su suerte, ni se pone
a salvo ni responde a los propósitos enunciados en las primeras páginas. Crujen
las hojas secas y el palimpsesto a los pasos apresurados del poeta. Aunque por
fortuna no caerá al vacío como la sombra de Eurídice al adivinarse la aurora en
los ojos de Orfeo y quebrarse el cuello del abrazo tras el ascenso iniciado. Por
fortuna, el instinto del poeta halla en su memoria la voz de la gran Sophia de
Mello, y con ella abrirá el epígrafe de la cuarta y última parte del libro en
que se hallan los poemas que completan estos
Augurios con toda la
dignidad de su principio. Nos habla Sophia desde ese
Terror de amarte en un
sitio tan frágil como el mundo./ Mal de amarte en este lugar de imperfección/
donde todo nos quiebra y enmudece/ donde todo nos miente y nos separa. Y
dirá en su seguimiento el poeta adivino, bardo, hechicero, estos pocos poemas
escogidos de esa misma parte cuarta que publicamos a continuación, donde como
arúspice de sus propias entrañas mira de frente al modo y manera del cómo ni
cuándo podrá salir de “ahí”, aún saliéndose “de sí” en este mester tan
complicado de ponerse a salvo para erigirse en poeta verdadero:
COYUNTURAS
La noche envenenada
relaja su
castigo,
destensa sus cadenas
y logramos dormir.
Rendidos y
abrazados
subimos al tobogán del olvido.
Aquí no hay vértigo.
No hay
daño aquí.
Somos aquí solo sombras
que son conducidas
por las
sinuosas rampas.
Es tan ligero el viaje, y tan breve,
que puede
adivinarse
desde allí el despertar.
No dejes de abrazarme en la mañana.
EL CURSO DE LOS VATICINIOS
Avanzábamos por
un río
sin caudal
ni desembocadura.
Esa era nuestra casa.
El río
fue haciéndose tan ancho
que dejamos de ver ambas orillas.
El río en el
que crecimos.
Hasta dejar de ver ambas orillas.
EQUILIBRIO
Todo está preparado.
Sobre
el alambre
la gravedad del signo,
el hueco permanente,
la fatídica
forma.
Bajo el alambre
la espera.
El alambre desaparece.
El
quebranto calibra
sus balanzas.
LA HORA DE LOS ÚLTIMOS
DUELOS
En la casa destruida
el tiempo juega solo.
Lo
hostil duerme ovillado
en la vigilia mísera del mundo.
Lo propicio reúne
sus cartas enigmáticas.
Las palabras empuñan todavía
el tormento,
el perdón.
Famélica espiral
de los vestigios.
INCORPORACIONES
Te ayudaré a venir si
vienes y a no venir si no vienes.
ANTONIO PORCHIA
Si tuvieras
que ir
allí donde los huesos consolidan
solamente lo que desunen,
el
perfil de la pena.
Si tuvieras que ir
allí donde el torrente de la culpa
tiñe de esclavitud
el río de la sangre.
Si tuvieras que ir
hasta
tus escondites,
hasta las desapariciones,
las tachaduras.
Si
tuvieras que ir
allí donde los límites,
desvelada en los nudos de la
nada,
con pasos ateridos.
Si tuvieras que ir
contra los nombres,
lo fijado, sus certidumbres,
contra ti.
Si tuvieras que ir
contra los nombres,
lo fijado, sus certidumbres,
contra mí,
si
tuvieras que ir,
llévame contigo.
LA DURACIÓN DE LA
PARTIDA
Amantes despeinados, soñolientos,
que se dicen
adiós en los andenes
y entre abrazos se besan y refulgen
hermosamente
desgarrados
y únicos.
Hacia ellos se dirigen los desiertos.
La
distancia despliega
sus turbias, agotadoras, cartografías.
El temor les
requiere
igual que un recién nacido que despertara
hambriento y
sollozando.
Mira cómo se miran a los ojos:
sus últimas palabras dibujan
en el aire
un quebradizo puente donde permanecer.
Se estremecen,
se
juran no olvidar,
consagran ese instante,
se sueltan de la mano.
El
reloj de minúsculas agujas
se ha puesto en movimiento.
NOTAS
(1) José María Gómez Valero (Sevilla, 1976) es autor de los
libros de poesía Miénteme, El libro de los simulacros, Travesía
encendida (Premio Internacional de Poesía Ciudad de Mérida) y
Lenguajes. También es autor del libro infantil Este loco mundo (17
cuentos) en colaboración con David Eloy Rodríguez y Miguel Ángel García Argüez e
ilustrado por Amelia Celaya. Participa en diferentes propuestas escénicas
vinculadas a la palabra poética. Con la Compañía de Poesía “La Palabra
Itinerante” ha creado obras como Todo se entiende sólo a medias o Su
mal espanta. Su trabajo ha sido recogido en diversas antologías y sus poemas
interpretados por cantautores como Iván Mariscal o Daniel Mata. Es uno de los
responsables de la pequeña editorial de poesía Libros de la Herida. Imparte
asimismo talleres especializados de creación literaria.
(2) Relación de los
“Premios Alegría” otorgados desde su fundación: 1.- Carlos Alcorta,
Cuestiones personales, 1997. 2.- Mariano Calvo Haya, El privilegio de
los pájaros, 1998. 3.- Ana Rodríguez de la Robla, Naturaleza muerta,
1999. 4.- Regino Mateo, Noticia de un pequeño reino, 2000. 5.- Jesús
Aguilar Marina, El jinete nocturno, 2001. 6.- Antonio Gracia, El himno
en la elegía, 2002. 7.- Manuel Ballesteros, Las casas abandonadas,
2003. 8- Pilar Blanco Díaz, La luz herida, 2004. 9.- Adolfo Burriel
Borque, Furtivos días, 2005. 10.- Reinaldo Jimenez Morales, El vuelo
único, 2006. 11.- María Rosal, Síntomas de la devastación, 2007. 12.-
Manuel Jurado López, Los dioses vulnerables, 2008. 13.- José María
Cumbreño, Breve biografía apócrifa de Walt Disney, 2009. 14.- Santos
Domínguez, Luna y ciencia nocturna, 2010. 15.- José María
Gómez Valero, Los Augurios, 2011.
(3) José María Gómez Valero, Los
Augurios. Icaria/Poesía, Barcelona, 2011.
(4) Martin Heidegger,
Essais et conférences, Tel/Gallimard, Paris, 1958. Páginas 320-321.