Al término de su sexenio, el presidente Felipe Calderón dejará al país
mucho peor que como lo recibió: con una economía que marcha por inercia, con más
pobreza y
desigualdad, y con 45, 50 o quién sabe cuántos
miles de
muertos con violencia, sea por la rivalidad entre grupos
delictivos o por la
guerra del
gobierno en contra de todos ellos.
Estas
desgracias coinciden con un entorno adverso, tanto por la crisis en la Unión
Europea, que se ha contagiado al resto del mundo a través del comercio y el
sistema financiero internacional, como por otros factores como el cambio
climático que, por lo pronto, ya ha azotado a México primero con una temporada
de huracanes devastadores y luego con la peor sequía de que se tenga memoria en
la mitad del territorio nacional.
Esto significa más sufrimiento para el
común de la gente, más privaciones y más frustración, sobre todo de los jóvenes
y los niños que muy pronto serán adolescentes.
El futuro presidente, a mi juicio,
no debe limitarse a ganar las elecciones, sino ocuparse al mismo tiempo de los
grandes problemas nacionales
Se irá Calderón
pero México se quedará con nuevas heridas –como la descomposición de la familia
en las zonas más afectadas por la violencia–, y enfermedades sociales que tomado
su propia dinámica, como la degradación humana asociada al empobrecimiento
masivo de las clases medias y a la pérdida de la esperanza de los pobres.
La extrema derecha perderá el poder si los demás
no perdemos
antes la democracia, pero el cambio de partido y de
presidente no resolverá nada automáticamente y menos de un día para otro. Un
nuevo gobierno producirá cambios más subjetivos que materiales –pues nadie tiene
varita mágica– y abrirá nuevas expectativas; nos dará un respiro, pero al
principio nada más.
El gobierno que se iniciará dentro de diez meses y
algunos días tendrá que aplicar medidas inmediatas para atender las emergencias,
por ejemplo la de abasto de alimentos y, al mismo tiempo, deberá encabezar el
rediseño del país: de su economía, de su
educación
pública, de sus formas de convivencia, de su cultura, de
su democracia, porque México está en un momento de inflexión de su historia.
La discusión no puede darse a través
de millones de espots transmitidos por radio y televisión. Tampoco mediante los
debates entre los candidatos
Tendrá que hacer
eso y mucho más con los difíciles procedimientos de la democracia, pues el
presidente deberá negociar los cambios de fondo con las dos cámaras del Congreso
de la Unión, incluidas las fracciones parlamentarias de su partido, con los
gobiernos y congresos de los estados, con los partidos políticos e incluso con
los poderes fácticos, pues ni siquiera el presidente de la República puede
emprender cambios profundos si se enfrenta, por ejemplo, al boicot del duopolio
televisivo, del monopolio de la telefonía o al poder de la banca privada que las
elites vendieron al extranjero.
Las negociaciones que harían posible el
rediseño del país serán más difíciles si se encarga el proyecto a un grupo de
notables que si resulta de los consensos sociales logrados desde la campaña
política. El futuro presidente, a mi juicio, no debe limitarse a ganar las
elecciones, sino ocuparse al mismo tiempo de los grandes problemas nacionales.
Para ello tendría que plantear con claridad sus principales propuestas y
las posibles consecuencias para el país, para la sociedad y para los grupos de
población directamente implicados. El candidato tendría que analizar con
atención las reacciones que produzcan sus propuestas fundamentales, como la
apertura de la industria energética a la inversión privada, la consolidación de
las instituciones de salud y seguridad social en un sistema único que cubra a
toda la población, los objetivos, pasos y plazos de una
reforma
educativa que rescate las ciencias sociales y las
humanidades y vincule a la escuela con la empresa, o los términos y etapas de la
reforma hacendaria que mejore la eficiencia y trasparencia del gasto público,
aumente la recaudación tributaria y libere los ingresos de
Pemex
para que el organismo se modernice con las utilidades que él mismo genera.
La radio y la televisión deberían
difundir y clarificar las ideas y reflexiones de los especialistas, en
ejercicios casi pedagógicos
Ésos son algunos
de los temas que deberían ser discutidos en las campañas políticas de los
candidatos, pero la discusión no puede darse a través de millones de espots
transmitidos por radio y televisión. Tampoco mediante los debates entre los
candidatos, que pueden servir para distraer a las galerías o para probar la
habilidad polemista de los candidatos, pero no sirven para plantear, comprender
y discutir los problemas y soluciones nacionales.
Habría que buscar
formatos que se ajusten a la ley, como las de reuniones públicas de expertos que
examinen los grandes temas y propongan soluciones alternativas, pero que por
favor hablen en español y lo hagan con el lenguaje sencillo y claro que sólo
pueden usar los que de verdad saben de qué están hablando.
La radio y la
televisión –que operan con concesiones del Estado– deberían difundir y
clarificar las ideas y reflexiones de los especialistas, en ejercicios casi
pedagógicos, que informen a los ciudadanos sobre las opciones políticas reales
que se les presentan y entre las que deberán elegir con su voto. Se puede y se
debe hacer, pues estamos al borde de una emergencia nacional, pero para ello
hace falta voluntad y decisión política.