, un cuento de cómo deberían ser las cosas a
partir de cómo son en la realidad. Se trata de un ejercicio deliberadamente
ligero cuya intención es concienciar al público sobre el tema de la inmigración,
despertando sutilmente en el espectador el sentimiento de culpa acerca de
ciertas actitudes reprobables provocadas por las políticas actuales de las que,
en el mejor de los casos, ya somos conscientes.
Arletty (Katy Outinen) y Marcel Marx (André Wilms) viven en un barrio
sencillo con su perra Laïka. El es limpiabotas y tiene como máxima mantenerse
alejado de los problemas, es decir, de la policía. Pero esto último resultará
difícil cuando en su camino se cruza Idrissa (Blondin Miguel), un chaval de
Gabon que acaba de llegar a Francia de forma ilegal en un contenedor de
mercancías que iba rumbo al Reino Unido.
Buscado por la policía, Idrissa
aceptará la ayuda de Marcel y la de todos los vecinos del barrio, la panadera,
el tendero, la dueña del bar y sus clientes atemporales. Incluso la actitud del
Detective Monet (Jean-Pierre Darroussin), fiel recuerdo del inolvidable y torpe
Inspector Clouseau (personaje de ficción creado en el 63 para la saga de La
Patera Rosa
protagonizada por
Peter Sellers), con su gabardina, su sombrero y sus guantes –
negros en esta ocasión, eso sí -, acaba sorprendiendo. Y qué decir del malo más
malo, que es el único personaje que posee un móvil.
Le Havre
defiende una sólida e íntegra idea de comunidad que se apoya ante las
dificultades y vapuleos de la vida, recordándonos también que existen, a pesar
de todo, momentos fugazmente bellos y que lo sencillo es comportarse decente y
humanamente. Sopla en esta película además un fresco espíritu antiautoritario –
maravillosa escena, por absurda, la de la apertura del contenedor lleno de
inmigrantes con los CRS armados hasta los dientes - y una rectitud que es de
agradecer. Sí,
Le Havre es un cuento de humor negro para adultos cuya
conclusión es que el heroísmo del protagonista no debería ser tal, si no más
bien algo totalmente corriente.