Hay hombres que forjan sus propias leyendas y Kapuscinsky fue uno de estos
privilegiados. Estudió historia y abrazó el oficio de reportero en un pequeño
diario de su natal Polonia. Por confesión propia llegó a los 25 años de edad sin
haber leído una obra “verdaderamente importante”, pero no corrió la suerte de
tantos y tantos colegas que languidecen sin pena ni gloria en el oficio o que
entran en un proceso de degeneración, sin ideales, sin fe, “pero eso sí –Manuel
Buendía
dixit-, con un gran apetito de rápidas ganancias”.
De
esos modestos inicios se alzó para ser considerado el padre del “nuevo
periodismo”, un reportero a quien García Márquez llamó
maestro. “Tienen
fuego en el vientre” dicen los anglosajones de esas personalidades indómitas que
parecen no conocer fronteras. En el caso de Kapuscinsky, quizá sea el título del
penúltimo de los quince libros que escribió el que mejor explique el camino que
eligió:
Los cínicos no sirven para este oficio.
A Kapuscinsky lo movió el amor. El
amor y el respeto por sí mismo y por su profesión. El amor por la verdad. El
amor por la palabra. El amor por la inteligencia y el
conocimiento
No me equivoco, entonces, si
propongo que a Kapuscinsky lo movió el amor. El amor y el respeto por sí mismo y
por su profesión. El amor por la verdad. El amor por la palabra. El amor por la
inteligencia y el conocimiento.
En
Los cinco sentidos del periodista
escribió: “¿Por qué algunos textos pueden vivir cien años y otros textos
mueren al día siguiente de su publicación? Por una diferencia capital: los
textos que viven cien años son aquellos en los que el autor mostró, a través de
un pequeño detalle, la dimensión universal, cuya grandeza dura. Los textos que
carecen de este vínculo desaparecen”.
Antoine de Saint Exupèry
explicó este principio con otras palabras: “Si quieres construir un barco,
no reclutes hombres para que recojan madera, ni dividas el trabajo, ni des
órdenes. En vez eso, mejor enséñales a anhelar el inmenso e infinito mar”.
Este anhelo de lo inmenso e infinito, si lo pensamos bien, explica que
la obra de Kapuscinsky sea de las que durarán cien años. El polaco subió al
Panteón en donde habitan otros periodistas que trascendieron las limitaciones
artificiales de nuestro oficio: John Reed, José Alvarado, Louis Fischer,
Arthur
Koestler,
George
Orwell, George Polk, Manuel Buendía, Edmundo Valadés,
André Malraux, Walter Lippmann, Martín Luis Guzmán, Héctor Pérez Martínez, Edgar
Snow, por citar algunos nombres que me vienen a la mente.
Es claro que
Kapuscinsky supo reconocer y fue heredero de una gran tradición periodística.
Muy joven decidió salir de Polonia y durante años fue corresponsal en las más
recónditas regiones del planeta. Algunas de sus hazañas me recuerdan la que
consignan Christian Brincourt y Michel Leblanch en un tomo maravilloso titulado
Los reporteros,
publicado a principio de los setentas del siglo
pasado:
Las consecuencias del periodismo
ejercido con profesionalismo y a conciencia: arrojar luz sobre hechos que tienen
impacto social
“A comienzos de este siglo
la simple palabra ‘reportaje’ era sinónimo de hazaña, y los que lo efectuaban
eran, por supuesto, periodistas, pero también, y quizás ante todo, aventureros.
En aquella época no había jets
y el teléfono no funcionaba en el ámbito
internacional. El reportaje en el extranjero era una expedición.
“El 1 de enero de 1930, el diario Le Matin
envió a
Joseph Kessel, uno de sus grandes reporteros, a seguir las rutas de los
mercaderes de esclavos en Abisinia. [...] Para trasladarse a la base de
su reportaje, Kessel y sus amigos navegaron durante tres semanas.
“Formaban su equipo cuatro hombres: el teniente de navío La
Blanche, un médico meharista que hablaba árabe, Emile Peyré, y Henry de
Monfreid, indiscutiblemente el rey del tráfico en el Mar Rojo. Monfreid era el
hombre clave del reportaje. Gracias a él Kessel pudo llegar hasta las rutas
secretas de los mercaderes de esclavos. El conjunto de la operación, financiada
por Le Matin
, debía durar algunas semanas. En realidad, las semanas se
convirtieron en seis meses y el reportaje tuvo por escenario Etiopía, el
desierto de Somalia, el Mar Rojo y el Yemen. “Durante seis
meses de reportaje, Kessel y su equipo vivieron mil aventuras en mil escenarios
distintos. El Rey de Reyes
les condecoró; se vieron mezclados en la
terrible guerra tribal de los dankalis y los issas; estrellaron un avión en los
altiplanos de Abisinia, compraron mulas y camellos para atravesar durante quince
días un desierto abrasador, viviendo únicamente de dátiles y de arroz, y
descubrieron finalmente las caravanas de esclavos. Asistieron al rapto de
pastores que eran vendidos en el mercado de esclavos, cambiaron bloques de sal
por monedas de oro; se enfrentaron con un motín de sus camelleros; buscaron
refugio en los fortines somalíes; cruzaron el Mar Rojo en una barca de pesca
durante una terrible tempestad y esperaron un mes en el Yemen la autorización
del Imán que les permitiera visitar Sanaa, la capital de la esclavitud. Y
descubrieron al último gran señor turco, Ramhib Bajá, asistieron a la revuelta
yemenita y presenciaron cómo eran decapitados los prisioneros. Al regreso, el
reportaje de Kessel fue anunciado con carteles por las calles de París. Le
Matin
tiró 120 mil ejemplares adicionales. El reportaje había costado en
aquella época un millón de francos.” Esta pieza periodística alertó
a los gobiernos de la época sobre un lucrativo comercio de humanos que se
suponía erradicado, y supongo, aunque no lo puedo documentar, que se tomaron
medidas para atajarlo
La historia de nuestra profesión
está salpicada de narraciones que tuvieron un impacto más allá de lo
periodístico
El reportaje de Kessel ilustra
una de las consecuencias del periodismo ejercido con profesionalismo y a
conciencia: arrojar luz sobre hechos que tienen impacto social, en términos de
la memorable metáfora del
faro de
Lippmann, cuyo haz alumbra, aquí y allá, elementos de la
realidad y los desvela al escrutinio social.
La historia de nuestra
profesión está salpicada de narraciones que tuvieron un impacto más allá de lo
periodístico. De memoria cito algunas:
John Reed cabalga con la División
del Norte en 1911 y sus crónicas, recogidas en
México
Insurgente, cambian la percepción de la
Revolución
mexicana en Estados Unidos. En 1917 reportea la Revolución
de octubre y su libro
Diez días que estremecieron al mundo es la mejor
crónica de aquel evento. Fue enterrado en las murallas del Kremlin.
Edgar Snow es el primer periodista occidental que visita el centro de
mando del Ejército Rojo y entrevista a Mao Tse Tung en 1936. Su libro
Estrella roja sobre China es clave para comprender aquel movimiento que
derrotaría a los nacionalistas de Chiang Kai Shek. Fue enterrado en Pekín.
Louis Fischer siguió a Gandhi en sus jornadas por la Independencia de la
India y escribió una biografía del Mahatma gracias a la cual hoy valoramos las
dimensiones de la lucha de ese gran dirigente. El texto de Fischer fue el
libreto para la película
Gandhi de Richard Attenborough.
Martín
Luis Guzmán nos dejó en
La sombra del caudillo uno de los más vívidos
retratos del momento fundacional del país que somos. Sus páginas, y la película
secuestrada durante años por el autoritarismo, nos permiten apreciar mejor de
dónde venimos y por lo tanto tener mayor claridad sobre nuestro futuro.
El gran debate sobre si el periodismo es o no literatura, o si el
periodismo es o no el registro cotidiano de la historia queda solucionado con
estos ejemplos. Honremos la memoria de Kapuscinsky, fallecido hace cinco años
este mes.