Génesis. Endosándole la categoría sentimental que merece, el chisposo
Nick Hornby dedicó su estupenda novela
Alta Fidelidad
(Anagrama, 2007) a esa disfrutable olimpiada del
listado
que, puntualmente, conforme el calendario agota sus entradas, convoca a la
crítica oficial -y por oficiar- bajo el conflictivo signo de lo
(presumiblemente) canónico. No era para menos. Ahora, claro, toca lo que toca; y
uno, tras lanzar un último vistazo al retrovisor, estira el cronómetro tratando
en vano de consumir íntegro el abigarrado menú fílmico que -bien producción,
bien estreno- despachó la marca 2011. Informe, reacio a una jerarquía de
clausura, este repaso puede ser muchas cosas pero no un
listado.
Visto lo visto: perdóname,
Nick.
Planeta Melancolía, o la
melancolía de un planeta
Cuando Terrence Malick manifestó su
voluntad de enhebrar un macrorrelato que vinculase la vida familiar texana en
los cincuenta, el panteísmo militante y un sentido cosmológico de la evolución,
algún ejecutivo debió disculparse mientras orientaba sus pasos hacia el cuarto
de baño. Con todo,
El árbol de
la vida -por lo ambicioso del Relato, la belleza de sus
imágenes- terminó por parecerse a la película del año (que, por cierto, no
necesariamente debe significar mejor).
Tráiler de El árbol de la
vida (2011), de Teerence
Malick
Entretanto, Europa, de su (al otro) lado, facturó
una particular réplica -por planetas, candidatura alegórica- según ese talentoso
imbécil que es
Lars Von Trier. Así,
Melancolía
(Melancholia, 2011) parametraba otro drama familiar
bajo un trasfondo apocalíptico bautizado ‘Melancolía’, o (en efecto) un planeta
resuelto a colisionar contra la Tierra. En resumen: la disgregación celular de
la familia contemporánea, el porvenir sitiado, la concreción fantástica de un
malestar oficial cuya psique desahuciada silba a través del tamiz de su cultura.
Todo cierto.
Tráiler de Melancolia
(Melancholia), de Lars Von
Trier
Superado Occidente (y la teoría del tercer cine),
paralelamente, Irán y Uruguay se inventaron dos joyas de manual:
Nader y Simin, una
separación (Jodaeiye Nader az Simin, Asghar Farhadi,
2011) y
La
vida útil (Federico Veiroj, 2010). Admirable ejercicio
fílmico, la primera acusa una recepción crítica (del todo) exenta de cualquier
paternalismo exótico, muy habitual -conviene recalcarlo- cuando se ronda
cinematografías lejanas. Sencillamente no lo necesita. Y la segunda se descolgó
del cine de fondo por medio de tanto. Debería bastar con su apabullante
declaración de amor al cine, a la vida, otros tropiezos. Fuimos muchos los que,
tras el visionado, rastreamos fetichistas el
site de esa Cinemateca, la
de Montevideo. No hubo suerte. Peaje obligado, ambas.
Tráiler de Nader y Simin, una
separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011), de Asghar Farhadi
Tráiler de La vida útil
(2010), de Federico
Veiroj
Estación Europa
Lancashire-Calabria. Más terrenales resultan dos obras maestras (más) de
sello continental. Si
Another
Year (2010) nos devuelve la dotadísima firma del que junto a
Haneke quizá sea el más brillante cineasta europeo en activo, el
británico
Mike Leigh -y otra quirúrgica lección de sociología
working
class-; la italiana
Le Quattro Volte
(Las cuatro estaciones, Michelangelo Frammartino,
2010) levanta un honesto canto a la vida, la intimidad de sus
trasvases y el cine como ciencia esencial del gesto de mirar: un hallazgo
artístico (demasiado) bien sepultado entre la masonería de festival.
Tráiler de
Another Year (2010), de Mike
Leigh
Tráiler de Le Quattro
Volte (Las cuatro estaciones, 2010) de Michelangelo Frammartino
Notable, la producción
europea todavía toma aire (y perspectivas) tras la electrizante
trilogía televisiva de
Olivier Assayas en torno a Carlos ‘el Chacal’, el
fascinante homenaje de
Wenders -3D mediante- a la coreógrafa Pina Bausch o la deslenguada
acidez de los
yihadistas que retrata
Four Lions
(Christopher Morris, 2011). Reverso amargo, aquí fue
Enrique
Urbizu quien compuso un
noir más que solvente que desnudaba los
vicios de -salvando
Guest (J.L. Guerín,
2010)- otras filmografías domésticas para, al tiempo, centrifugar
los traumas de la España reciente. Por si fuera poco, Santos Trinidad. Lo dicho,
Rock ‘n’ Roll.
Tráiler de Carlos (2010),
de Olivier Assayas
Tráiler de Pina
(2011), de Wim
Wenders
Tráiler de Four Lions
(2011), Christopher
Morris
Tráiler de No habrá paz para
los malvados (2011), Enrique
Urbizu
Tráiler de Guest (2010),
J.L. Guerín
Y el podio
alternativo. Aparte honorífico para el retorno del ambivalente
Michael
Winterbottom, autor del inclasificable diálogo gastronómico-existencial que
protagonizan dos monstruos de la risotada conforme a la BBC,
Coogan y
Brydon para
The
Trip (2011). Junto a la pareja, convincente accésit el de
Mathieu Amalric y su
Tournée
(2010), un coctel sostenido en el
burlesque y los márgenes y
la reconversión artística de un comediante y -a tiempo parcial, además, peor
incluso- ser humano.
Tráiler de The Trip
(2011), de Michael
Winterbottom
Tráiler de Tournée
(2010), Mathieu Amalric
Más.
Las correcciones. Admite, confiesa. El que firma arrastra una cuenta pendiente
con lo nuevo del húngaro
Bela Tarr y
algo parecido en relación a la prometedora
revisión del clásico de Le
Carré. Sea entonces. Para otras líneas.
Tráiler de A Torinói ió
(2011), de Bela Tarr
Tráiler de El
topo (Tinker Tailor Soldier Spy, 2011), Tomas
Alfredson
USA transfer
Principiantes
(Beginners, Mike Mills, 2011) es, si
Shame no
lo remedia, la película estadounidense de 2011. También es cine (extrañamente)
subterráneo. Una extrañeza que surge en cuanto al reparto plagado de cromos, su
vocación ‘indie’ -cuando el término malvive bajo una provechosa mutación
estética del establishment- o la más que visible estrategia comercial de
aterrizaje. Como fuera, no funcionó. Pese a su tierna retórica de polaroid, la
seductora sencillez del relato. Pese a
Melanie Laurent.
Tráiler de
Principiantes (Beginners, 2011), de Mike
Mills
Tráiler de Shame (2011),
Steve McQueen
Sí lo hizo
Super 8 (J.J. Abrams,
2011), una funcional y entretenidísima relectura en clave ochentas
del genero-aventuras tal y como
Spielberg,
Lucas y -antes, mucho
antes-
Verne nos lo habían contado. Premisa:
Abrams se deshizo del
sensacionalista espejismo narrativo que distingue su producción catódica y el
resultado terminó por cumplir expectativas para que -la verdad de todo esto al
fin y al cabo- ellos, nosotros, pagásemos entrada. En la distancia, otra, allá
donde resuena el Picketwire –vale igual Joel y Ethan-, los
Coen apostaron
por actualizar respetuosamente el Western de
Hathaway. De nuevo se
titulaba
Valor de
Ley (True Grit, 2010) y esta vez la épica fronteriza
asumió las facciones del astro
Jeff Bridges, el luminoso manto del
artesano
Roger Deakins. Tráiler de Super 8
(2011), de J.J.
Abrams
Tráiler de Valor de Ley
(True Grit, 2010), de los Ethan y Joel Coen
Mientras, hacia el Noroeste, una
estrafalaria segregación. Pleno esplendor del digital, 2011 fue el año que
hibridó la animación con los
cow-boys, o
Rango (Gore
Verbinski): un desopilante
revival
escenificado por medio de la raquítica silueta de una lagartija con ínfulas de
sheriff. Por tanto, había vida en las afueras de la
Pixar. Y otra
certeza: sus diálogos superan en inteligencia a la mayor parte de la ficción
televisiva nacional. Descaradamente.
Tráiler de Rango (2011),
de Gore Verbinski
Humor
fou. De vuelta,
La boda de mi mejor
amiga (Bridesmaids, Paul Feig, 2011) reciclaba el
imaginario masculino señero en
la factoría
Apatow y, durante el proceso, terminó por convertirse en una de las
comedias del año. A la medida de
Kristen Wiig, la neoyorquina desplegó su
arsenal festivo y entonces la Norteamérica hortera que pace en los
malls
y conduce ranchera escupió una carcajada al contemplarse a sí misma. Carente
de pretensiones, terriblemente honesta, la película de
Paul Feig
dispara una desternillante vis cómica. Un descubrimiento.
Tráiler de La boda
de mi mejor amiga (Bridesmaids, 2011), de Paul
Feig
Y
Drive (Nicolas
Winding Refn, 2011). Recién aparecida en nuestros centros
comerciales,
Drive es portentoso cine de género, reverencia y
reinvención.
Winding Refn -urge rastrear su pista- ha mecanografiado un
excelente texto epigonal en la nostalgia del
thriller norteamericano de
los setenta. Eso es, aquel que se nutría de la épica de guantera, una adulterada
evocación del samurai según Melville y ese alquitrán exiguamente iluminado que
refugió a
Richard Widmarck,
Steve McQueen. A su modo,
Ryan
Gosling pivota un universo icónico cuya potencia denota de por sí el lugar
propio que, a buen seguro, ocupará el film de Winding Refn entre la oleada
postmoderna. Un colosal cierre de año. Pero hay algo más. Varios fogonazos se
los lleva
Christina Hendricks, la dueña del cotarro -por cierto- en la
oficina de
Don Draper. Quedan avisados.
Tráiler de Drive (2011),
de Nicolas Winding Refn
Hemos
llegado. Hasta aquí 2011, o una porción. Debería servir, en cualquier caso, para
hacernos regresar a la sala de cine al menos una vez por semana durante 2012.
Aunque -honestamente- solo fuese por cuestionar el próximo listado que nos
aireen.