La novela de Franzen pesa tanto como su propio título. Una novela difícil
de leer por lo pronto desde el punto de vista pragmático. Cuando uno saca la
Libertad de paseo la tiene bien presente, porque pesa en el bolso, y en
las manos, y también cuando se tiene dentro de la cabeza, deambulando. Es el
tipo de novela torrencial a la que se refiere el profesor Amalfitano en
2666. Quieres matar al autor, pero luego sólo quieres.
El personaje de
Bolaño puede ayudar todavía más a comprender qué hay en
Libertad, y esta
vez le quito el artículo porque sólo quiero referirme al libro. Amalfitano
recreaba en
2666 un momento y una obra de Marcel Duchamp. El papá del
urinario regaló a su hermana un cuaderno de geometría cuando esta se casó. Lo
ató a un balcón, dejó que la intemperie viviera sobre él, el libro frente a
lluvia, sol y vientos; y lo fotografió. Es uno de sus readymade (
ver
vídeo al pie del texto), se titula exactamente así,
Unhappy
readymade.
Y el objeto reaparece en
2666. Y se hace carne
en Franzen, porque así es precisamente la
Libertad que nos ofrece,
unhappy readymade. Así es la novela también, unhappy readymade, un
combate de
verdad. Una vida a la intemperie, siempre atada a algo, siempre. La que nos
presenta es la de la familia Berglund a lo largo de las décadas, desde los
inicios de la unión de Patty y Walter hasta que sus hijos, Jessica y Joey,
sobrepasan la veintena. Los primeros intentan enmendar los errores de la
relación con sus padres repitiéndolos con sus hijos. Es el error de toda una
generación frente a otra nueva. La incapacidad para demostrar afecto, por si
esto puede hacer al receptor alguien más débil, o porque sencillamente no se
sabe hacerlo, frente a la sobreprotección, la desmesurada atención y siempre un
horizonte imposible: el reto de la perfección. En el caso de Walter todo es una
cuestión moral. Patty pierde años y páginas intentando hacer las cosas ‘bien’ y
sólo lo consigue una vez se le ha abierto, casi literalmente, la cabeza. Richard
Katz, la estrella del rock amigo de los dos, es el que consigue que ambos vean
otras partes de ellos mismos. Y él es al mismo tiempo el más lúcido y el más
incapaz de los tres. Hay en la novela bellos e intensos diálogos, y todas y cada
una de las sensaciones que se pueden tener cuando algo se está creando, o algo
se está cerrando, yendo.
Jessica y Joey
son jóvenes crecidos (y este adjetivo quiere ser participio) en nuevas formas de
expresión y, sin embargo, los problemas de comunicación persisten entre padres e
hijos. Pienso de hecho que
Libertad, pese a las muchas historias
complejas que aglutina y contempla, es una novela sobre la incomunicación, sobre
los problemas que acarrea intentar tener una comunicación auténtica con los que
nos rodean, con los que nos rodean y, además, queremos. También me parece una
novela sobre la ambición, entendida no sólo esta desde el punto de vista del
éxito o del dinero. Hay ambición de independencia, de que el otro nos comprenda,
de que se nos quiera, de que la familia de la que procedo funcione como, creo
que, debiera.
Libertad se adhiere también al género de novela
campus. El género de David Lodge, de Tom Wolfe y de Michael Chabon. En algunos
pasajes todo me recordaba a la novela de Wolfe
Yo soy Charlotte Simmons
y, en cambio, al final, me acabó pareciendo un bellísimo homenaje –por
cierto, también se cita un título de McEwan,
Expiación-. Es importante
esa parte de novela campus que hay en
Libertad, porque en ese speedico
universo tan norteamericano se pueden observar muchos de los grandes vicios y de
las grandes virtudes de la cultura del país. La competitividad, por lo pronto,
que convierte en Patty en mucho de lo que es.
Otro rasgo del carácter de
la protagonista es la ironía. La parte más seductora del personaje. Ella es la
única que dispone de dos partes en el libro, es la que nos recuerda que, sin
parecerlo, la novela de Franzen también está hablando de literatura, y de los
grandes males a los que se enfrenta el ser humano en este siglo, además de la
superpoblación, el conflicto palestino-israelí, las armas de destrucción masiva
y el 11S. La depresión no se describe, se escribe, y por eso Patty acumula
páginas de un manuscrito en el que se denomina a sí misma autobiógrafa. Y es
precisamente ese texto sobre el que juega el azar, es decir la intemperie, el
que permite a su vez otras conclusiones, otras tramas.
A través de las
palabras de Patty se reconocen dos tipos distintos de hombre. Se reconoce el
amor, pero hay cierto escepticismo a la hora de creer en él. Hay siempre una
lucha en todos los personajes entre lo que creen que merecen y lo que obtienen,
entre lo que deberían hacer y hacen, o no hacen, entre lo que habría que decir y
no se dice por miedo a … algo, a veces cualquier cosa, y hay mucho llanto
atragantado, y mucha soledad. Se reconoce pues al ser humano como alguien capaz
de lo mejor y de lo peor y, a menudo, alguien capaz de cometer los peores
errores por las mejores razones.
A veces la libertad es triste, porque
se convierte en una retahíla de justificaciones tras una acción deliberadamente
libre.
Libertad dice: hay muchos niveles del yo, o para el yo, y todos
traen problemas. Cuánto de ti das a los otros, cuánto de ti a los otros que más
quieres, cuánto de ti das y cuánto esperas de los demás, qué expectativas
tienes, si eres de los que aún las tiene, y qué estás dispuesto a aceptar. Los
protagonistas de la novela, Patty y Walter, sólo entienden un poco más claro en
qué ha consistido su vida cuando consiguen ver desde otra óptica no ya la
familia que crearon juntos, sino también aquellas de las que
provienen.
2666 a la intemperie
(vídeo colgado en YouTube por uminuscula)