Jenaro Talens: <i>Cielo avaro de esplendor</i> (Salto de Página, 2011)

Jenaro Talens: Cielo avaro de esplendor (Salto de Página, 2011)

    TÍTULO
Cielo avaro de esplendor

    AUTOR
Jenaro Talens

    EDITORIAL
Salto de Página

    FICHA TÉCNICA
ISBN: 978-84-15065-22-7. Colección Poesía 02. 120 páginas. 12 €



Jenaro Talens (Tarifa, España, 1946)

Jenaro Talens (Tarifa, España, 1946)


Tribuna/Tribuna libre
Jenaro Talens deslumbra con un Cielo avaro de esplendor
Por Miguel Veyrat, martes, 3 de enero de 2012
Fui un viejo juglar, y conté historias.
Mi nombre os es indiferente.
Sólo dejo constancia de mi oficio
porque fue oficio quien dictó mis versos
no la pequeña vida que viví
ni su dolor ni su insignificancia:
ella murió conmigo y aquí yace,
desnuda como yo, bajo esta piedra.

Jenaro Talens, Epitafio

Este poema que decido colocar como epígrafe a mi lectura del último libro del poeta y profesor de literatura Jenaro Talens, corresponde a una obra anterior a la que comentaremos porque evidentemente “marca tendencia” o voluntad de ser. Como explica la nota de contracubierta, es de este modo y manera como ciertamente pretende ser leído y recordado el autor de Cielo avaro de esplendor (1) pues en ese texto se califica el libro que sale a la luz como “privilegiada metáfora del conflicto esencial que de modo constante ha atravesado su escritura, el ser-en-el-mundo”. Para entendernos: el recurrente Dasein formulado por Heidegger que significa un descubrimiento de la contingencia y la finitud en el ser que nos es más directa e inmediatamente conocido (2). Existenz o ser ahí, para ser exactos según el más ilustre continuador de la fenomenología que estudia la conciencia. ¿Pero ha sido ahí donde pretendió un día estar el poeta y profesor Jenaro Talens? Muy cierto es que en todo poeta verdadero late la posibilidad de que este hecho vital coincida con su deseo.
Mas el Talens que quiso pertenecer un día al “mester” de los juglares ambulantes y pobres ha dejado transcurrir su vida en el más abrigado “menester de clerecía”, entendiendo por clérigos contemporáneos a los sacerdos oficiantes en el misterio de los departamentos de Literatura de las Universidades donde se habla una jerga distinta a la juglaresca, y se operan extrañas alquimias promocionales y profesionales —a menudo hasta el oprobio— encaminadas a dirigir colecciones, obtener premios de excelencia basados en la abundancia de tesis y monografías encargadas a los alumnos de unos y otros, en interminable cuerda masónica de doce nudos que otorgase triángulos tan perfectos como las pirámides egipcias. A menudo tan eficaces en su primor que han dado en exquisitas clasificaciones de los poetas contemporáneos según el capricho de una u otra corriente del llamado “pensamiento académico”. Seríamos sin embargo enormemente injustos si se detuviera nuestro comentario acerca de la poesía de Talens en esa parte de su vida laboral —ya que primum vivere como reza no en vano el proverbio, aunque tampoco de pan viva siempre el hombre y se conforme frecuentemente con el circo.

Debo decir por tanto, pues esa será mi conclusión tras la lectura de Un cielo avaro de esplendor, que la obra poética de Jenaro Talens se ha mantenido viva en el oficio juglaresco pretendido salvo algunas caídas en el manierismo de la clerigalla ya citada, aunque gozando de la carnalidad propia del hombre mediterráneo que siempre ha sido y ha querido ser; del hombre de izquierdas que, incomprensiblemente, al recorrer junto a sus actuales lectores distintos tramos de su existencia, cita numerosas veces el sintagma tan querido a la poética de la impostura llamada del silencio: el famoso ”murmullo” que comportaría una esencia creacionista de la palabra y por tanto del pensamiento que se genera incluso antes de su uso. Sin embargo, el propio poeta —aclaremos esto antes de entrar en su honda y hermosa, sugestiva poesía—, ha querido manifestar en las presentaciones realizadas en distintas librerías e instituciones, que “ha sido encuadrado por la crítica en la generación poética surgida en la poesía española contemporánea de finales de los años sesenta, conocida como generación novísima, generación de 1970 o generación del lenguaje (3), si bien siempre mantuvo, desde sus inicios, una posición excéntrica y marginal respecto a las que se consideraban las características definitorias del movimiento.” A pesar de esta declaración liminar, el libro que hoy se nos entrega cierra con una cita de J. A. Valente, caudillo de la generación del silencio, un poema a él dedicado, más otro de homenaje a la poetisa neomisticista C. Janés, una de las vestales-pecio de aquella antología hoy felizmente naufragada con el título de Las ínsulas extrañas en la que Talens se embarcó conscientemente.

Todo el sereno y dolorido recorrido poético desembocará en la intuición de un retorno a ese incierto estado de infancia que muchos viejos vivimos como entrega a la unidad

¿En qué quedamos? Si “la crítica” son él y sus compañeros de academia, razones tendrán para ese juego de clasificaciones a menudo necias que ahora trataremos de marginar para ser coherentes, como gacetilleros de fortuna en nuestra condición de viejos lectores de poesía, abordando su “dizer” desde el propósito enunciado en aquel epitafio que exhibió el profesor con anterioridad: su “oficio” de poeta. Este libro donde un cielo sentido como avaro de esplendor trata de iluminar sus guardas con una dedicatoria a la madre de su autor, comienza a sonar entonando la música anunciadora en la naturaleza de la presencia de un mundo que se descubre y nombra con un “Réquiem para clarinete solista”. Terminará ciento trece páginas mas adelante, una vez descubierto que aquel cielo contenía el poder de los sueños amablemente infieles, con una “Coda” titulada dantescamente “Incipit Vita Nuova” (4) como salutación a la continuidad de la especie encarnada en la llegada de un nieto:

En el jardín intacto donde duermes,
como un alba en reposo,
crecen flores de arena y los jazmines
dicen que el tiempo acaba de empezar
.

Todo el sereno y dolorido recorrido poético que se sostiene entre los dos polos citados, lleva como fardo reflexivo el relato o palimpsesto de un largo camino que desembocará en la intuición de un retorno a ese incierto estado de infancia que muchos viejos vivimos como entrega a la unidad, Kairós de la existencia. Continuidad carnal donde aquellos que nos engendraron recordaron su infancia y que, en recientes palabras de la poeta Chantal Maillard, “contemplaron sus manos y consideraron los tiempos futuros tan oblicuos como un tejado de las tierras norteñas y la vida como nieve cuando empieza el deshielo, escurriéndose en bloque desde los canalones” (5). Resulta ejemplar en este sentido el tratamiento literario que realiza Talens al colocar sabiamente los herma que jalonan sus avatares propios compartiendo su voz con las de otros seres que la completan, modifican o rinden, rindiendo tributo desde la primera parte de su deshielo personal en “La Certeza del Girasol”, para comprobar después la “tiranía del inconsciente” en la segunda estación, exactamente donde “Lo que enciende el Fuego” para concluir tras diversas rememoraciones significativas en la evolución de su sentimentalidad, en la hoguera —para mi— de la más hermosa entrega de su libro, Tierra para nada. Para ello ha debido manifestar previamente que “Ya no me asusta decir quién soy”, que

El tiempo no tiene
otra pasión que su insignificancia
ni más designio que cerrar la puerta
mientras la vida sigue sin desfallecer.
Qué más decir. Las voces que musitan
alrededor son aire y la penumbra
disuelve tonos y perfiles.

Desde el primer grito humano que consiguió ser modulado por la emoción sin par que genera el habla dirigida a otro, y hasta el último aliento estampado en herida hecha canto, todo es o puede ser poesía

Ya no habrá murmullos que ayuden a descifrar el enigma ni las trampas a las que nos conduce la hermenéutica. Ni siquiera el amor podrá sobrevivir al desastre de la incertidumbre que acecha a quienes interpretan el crepúsculo. Mas tampoco a la interpretación teológico/gramatical del alba, querríamos añadir. Todo le es dado al poeta por la naturaleza, incluida el habla; fundamentalmente las palabras que descubrirá para pensar, junto a quienes le acompañen en la construcción de un mundo que habitar, compartiendo el dolor y la búsqueda de la felicidad que a menudo produce el propio hecho de buscarla. El murmullo que puedan inspirar dioses construidos desde alfabetos teocráticos, como es el caso de algunos continuadores contemporáneos del pensamiento inicial de Husserl para quienes la vida es siempre avara de cualquier esplendor no basado en un Tetragrámmaton iniciático. El cielo enunciado por el magnífico poeta que ha resultado ser Talens desde sus principios, esplende velado por algo de avaro desencanto que no debería contagiarle en estos sus ensayos personales para una despedida cuando ya presiente el regreso a la inocencia.

Desde el primer grito humano que consiguió ser modulado por la emoción sin par que genera el habla dirigida a otro, y hasta el último aliento estampado en herida hecha canto, todo es o puede ser poesía. Y esto último debe saberlo el poeta que ha escrito los versos inscritos en un “Atardecer con pájaros”, en el que encarga —Deo Invicto Mitrae— al padre del fuego que entregue el testigo de la tradición, queremos creer, a poetas que aguardan aún amagados entre las sombras. Siempre quedará constancia de su oficio, y el resto bajo la desnuda piedra destinada a ocultar aquello que debe ser olvidado:

No te aventures por la ardiente arena
y húndete, sol, en este mar dormido.
Todo el aire está en llamas y el verano
rechaza lo inminente del atardecer.
Muy lejos de la lluvia que disuelve los sueños,
donde incluso morir parece una insolencia,
las formas apacibles de la imaginación
son sólo el vacuo parpadeo de los últimos hombres.
Quédate inmóvil en el agua inmóvil
Y que otra aurora borre el exterminio
ofreciendo a la sombra lo que quede de ti.


SELECIÓN DE POEMAS DEL LIBRO (a cargo de Miguel Veyrat)


NIÑO QUE CORRE CON LOBOS

(Palabras para Matías en el otoño mexicano de Guadalajara)


Huyo de una mirada que ahora sé que no es mía. Con ella, sin embargo, gocé los fastos de la primavera y bebí de una luz donde, aún, improbable, persevero. No era la herrumbre al uso ni la desnudez del otoño lo que me esperaba al otro lado del jardín, pues sólo quien remonta por el cauce puede encontrar la huella de un origen y son las brumas las que borran el destello de unos años vividos en cascada. Si algo aprendí de un cielo avaro de esplendor, fue el poder de los sueños amablemente infieles. Por eso tus dos ojos, hoy recién florecidos, me devuelven un estremecimiento muy antiguo que hace tiempo olvidé, la certidumbre de que otras son las aguas que corren bajo el mismo río y han sembrado en mi casa la alegre combustión de la pureza.


Obertura

LA TIRANÍA DEL INCONSCIENTE



El árbol dijo a la semilla:
«Mírame absorto en mi raíz, en la
savia que nace y corre en mi interior,
(¿no oyes cómo circula
por el azul del sueño?). En la corteza
suena su música callada,
el silencioso acontecer que fluye
desde la tierra al vértigo del fruto.»
Y la semilla respondió: «no busques
descubrirme en la luz, a mí que soy
sol y origen de nadie».

Cuando llega la noche sin excusa
me hace daño tu voz,
lo intransitivo de tu voz,
la furia de tu sed
junto a la mía.


IV


No hay más destino que el azar. Tal vez
fuese el aroma de las mismas flores,
su desnudez incierta junto al cobertizo,
o la pregnancia de la muerte. El joven
supo que el cielo era irritable, que
la humillación es simple, como un vértigo
que nadie en torno se atrevió a decir.
En la trinchera no hay costumbre, el rico
y el pobre, el justo y el avergonzado,
todos iguales bajo el sol. La sangre es invisible
y el alba nebulosa de setiembre
obligó a compartir el desamparo,
sin desesperación y sin remordimiento;
era otro modo, incierto, de sobrevivir.
Tierra de nadie y para nada, en medio del dolor,
la noche convirtió el campo de batalla
en un paisaje de sonidos.
El viento aún sopla entre las ruinas
(en ellas crece la naturaleza)
pero su música perdura, convertida en hogar.


V


El alba en los escombros se detuvo. A cambio,
toda posible salvación, la siega de los días,
la redundancia del sembrar, su frágil
inclinación a la certeza fue
como un soplo animal. La luz era tan densa
en su interior que hasta el ladrido sordo de los perros
pautaba los silencios a su alrededor.
Toda una eternidad de tumbas herrumbrosas
mediaba en vano con el viento, aceite
lubricando las bisagras del anochecer
y la inclemencia del rocío en sus
ojos abiertos frente a un mar sin rostro
selló la ruta para siempre. Ya
no fue posible imaginar siquiera
la marcha atrás. Desde los arrozales
pudo sentir el estremecimiento
de un mundo clausurado, las analogías
de una baraja en la que el comodín
es un descarte apenas y su imagen rota
sólo un enigma vuelto del revés,
el súbito fulgor de un cielo raso.


XIII


Pero incluso el fluir de la conciencia
crece en los territorios del olvido.
Bajo la extrema palidez del aire,
en la penumbra enrarecida de este cuarto, el gris
(¿o era, tal vez, azul?) se descompone
en el fiel de unos ojos cerrados para siempre.
No hay desesperación que no termine
por disolverse en los derrumbaderos
del transcurrir, sin estridencias,
como las lágrimas que se confunden
entre las gotas de la lluvia. Aquí
no quedan huellas y la imagen rota
que el fuego consumió, ya no es un rostro
sino ceniza ajena a las lamentaciones
que a la orilla del mar de la niñez,
donde habrá flores de azahar, el huerto
de otros naranjos sin Edén, un día
se perderán en busca de reposo. Que
nadie finja en su nombre el sueño de la eternidad
y sólo turbe su silencio el eco de la música,
el ruido sincopado con el que suele hablar el corazón.


NOTAS:
(1) Tarifa, 1946. Un cielo avaro de esplendor. (Salto de Página, Poesía, 2011) Siendo tan extensos los hechos, libros publicados y méritos académicos acumulados por Talens, preferimos remitir al lector a la biografía, revisada por él a buen seguro, que publica Wikipedia.
(2) La joven y extraordinaria poeta Rebeca Yanke, termina su poema “King of Masters” de su libro Infinitos corpúsculos (Puerta del Mar, Málaga 2010) con estos versos: resbalaré en la nieve hasta/ mezclarme, mientras caigo/ gritaré: puto dasein!/ y habrá cuervos que dejarán/ constancia del desastre.
(3) La pepla de las generaciones ha sido uno de los comodines que ha facilitado la labor de deseducar a los estudiantes por el escalafón “generacional” continuador de los vicios docentes de la dictadura franquista.
(4) Dante Alighieri, “Comienza la Vida Nueva”: En su último soneto, queda escrito que Más allá de la esfera que más veloz gira, pasa el suspiro que de mi corazón sale: inteligencia nueva, que el Amor llorando infunde en el corazón, y hacia arriba lo tira.
(5) Ch. Maillard, Husos (Notas al margen), Pre-Textos 2011, página 25.