The
Wire (traducida en España como “
Bajo escucha” y en México como
“
Los vigilantes”) fue
emitida por la cadena de cable norteamericana
HBO durante
los años 2002-2008, con un total de 60 episodios cada uno de una hora
aproximada de duración. Para aquellos a los que (todavía) les resulte
desconocido su nombre, la HBO es la cadena de televisión responsable de series
de culto que han
revolucionado el lenguaje televisivo tomando
tratamientos técnicos, conceptuales y argumentales propios del mundo
cinematográfico, teatral e incluso literario, como son
The Sopranos
(
Los
Soprano),
Six Feet Under (
A dos metros bajo
tierra), o
In treatment (
En
terapia).
Sobrepasando lo local
El argumento de
The Wire podría,
a priori, parecer banal y
manido. A grandes rasgos, podemos decir que a lo largo de la serie se narran los
esfuerzos de un grupo de
policías de la ciudad de Baltimore (Maryland,
EE.UU.) por acabar con un grupo de narcotraficantes valiéndose para ello de
diversos medios, entre ellos la escucha telefónica que da nombre a la serie. Sin
embargo, ésta es mucho más. El espléndido guión de
David
Simon y
Ed
Burns, creadores de la serie y guionistas, podría haber sido fácilmente
una
novela en cinco tomos. No obstante, la potencia y profundidad del
guión, sumada a la áspera realidad que reflejan sus imágenes, poéticas en su
dureza, hacen que esta serie, marcadamente realista, sea una pintura tan
verdadera como cualquiera de las descripciones de
Galdós.
Podría
pensarse que en ella se aborda una historia demasiado local y alejada de la
realidad social de un espectador español o europeo. Sin embargo, lo que hace
deslumbrante a esta serie es la
universalidad de sus temas y personajes;
es como si gran parte de la obra de
William Shakespeare hubiera sido
condensada en un guión para cinco temporadas. Porque su guión genial, rico y
complejo, va más allá de esa investigación policial que articula el hilo entre
sus diferentes temporadas, reflejando sin maniqueísmos ni moralina fácil temas
universales como la
culpa, la
ambición, la
traición, la
soberbia, la
corrupción, la
burocracia, el
miedo, la
desolación o la
búsqueda del perdón y de la
redención.
Además, aborda con admirable precisión diferentes facetas que componen de manera
caleidoscópica la ciudad de
Baltimore, escenario donde se desarrolla la
trama y que
podría ser perfectamente cualquier ciudad del mundo, con sus
carencias y virtudes, sembrada de seres humanos que viven y luchan por su
supervivencia con más o menos fortuna.
Tal y como se muestra en
The
Wire, nos encontramos ante el
retrato físico y humano de una ciudad
empobrecida (convendría señalar que tras ver esta serie uno asume que el
concepto de pobreza en los EE. UU. va más allá de a lo que estamos acostumbrados
en España) con una población mayoritariamente afroamericana que vive en una
realidad donde la supervivencia y la drogas están estrechamente ligadas y donde
sus personajes observan impotentes que, cuanto más luchan, más difícil se hace
alcanzar el paraíso. Muchos de estos personajes podrían compararse a Sísifo, ya
que pese a su voluntad y deseo no logran llegar a su Ítaca anhelada.
Baltimore y The Wire Al igual que sucede en muchas
novelas,
The Wire es la ciudad que se retrata. Los guionistas de
la serie, David Simon y Ed Burns, fueron periodista del diario
Baltimore
Sun y policía de homicidios y profesor, respectivamente. Esto hace que el
guión radiografíe una ciudad y una sociedad desde el profundo
conocimiento, exponiendo todas sus virtudes y defectos. Personalmente, la
serie me parece que
dibuja la ciudad desde un profundo amor a ésta, lo
que permite que el espectador se sumerja en un espacio asolado por la decadencia
y la miseria pero, a la vez, dueño de una tremenda dignidad. Y esto es gracias a
sus personajes.
The Wire respira verdad: todos los
actores parecen salidos de las calles de Baltimore, y todos representan una
amplia variedad de tipos humanos, esbozando un microcosmos coral y casi
documental. Desde
policías y traficantes, hasta un retrato de la
clase
trabajadora encarnada por los descargadores del puerto de Baltimore, pasando
por el
profesorado de un sistema educativo ahogado por la burocracia y la
desidia. En
The Wire se retratan también
políticos corruptos,
traficantes que manejan su negocio como una simple operación empresarial,
policías borrachos y vagos pero también competentes en su trabajo… La lista
sería inmensa, como es el número de personajes que desfilan a lo largo de las
cinco temporadas de la serie. Algunos de ellos están presentes en todas, otros
sólo aparecen en una, pero su verdadera riqueza reside en tratar tipos con una
gran profundidad, válidos universalmente y
netamente literarios. Así, hay
antihéroes, personajes
perseguidos por el fatum, tipos que
desean y persiguen el
perdón y la redención, personajes corroídos por el
sentimiento de culpa, ambiciosos “trepas“… Todo está en
The Wire. En este
sentido, algunos amantes de la serie han hecho notar que ésta podría verse como
una
moderna
tragedia griega y yo, personalmente, corroboraría tal
afirmación.
Ambigüedad
Lo cierto es que tras ver la serie completa no se puede evitar terminar
amando a muchos de sus personajes a pesar de sus defectos y su dudosa moralidad.
Precisamente, lo interesante en esta serie es la ambigüedad de muchos de los
personajes. Tradicionalmente las series con argumento policial
habían reflejado al cuerpo
de policía como una especie de grupo de héroes que luchaban contra el
crimen que abanderaban personajes deleznables. Por el contrario, en esta serie
ambos bandos están equilibrados, porque si bien muchos de los personajes
policías son buenos en su trabajo y desean acabar con la organización de
narcotraficantes, tienen motivaciones más dudosas: desde la soberbia del
detective borracho y pendenciero
Jimmy McNulty,
quien cree ser más listo que los narcotraficantes, hasta el desmedido ansia por
ascender en el escalafón policial del
teniente
Cedric Daniels. Por su parte, los personajes que retratan el mundo de
los
traficantes, desde los simples camellos, matones hasta los grandes
“cerebros”, son incluso mucho
más atractivos que los personajes policías.
Retrato de defectos y virtudes humanas,
The Wire está articulado
sobre un guión donde los personajes respiran verdad y son caracterizados incluso
con cierta poeticidad. Uno de mis personajes favoritos, el
drogadicto
Bubbles, se presenta y retrata con tanta dignidad que es imposible no
conmoverse ante su desesperado intento de salir de las calles perseguido una y
otra vez por su particular
fatum. U
Omar, una especie
de
ladrón justiciero y homosexual donde serlo en un mundo de violencia es
firmar una sentencia de muerte. O
Frank Sobotka, el
líder del sindicato de los descargadores del puerto de Baltimore, que
emana una humanidad y dignidad asombrosa. Éstos son sólo algunos de los
personajes positivos, pero hay otros más negativos que, sin embargo, terminas
comprendiendo e incluso cogiéndoles cariño. Como el
concejal Carcetti,
imparable en su ambición por ser alcalde, o
“Stringer” Bell, un mafioso
que
concibe el
narcotráfico como un negocio más, sometido a las leyes del capitalismo de la
oferta y la demanda.
Estos personajes se entrecruzan a lo largo
de las cinco temporadas que componen la serie. Como hemos dicho, el hilo
narrativo se centra en una investigación policial, pero cada una de las
temporadas se centra en un aspecto distinto con el que los guionistas se
permiten diseccionar distintas situaciones que componen la realidad de la ciudad
de Baltimore.
Los bajos fondos En la primera, se retrata
el mundo del
narcotráfico de los bajos fondos. Además de conocer a los
personajes principales, Simon y Burns trazan un preciso retrato de las calles y
barrios más pobres del Baltimore oeste, asolado por la pobreza y las drogas. En
esta temporada se aborda
cómo es la organización de traficantes, que al
final el espectador menos avisado puede comparar fácilmente a la organización
policial: hay capitanes, tenientes y soldados que se dejan la vida en las
calles.
Stendhal y su reflejo de la realidad.
Los puertos
En la segunda temporada, sin abandonarse la línea de investigación, el
guión cambia de escenario y retrata una trama que se sitúa en el puerto de
Baltimore. Una excusa para mostrarnos la deplorable
situación de la clase
trabajadora norteamericana y sus problemas para subsistir, al mismo tiempo
que se adentra en uno de los orígenes de la droga: aquellos que la hacen llegar
al país. Así, del narcotráfico callejero que veíamos en la primera temporada
pasamos a los distribuidores de droga, fuente y verdadero problema.
La política tiene las manos sucias La tercera temporada
va más allá y
conecta la droga con el mundo de la política, que se
beneficia de las impresionantes fuentes de ingresos que genera ésta. Así,
asistimos a un muy ajustado retrato de la realidad de la
burocracia y la
corrupción política (el argumento es tan universal, tan equiparable a
nuestras fronteras, que casi asusta), que por su conexión velada con el mundo
del narcotráfico, que financia muchas de las campañas de sus políticos (no
olvidemos que en EE. UU. las campañas se financian con donaciones anónimas o de
grandes empresas), no hace más que obstaculizar la investigación policial. Esta
temporada ayuda a entender el entramado de intereses que siempre está detrás de
la política, muchas veces al margen de la propia ley.
La infancia
perdida La cuarta de las temporadas es, en mi opinión, una de las
más interesantes y la que bucea con más profundidad en uno de los orígenes del
problema del tráfico de drogas. Y quizá
una de las más conmovedoras
porque retrata cómo la inocencia de los niños se destruye por intereses
económicos. En esta temporada la acción se centra en el
sistema educativo
norteamericano, totalmente ineficaz y podrido, que no hace sino desmotivar a
los niños y arrojarlos a las calles. Basándose en la historia de cuatro chicos
que acuden a una escuela pública de la ciudad de Baltimore, muestra como éstos
se ven abocados, por muy diversas razones, a las calles, siendo presa fácil de
los traficantes que les introducen en su mundo ofreciéndoles pequeños trabajos
de “vigilantes” o “pasadores de droga”. Hay que tener en cuenta que la serie
retrata una ciudad, como hay muchas en muchos países, donde el paro y la
desmotivación hacen que muchos niños abandonen la escuela por desinterés o
cegados por el dinero fácil. El esfuerzo y el deseo de mejorar no se valoran, y
muchos de los niños que retrata la serie no tienen más salidas que insertarse en
el mundo de las drogas, bien como traficantes, bien como drogadictos. Esta
temporada es especialmente dura y desoladora, pero hay tanta verdad que resulta
emocionante. La idea y el concepto de un sistema educativo en el que los
profesores están presionados por la burocracia para alcanzar resultados
sobre el papel (como, por ejemplo, que la mayoría de los estudiantes aprueben un
examen estatal para continuar recibiendo subvenciones del estado, sin importar
si verdaderamente los niños han aprendido algo),
está
de plena actualidad.
El falso periodismo Por
último, en la quinta temporada se aborda el mundo del periodismo. Fruto de la
experiencia de David Simon en el
diario Baltimore Sun, se
retrata un colectivo más interesado en publicar reportajes de impacto y de corte
sensacionalista que en hacer buen y honesto periodismo que denuncie las
carencias y problemas de la ciudad. Un varapalo y, a la vez,
canto a la
profesión y a la competencia. Sencillamente admirable.
Hay que
advertir de el argumento que he esbozado pobremente en párrafos anteriores tiene
un guión cuya autoría corresponde a los citados David Simon y Ed Burns. A este
respecto, cabe decir que detrás de la gran mayoría de las series emitidas en los
Estados Unidos está una persona o varias que conciben la idea y el diseño de la
trama, ejerciendo en muchas ocasiones no sólo el rol de guionista, sino también
el de productor e incluso director. Esto, en la gran mayoría de los casos, da
lugar a un
fuerte sentido de la autoría. Esto parece no suceder en
España, donde la gran mayoría de las series son, en mi opinión, o meros remedos
de otras series, normalmente norteamericanas, o ideas pobres y sin argumento, de
personajes planos y arquetípicos y, lo que es aún peor, ancladas en un tipo de
historia que arrastra, cuanto menos, un insoportable costumbrismo que los
productores de televisión españoles están empeñados en seguir cultivando. Una
falta absoluta de creatividad.
En
The Wire al menos sus
guionistas tuvieron la voluntad de crear una
obra de entretenimiento
honesta que fuera más allá, ofreciendo con ella un retrato humano y
geográfico de una ciudad francamente universal, reflejando sus defectos y
virtudes y realizando una
sana autocrítica a muchos de los males que
asolan la sociedad
norteamericana. Todo muy lejos del sainete español.
Cuando veamos algo así en las pantallas españolas, algo habrá cambiado. Hasta
entonces, nos quedará la HBO.
Un último consejo. Si no conocían esta
serie y tienen curiosidad por verla, no lo hagan con el doblaje español. Soy
partidaria de la versión original, y en este caso ésta se justifica aún más: la
serie refleja la variedad de acentos de la ciudad, desde el
slang de las
barriadas más pobres de Baltimore hasta el argot policial pasando por el pomposo
y peligroso lenguaje de doble sentido de los políticos. Perderse esto sería un
crimen.
Y otro asunto. El
tempo narrativo de la serie está en las
antípodas de la acción y la espectacularidad. Quien
busque
eso,
que se abstenga de verla y recurra a otra serie igual de interesante pero
diversa en su planteamiento,
The
Shield,
emitida en la cadena por cable
FX. En
The Wire todo sucede despacio, poco a poco, y hay que dar
una oportunidad a la serie si los dos primeros episodios parecen “lentos”. Una
vez acostumbrados a su ritmo, la
serie se convierte en un libro de
cabecera.