Esta ausencia es más acusada en la literatura, pues el signo de nuestros
tiempos ha sido la imagen, que ha venido acompañada de un cierto florecimiento
de productos visuales de todo tipo -no sólo artísticos. Hace tiempo que la
publicidad ejerce un relevante dominio en este terreno.
Esto no quiere
decir que la producción literaria se haya detenido, simplemente se hizo más
individual. Parece que los creadores dejaron de reconocerse como grupo, que el
desencanto los venció y que aquel continente de colectividad artística que fue
el sello de otros tiempos dejó de tener sentido. Este fenómeno tiene
consecuencias no sólo en el acto creativo sino también en los lectores y en las
lecturas. Es así como lo percibo.
En la literatura latinoamericana la
última tendencia reconocible fue el
boom, hace ya más de cincuenta años,
en cuyas obras se percibían con nitidez determinadas circunstancias del contexto
social y político que animaban la creación. Estos elementos aparecían con
distinto énfasis en los autores del movimiento, pero la fuerza de los vínculos
los perfilaba como un conjunto. Así, se puede identificar en los autores del
boom la construcción de un discurso narrativo propio, pero una respuesta
contestataria a la cultura hegemónica: un proyecto estético que rescataba los
rasgos de la identidad nacional de cada nación y se convertía en la mirada, no
de un autor, sino de un grupo en la transición hacia la modernidad de las
distintas sociedades latinoamericanas.
Hace 50 años era difícil mantenerse
al margen del encendido debate ideológico que explica el surgimiento
prácticamente paralelo del boom latinoamericano y de la generación
beat en Estados Unidos
La
efervescencia política y social de la época, cuando el mundo se agitaba en la
polarización de las ideologías de izquierda y de derecha, cuando unos se
ilusionaban con la posibilidad de un mundo socialista mientras otros apostaban
por el progreso capitalista, tuvo a muchos escritores que explícita o
implícitamente tomaron partido por una opción política, simplemente porque era
difícil entonces mantenerse al margen del encendido debate. ¿Recuerda el lector
el libro de Neruda
Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución
cubana?
Esta circunstancia explica el surgimiento prácticamente
paralelo del
boom latinoamericano y de la generación
beat en
Estados Unidos. Kerouac, Burroughs, Ginsberg y Corso daban forma estética a la
necesidad de confrontar los valores que la sociedad capitalista imponía, lo
mismo que en América Latina el fuerte arraigo colombiano de García Márquez y el
cosmopolitismo de Fuentes, Vargas Llosa y Cortázar se fundía con sus raíces más
autóctonas para producir algunas de las novelas más extraordinarias y memorables
de la creación humana en esta parte del mundo, mientras que en el continente que
Conrad llamó
negro otra legión de escritores, entre ellos Chinua Achebe y
Ngũgĩ wa Thiong'o, transitaban por el mismo camino.
Las propuestas de
los escritores
beat que ayer resultaban todo un desafío a los cánones
sociales, hoy parecen pálidos arrebatos adolescentes. Incluso las posturas más
radicales en torno al consumo de estupefacientes como vehículo para alcanzar la
cima creativa no es nada comparado con el enorme consumo de drogas sin ningún
fin artístico o utilitario. Hoy sólo vemos extenderse alarmantemente su uso sin
otro fin que la huida y la autodestrucción, que termina por anular, ya no
digamos la conciencia, sino la más elemental funcionalidad social.
Es posible que haya muchas causas a
la ausencia de movimientos literarios tan cimbradores para multitudes como los
de estos dos grupos de escritores (...), estoy convencido de que la mayor parte
de ellas pertenece al curso que ha tomado nuestra vida en
sociedad
Las imágenes vertiginosas que se
suceden en la novela
En el camino, tanto como una de las más trepidantes
piezas
beboperas de Charlie Parker, que describen los viajes alucinantes
y sin sentido de los protagonistas, son el símbolo de la vida demencial y al
mismo tiempo desolada que producen la orgías, el alcohol, la mariguana y otras
drogas.
En el camino y
Almuerzo desnudo son al mismo tiempo
refocilación y denuncia, “las cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión
celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y
andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad
sobrenatural” que describía descarnadamente Ginsberg en su famosísimo
Aullido.
Oliveira es el símbolo rayueliano de la estupefacción de
una generación que no encuentra su identidad y sale a buscarla en ultramar, pero
que arrastra en la búsqueda a la
Maga que es como el abrevadero tosco y
sabio del origen, con una apariencia falsa de ignorancia. La historia de los
Buendía narrada con hechos tumultuosos que se atropellan y llegan a confundir al
lector hurga con historias inverosímiles la vida alucinante de una ruralidad
mezclada con fantasía que remite y obliga al reconocimiento de los más
recónditos espacios de la identidad no sólo colombiana sino latinoamericana,
espacios en los que se vieron retratados millones de habitantes de América
Latina y que, por ello, se volvieron tan universales que deslumbraron al mundo.
Ixca Cienfuegos es misterio y verdad a la luz del día, es signo y símbolo, es
mundial y mexicanísimo, por ello se hermanó fácilmente con sus pares para formar
una comunidad de personajes que parecían vomitados de la impostergable necesidad
de tener un sello propio, una identidad.
Es posible que haya muchas
causas a la ausencia de movimientos literarios tan cimbradores para multitudes
como los de estos dos grupos de escritores. Unas razones estarán en el ámbito
artístico, pero estoy convencido de que la mayor parte de ellas pertenece al
curso que ha tomado nuestra vida en sociedad, donde, desde mi punto de vista,
priva el desencanto, un desencanto que ha impedido la comunión artística que
enriqueció la vida de generaciones anteriores.