Es de
celebrar que Hank Moody -enésima reformulación en la poética del creador
malogrado y protagonista absoluto de
Californication (Showtime, 2007-¿?)-
esquive el bloqueo a base de sexo en lugar de prestarse al (recurrente) destino
trágico, vía cirrosis, 9 mm., otras promesas. El memorizado tópico del genio
lenguaraz de vocación
kamikaze agotaba lecturas, miradas, y tropieza
quizá ahora con una refrescante puesta al día por cuenta de la desprejuiciada
serie de Tom Kapinos para la Showtime (
Los
Tudor, Weeds),
inmersa ya en su cuarta añada. Envilecida (y acertada) evolución del
Dr.
House, Moody se instala ruidosamente entre las sábanas de la
nueva
ficción televisiva norteamericana. Bienaventurados ellos, los
granujas.
El planteamiento, elemental, concede escaso margen. Encallado
en una crisis personal, creativa, Hank (David Duchovny), escritor neoyorquino de
éxito, se traslada a Los Ángeles con su pareja y la hija en común de ambos, o lo
que es lo mismo, el bautismo del autor en las licenciosas pautas del desmadre
californiano, regado de lúbricas surferas, agentes chalados, una completa
galería de estupefacientes. A esas alturas del partido, conviene apuntar el
conflicto en torno al cual orbita la serie, es decir, Hank: golpeado por el reto
que supone conciliar deberes familiares, de un lado, una inexcusable afición por
la juerga, del otro. Porque la identificación del relato y su carácter
fundamental dista de ser gratuita. Duchovny destierra el hieratismo marciano que
acuñaba el agente Fox
(X-Files, Fox,
1993-2002) para abrazar la insolencia de un tipo insoportable,
encantador, un cínico graduado que apenas alcanza a diagnosticar su desmesurado
apetito sexual. Sometidos a sus desmanes, el cargado álbum de secundarios que
revolotea alrededor del escritor tiene en Becca, la hija de Moody, una
fotografía relevante (así sucedía en la reciente y apreciable
Somewhere
de Sofia Coppola). Ella constituye el único garfio hacia la estabilidad,
quebrantada por la eufórica promiscuidad de su padre, competente sobre cualquier
terreno, capaz de compatibilizar escarceos con alumnas, colegas de departamento,
strippers, madres solteras, madres casadas, madres de las amigas de su
hija, madres en general, su exmujer. ‘Lo cierto es que no me gusto a mí mismo, y
no me preocupa’, resume Moody.
Suplente en el embate televisivo
estadounidense de los últimos tiempos,
Californication no quiso nunca
parecerse a
The Wire, a
A dos metros bajo tierra, rechaza el
recetario HBO, y tampoco evoca a Shakespeare, a Dostoyevski.
Californication es –remilgos aparte- una serie
softcore
merecidamente disfrutable, una (eso sí, muy dulcificada) embestida contra las
idiosincrasias del aparato industrial
hollywoodiense, el tinglado
editorial, demás accidentes. El creador naufragado redime aquí sus penas como
mejor puede -en una variopinta colección de mujeres- y sí resuena distante el
Fellini 8½
(1963), reverencia más o menos subterránea aliñada
por un gamberrismo MTV.
Si el verano es el tiempo de las pausas,
Californication se ajusta inteligentemente a tal propósito, y proporciona
una digna desconexión que, de pronto, a trompicones, destapa pensamientos de lo
más agudos. Tal vez habitemos un planeta tecnológico, apunta Moody, pero los
ordenadores, a grandes rasgos, sólo sirven para masturbarse. Algo de razón
tiene.
Tom Kapinos: Californication (Showtime, 2007-):
escenas subtituladas en español (vídeo colgado en YouTube por
Kelvisito)