Si el
arranque de
La
Dolce Vita (Federico Fellini, 1960) alumbraba un
paisaje horadado por rumorosas palas mecánicas, verticales bloques de hormigón
–una periferia germinada en la modernidad, la plusvalía-, Ettore Scola, tres
lustros después, despoja de máscaras a un
desarrollismo impostado en la
distancia cronológica, fogueo de un fango suburbial que factura chabolas,
letrinas.
Feos, sucios y
malos ilumina una existencia de arrabal, la del
clan Mazzatela y su hiperbólico patriarca, Giacinto, pobladores de la cloaca
romana en la Roma de la década de los setenta. Retrato de una miseria
insultante, plástica y repulsiva, rescatar hoy
Feos… supone colisionar
con un discurso desprejuiciado, ajeno a convenciones y lugares comunes.
Cuando en 1952 De Sica filmaba al retirado
Umberto
D., el espectador recogía el cabo emocional
lanzado desde la pantalla y se compadecía ante la penuria, tomaba aire inundado
por una piedad ya urdida en el guión, en la maestra puesta en escena. Scola
rubrica el acta de defunción de aquel marchito
Umberto D. Así, su
cámara pretende (con)mover, perturbar, dar pasaporte a un horror despojado de
todo componente romántico. Susan Sontag recuerda en sus ensayos como Leonardo da
Vinci instruía a sus pupilos en la más despiadada representación del drama de la
guerra: tan sólo mediante las más descarnadas composiciones –advertía el genio-
se lograría agitar al espectador, puesto que el alarde hiperrealista destierra
violentamente todo atisbo de piedad, diluida ésta en un pavor autónomo,
traumático. Parte de la gramática audiovisual contemporánea ha reciclado
reflexiones de este pelaje para asentar una obscena cultura de la
ultravisibilidad que conduce –conforme a lo escrito por tantos- a una consentida
neutralización del significado, o el ajusticiamiento de la idea de
transcendencia. La estrategia sabe a legítima siempre y cuando exista un
discurso bajo las imágenes, caso de Scola y su aguda crítica social.
Feos… hace suya tal retórica para sondear un modo particular de
descifrar la sociedad italiana de su tiempo (de otros, del nuestro), un
despiadado acercamiento distante de aquella misericordia de raigambre católica
que latía bajo la poética neorrealista. El realizador de
Una
giornata particolare filma una Italia inédita
partiendo de presupuestos (cuasi)inéditos. Dar con una obra que ensaye tal
descorazonador tratado social no resulta en ningún caso asequible y mucho menos
emulable. No detectamos en
Feos… rastro de ese barniz que impone la
temible ortodoxia de lo “políticamente correcto”, apenas se modula la ferocidad
en el discurso, la desprejuiciada contundencia. En lo grotesco, en la descarnada
(hiper)realidad que introduce Scola subyace una verdad execrable, tan necesaria
como dolorosa, tan injusta como tolerada.
Y entretanto. En el tiempo del
poder como negociación simbólica, imágenes que se reducen a imágenes componen el
caricaturesco escenario político del país de la bota. Italia, sacudida hasta
hace unos días por la siniestra iconografía del
berlusconismo, bajo la
festividad hortera que disipó la pulcritud del divo Andreotti para heredar su
opacidad en las palabras, en los hechos, quiere apostar por el viraje. De lo
hiperreal vaciado -tóxico- a la desafiante asunción de lo real. Las verdades que
filmó Scola, además, siguen allá, tras la tramoya, apestadas y -como de
costumbre- atrás, en el arrabal.
Ettore Scola:
Sucios, feos y malos, 1976 VOSE (en comisaria y la pensión) (vídeo
colgado en YouTube por cagarot)