Gil
(Owen Wilson) e Inez (Rachel McAdams) forman una pareja joven a punto de
casarse. Están de paso en París, junto a los padres de ella (Kurt Fuller y Mimi
Kennedy), unos republicanos que ven con buenos ojos el movimiento Tea Party,
escasamente francófilos y a los que su futuro yerno no acaba de convencerles por
"comunista". Ella desea pasárselo bien unos días, regresar a California, casarse
y vivir en Malibú. Mientras, él sueña con deambular por las calles de París
buscando la inspiración que le permitirá abandonar por fin su mediocre e
insatisfactorio trabajo de guionista en Hollywood para dedicarse a lo que
realmente anhela, convertirse en un gran escritor.
No tardamos en darnos
cuenta de que en la pareja existe una fisura palpable que ha nublado el
enamoramiento –un tema recurrente en los films de este inagotable zorro viejo
(
Conocerás
al hombre de tu vida en 2010,
Whatever
works en 2009 etc.)-, que se va acentuando a
medida que trascurre el metraje y que la presencia de los suegros no hace mas
que empeorar. Pero la situación tomará un nuevo giro tras el encuentro casual
con Paul (Michael Sheen) y Carol (Nina Arianda).
Paul, un antiguo amigo
de Inez, está participando en unas conferencias en la Sorbona y les propone
visitar juntos la ciudad. Por desgracia para Gil y bajo la mirada deslumbrada de
Inez, Paul es un pseudo-intelectual pedante experto en todo, al que le gusta
escucharse sin pausa disertando sobre las esculturas de Rodin, los nenúfares de
Monet o las excepcionales cosechas de vino francés. Pero pronto Gil se descuelga
del grupo cuando una noche decide dejarse llevar por sus pasos y recorrer esa
ciudad de ensueño y fantasía tantas veces imaginada, que fue capital cultural
indiscutible en los famosos años 20, excepcionales
années folles, y que
tantos intelectuales estadounidenses abrazaron en aquella época.
Todo
tiempo pasado fue mejor, y como Gil, tendemos a idealizarlo por insatisfacción
con nuestra vida presente: quisiéramos haber vivido aquella época dorada que
marcó sustancialmente la historia cultural y soñamos con encontrarnos con los
artistas admirados. Como dijo Faulkner, “The past is never dead. It’s not even
past”. Así que aquí llega la mayor sorpresa de todas: Allen transforma su
comedia romántica y melancólica vistiéndola de fantasía y en un pliegue temporal
mágico, al igual que en La Cenicienta, al tocar las campanadas de media noche,
Gil es transportado a esos años efervescentes y anhelados para encontrarse con
sus álter ego: Scott y Zelda Fitzgerald (Tom Hiddleston & Alison Pill),
Hemingway (Corey Stoll), Cole Porter (Yves Heck), Picasso (Marcial di Fonzo Bo),
Gertrude Stein (Kathy Bates), Dalí (Adrien Brody), Buñuel (Adrien de Van), Man
Ray (Tom Cordier) y T.S. Eliot (David Lowe) entre otros, además de la bella
Adriana (Marion Cotillard), última musa del momento de Picasso y antigua amante
de Modigliani, de la que caerá perdidamente enamorado.
Por desgracia y
muy a su pesar, Allen nos dice que la única forma de hacer arte de verdad, de
dejar huella, es comprometiéndose unívocamente con su época y que la nostalgia,
dulce, ciertamente, no es mas que una irremediable pérdida de tiempo. Y los gags
fluyen de forma brillante, pasando de una época maravillosa a otra. Adriana
arrastrará a Gil a La Belle Époque (1890), esencialmente vital según ella, y en
Maxim’s, famosísimo restaurante de entonces y de ahora, se cruzarán con
Toulouse-Lautrec (Vincent Menjou Cortes), Degas (François Rostain) y Gauguin
(Olivier Rabourdin) que, a su vez, anhelan haber vivido el Renacimiento, ya que
según ellos, nunca hubo época más importante.
Y
Midnight in Paris
es sencillamente un buen Borgoña que muchos espectadores sabrán apreciar con
regocijo.