Pureza Canelo: <i>A todo lo no amado</i> (Plaza y Janés, 2011)

Pureza Canelo: A todo lo no amado (Plaza y Janés, 2011)



Pureza Canelo en 1970 (foto de Eduardo Cáliz; fuente: <i>Nuevo Diario</i>, 20-12-1970)

Pureza Canelo en 1970 (foto de Eduardo Cáliz; fuente: Nuevo Diario, 20-12-1970)

Pureza Canelo en 1970 (Parque del Oeste, Madrid)

Pureza Canelo en 1970 (Parque del Oeste, Madrid)


Tribuna/Tribuna libre
Pureza Canelo culmina con A todo lo no amado la desnudez de su poesía
Por Miguel Veyrat, miércoles, 1 de junio de 2011
Vino, primero, pura,
Vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.

J. R. J.

Esta poeta que personifica la discreción, se me apareció sin embargo una tarde en la sala dedicada al busto de la reina Nefertiti en el Neues Museum de Berlín recién restaurado por el arquitecto David Chipperfield (1). ¿Cómo ella por aquí, entre el humo de mi recuerdo? En el perfil iluminado tenuemente, los pómulos delicados, la actitud pensativa de la bella mujer que 1300 años antes de Cristo convenció a su marido Amenofis IV para regresar a un dios único, llamado Atón, y Mitra en otras latitudes… Mi evocación llegaba del extraordinario parecido de la imagen contemplada ahora con la fina muchacha trigueña de ojos claros que se sentó junto a mí en la mesa de una cafetería madrileña, dispuesta a ser entrevistada por vez primera en su vida pues acababa de ganar el premio Adonais —que en aquél tiempo representaba la consagración para un poeta novel—, con sólo veinte años mal contados. Pureza Canelo (2) era su nombre y todo en ella transmitía, tras una timidez casi insuperable, la fuerza del mundo telúrico que ya era materia de su poesía escrita sobre su tierra extremeña abrasada en sol y en asperezas, añadida a la emoción de estar viva al notarla temblar bajo los pies —como los mismos versos que brotan en afán de desprenderse del cuerpo.
Nacimos materia. / Después llegó otra:/ la poesía. Llegó y se encontraron. Y entre la lucha agónica de esas (…) dos reinas que/ se maltratan/ lo suficiente/ hasta el último verso/ que exige/ la inteligencia/, nacería el poema —único dios posible, en busca de cualquier reflejo de todo lo que pudiera ser amado y que habría de convertirse con el tiempo en una obra de sobria y luminosa plenitud. La extraña metonimia establecida en mi memoria entre las dos reinas, la del pasado en la nostalgia de amor a un solo dios que se añade a la constatación de su ausencia, y la sentida por la poeta contemporánea que reconstruye el mundo uniendo a la materia con la mente, ya no resultaba banal. Quizás tampoco tan casual. Hoy, sobre mi mesa de trabajo abre sus páginas el último libro escrito por ella, dirigido a “Todo lo no amado”, que en su epígrafe de inicio dice: “No dio tiempo a amar”. En las guardas descansa también, en dedicatoria personal escrita a mano, un verso: “otra vez, vaciarme”. ¿Vaciarse para buscar un Todo ausente, perdidizo?, ¿no encerrarán esas palabras un propósito poético semejante al de aquellos místicos que recorren como una corriente seca el desierto de sus propias venas?, ¿ o tal vez esos epígonos contemporáneos de los místicos más castizos del hispanismo, atontados por un gálibo intermitente entre silencios y destellos de lo irreal? A primera vista, parece que no.

Pero el verbo engaña a veces, se vacía el poeta acaso en el momento de darse al Otro. Queda desnudo y expuesto a ser tomado por cualquier espíritu en el trance del cántico. Tampoco parece que sea este el caso. La palabra, en Pureza Canelo cae y sigue; fecunda la tierra de la que brotan nuevas formas. Necesita seguir y seguir. Desde su primer libro, ella lo sabía: “Yo ando, ando, ando”, se titula el poema que en el contrapunto del recuerdo (3) suena en unos versos que me leyó despacio entonces con su voz temblorosa desde la tinta fresca de la colección “Adonais”: Lugar Común (4) era el título del libro que escribió durante un verano entero en el que abrió a sus primeras luces personales el espejo donde los poetas observan, aprenden y edifican mundos movedizos:

Son deseos de elevarme del mundo para caer más fuerte
y recalcar la vereda
y bendecirme en todo y engañarme por eso como el humo;
un deseo de raíz, de no violentarme con la muerte, claro,
de pertenecer y no cansarme del misterio que soy (…)

Por tal vereda la poeta ha caminado cuarenta años sola, en una caída fuerte, que al responder a su vocación radical, afincó su palabra en una depuración constante de adherencias e inútiles agobios de sintaxis; sin más escucha que la interna y la pasión expresa por una voz propia a la que pertenecer —para no cansarse del misterio al que debe acceder por entero en el logro de ser. Sin contar tampoco con la muerte, que siempre se encuentra a la vuelta del camino y delimita precisamente un “lugar común”; sin autoengaño ni disoluciones en humos míticos, supo entrar primeramente en un auténtico Otro que resultaría fundamental en su obra: un animal de fondo llamado /El gigante/ metamorfoseador/ poeta inexplicable, con quien /Ahora mismo./ Todo lo movería/ por un verso/ suyo, pero mío. Para tal empeño, sí, el cenobio, la celda sobria, el Zurbarán de pan y agua en su pueblo, Moraleja, con los pies sobre la materia parda, Extremadura, y la mente en Moguer, el Poniente violeta. Al establecer años más tarde su recorrido en Poética y poesía, publicado por la Fundación Juan March en 2008, se refiere a cuál iba a ser tal esforzada vereda ya prevista desde aquel ya primitivo Lugar común, que se añade al decidido rechazo a la banalidad del primer renombre inesperado —y merecido, pero que le otorga pese a su juventud una madurez anticipada hacia todo lo que aguarda al poeta desde el primer instante en que es leído y reconocido.

Dice en esa confesión de parte en que relata el recorrido de su poética: “Aquel acontecimiento iba a marcar una actitud personal de rechazo a lo social literario. He procurado estar en permanente retirada desde aquellos tiempos complicados, porque no acababa de relacionar el “éxito” aparente con el vértigo real, en el momento insondable de mi disposición y las dudas ante el hecho de la escritura poética. Empezó la relación con escritores y procuré hacer seguimiento de sus publicaciones y tertulias. A lo largo de los años setenta intervine en actividades literarias de cara al público, sin saber decir no por razones de timidez, educación y falta de seguridad. El tiempo y mi falta de mayor interés fueron desdibujando los compromisos y así blindé mi casa interior para cuidar de lo que me pertenecía: vocación a solas, la de una mujer de no fácil compadreo en el mundo literario”.

Todo eso se dará en la gloriosa soledad de (…) una pequeña cueva/ donde borrarme/ a solas./, tal como podemos leer hoy que ha sucedido en este libro dedicado a cuanto no pudo amar, publicado a través de un premio para el que no supo o pudo decir que no, como tampoco lo hizo en otras contadísimas ocasiones en que tuvo que cosechar esos horribles laureles falsos de los “premios”, con los que pone a competir a sus poetas esta España pródiga en deslealtades. Sólo decir que aquellos premios que le otorgaron no la merecían a ella, ausente y fascinada temprano, por fortuna, en la tarea complicada de quitarle su túnica a la poesía —ese “momento insondable”—como le enseñó el gigante de Moguer: (…)Y apareció desnuda toda.../ ¡Oh pasión de mi vida, poesía/ desnuda, mía para siempre!

No es tarea fácil en este país de gongorinos desleídos y garcilasos desatados que unen indisolublemente a izquierda y derecha, prescindir de los ropajes fastuosos de tesoros con que revistieron a aquella reina, llamada poesía: las preseas que fue odiando Juan Ramón Jiménez hasta recuperarla sólo vestida de inocencia en su visión de niño. No todo fue así de fácil al principio, pero Pureza Canelo fue —andando, andando— despacio, con pocos modelos más (yo veo también la sombra de Vallejo en algún libro posterior) que la ayudan al despojo sintáctico, a la poda de los inútiles adverbios, los artículos innecesarios, la puntuación que impide la escucha del auténtico diástole-sístole del corazón de la otra reina, la pasión física —tan próxima a menudo al éxtasis sexual—, que compone, que escribe el poema. Y así consigue el estilo que va a modelar un personaje singular, distinto, discreto siempre y aparte en la feria de vanidades de la llamada “vida literaria”. Un estilo que, como el diamante de sol único que quiso ser Akenatón en un momento histórico, ella consigue desde un centro puro con reflejos poliédricos, plurales, en la talla bien definida por el fuego interior que tiene su mejor representación en el libro que comentamos: Flama./ Borradora de lindes/ temible fuerza/ en río de daño/ a su rama/.

La depuración por la poda, con la hoguera de rastrojos sobrantes de la siega. Un libro éste, A todo lo no amado, que es en realidad un prontuario para escribir poesía, ejemplarmente urdido con poemas. Una nueva “poética”, la más completa debida a su pluma y la más asequible al aprendizaje de la escritura en verso, cuya lectura convierte en inútiles los malolientes talleres literarios. Como en un sencillo manual agronómico o jardinero, muestra las guías madre del arte de la poesía; mujer enamorada de la tierra y sus latidos, del agua que la penetra y los brotes que la revelan se convierten en voces de árboles que la acosan y conviene podar de brotes y ramas desmedidas,

Huye del abuso
de vocablos fluorescentes
ciegan el interior latido
cuídate del verso hermoso
se vuelve cursi
no te apoques en descripción naturaleza
despeja prosaísmo
cuidado con la estrofa de amor
se desparrama sin fuerza
cae en el silencio
haz bien el encabalgamiento
si es voz interior la que manda.

Una poética fiel a alguna, cuanto menos, de las definiciones de la poesía que colocó Gerardo Diego —cuya Fundación preside Pureza Canelo actualmente junto a la hija del poeta desaparecido—, al frente de la Antología de 1934; la primera, por ejemplo, que reza así: “La poesía es el sí y el no; el sí en ella y el no en nosotros. El que prescinda de ella —el de qué se yo— vive entregado a todo linaje de sustantivos y supercherías, al demonio de la Literatura, que es solo el rebelde y sucio ángel caído de la poesía”: “Poesía, la invisible perseguida que llega siempre demasiado pronto a la cita, a la que nunca veremos aunque la hayamos creado nosotros mismos”. En fin. La poeta, entre muy pocos contagios de la gresca poética nacional, prosigue la senda de su destino, del que dice que (…) es zarandear/ a todo ser/ que hizo servidumbre/ de existencia/ por hilo invisible/ por hilo de las nadas/ en escaparate de mundo. Un mundo que no ha podido ser amado, abarcado, construido, porque la naturaleza que usó el privilegio, ahora se esfuma ella en mirarse. La naturaleza, que siempre llegará puntual a la cita con Pureza Canelo. Hablamos al principio de estas líneas de su lucha agónica que me recordaba intensamente al ideal kantiano en su formulación como “Aude sapere”. Hora es pues de que nos atrevamos a saber, guiados por sus versos, de la esencia que late bajo las ramas podadas de este libro y que arde desde el centro de la tierra; del agon que al contener lo aboluto como inmanencia, pretende alcanzar el centro del cielo recorriendo entero un azimut umbilical que la separa del sol.

Pero ahí, como en el antiguo Egipto, terminan las posibles coincidencias. En aquel sol que no proyectaba sombras, Nefertiti se funde, Akenatón abandona y Amón regresa al atardecer. Sin embargo el fundamentalismo ya alumbrado, dejará sembrada su semilla cegadora que trasmigrada por los hebreos, plantada por Moisés en el desierto y regada en el pozo de Abraham, dará ya a la humanidad de este lado del Occidente medio, el fruto transgénico de un solo dios con tres religiones del mismo tronco. Sin posibilidad de sombra. Sin pruebas ni sombra alguna, en un mediodía deslumbrante. El pensamiento único no las necesita. ¡Sólo profetas! ¡Viva la épica! ¿Para qué la poesía? La lírica se dará ya para siempre en claroscuro… pues huye de la luz intensa que la agostaría inútilmente y necesita vivir, dar fruto: necesita alcanzar con su amparo todo lo humano, ya que

Todo es
principio
de mundo

Nuestra poeta extremeña quizás se haya visto amenazada en algún momento por un deslumbre demasiado absoluto, como cualquier poeta. Y quizás la muerte le haya mostrado ya, con el paso de los años, su huella inevitable. A ella, a quien pertenece por derecho propio la “soledad rotunda”, como expresa su libro anterior Dulce Nadie, marcado por el sentimiento de la ausencia, no le afectará. Es la suya una soledad que se afinca en el cruce de los tres vértices de un propio triángulo existencial, como aclarará en una nota: “el desamor por tantas cosas, la ausencia materna y el egoísmo humano que nos invade. Tanta soledad me obliga a huir a un lugar recóndito e incalculable, para dejar de un lado lo ya reconocible”. En esa zona de penumbra opera el trabajo de desnudar nuevamente su poesía. Busca “una nueva distancia para abandonar todo lo que fui”, como modo de supervivencia.

Desde aquella penúltima entrega de bellísimo título y no menor intensidad y hondura, se dan sin embargo las claves de un nuevo Ángulo de presencia para conjurar la huida, el agua de espanto, la ciénaga de lo mortal. Las ausencias ya aceptadas,

Lo no amado fue
y de ello
nacieron ramas
unas deformes
todas inocentes
en la complejidad
de un cuerpo recorrido
en el universo

La poda será implacable, a pesar de su inocencia: a luz de umbráculo y celosía. Los vínculos han vuelto a anudarse. No todo será desolación en la perspectiva que da el alejamiento porque /(…) desde lejos se ven mejor/ las torres construidas/ por el hombre en su destino/ de perderlo todo/. Puede verse en definitiva todo lo que queda por amar, y a la pregunta final de Dulce Nadie: ¿Todavía existo? ¿Decirlo al revés? surge inmediata una respuesta: /(…) cruza indemne el olvido/ consigue liberación/ podrá juzgar a la materia/ sucesiva. Y otra, contundente en el libro que tenemos abierto sobre la mesa, que constata que la escritura es lento oficio donde se fragua la aceptación de lo porvenir.

En la juventud
hablaba al sol
conjugando absoluta
torpeza poética.

Llegaron más ocasiones
para el ser
henchido de palabras
en el asalto
al astro.

Pasó, pasó
mi animal de furia.

Hoy riego el papel
con alguna flor
menos tramposa
que cobijo
en la casa.

Desear otra vida
donde no existan
los obstáculos
del conocimiento.

Todo poeta da cuenta de su experiencia irrepetible en el descubrimiento del mundo y su reconstrucción; también de la presencia de ese fracaso al engarzar los nuevos poemas en esa zona lunar, el lugar recóndito e incalculable previsto ya en Dulce Nadie. La duda nos asalta nuevamente: ¿Quiere decir Pureza Canelo con este poema que, como Platón creía, “la muerte es la verdadera iniciación”? ¿Que el conocimiento sólo se da en el más allá? ¿Ha desfallecido ahora que se acerca a su vida el objeto digno de amarse más y más aceleradamente? No lo creemos, porque precisamente lo muestra su libro A todo lo no amado, anulando ciertos presentimientos de un pasado inmediato. En un lúcido artículo sobre la voluntad de vivir ha referido la filósofa Esther Díaz (5), citando el último y breve escrito que Gilles Deleuze envió a la prensa poco antes de morir por decisión propia —titulado La inmanencia: una vida... (6), que “para hablar de “una” vida, y no de “la” vida, en primer lugar (Deleuze) pone en pie de igualdad inmanencia y vida. No introduce un verbo entre ambos sustantivos: la inmanencia no es una vida, menos aún la vida. Inmanencia y vida se juntan y separan mediante un enigmático signo, los dos puntos. La vida está en el entre, en la relación, en el agon entre ella y la otredad, en el vacío trascendental en que irrumpe. Vida desnuda de códigos culturales, morales o jurídicos: vida como potencia. Beatitud plena. Suspendida, porque en suspenso siempre está una vida, como esos tres puntos que, en el título, también permanecen en suspenso”.

Como vimos con claridad en los tres puntos del vértice de aquel triángulo descrito en Dulce Nadie, está ya claro que venció otra reina y que la “Razón Poética” impera con su armadura de pensamiento complejo, exigido hasta el último verso. Reside con autoridad en ese lugar nuevo y preciso —Nadie entre aquí que no sepa geometría— que Pureza Canelo ha creado ahí mismo en consecuencia inaplazable, al escribirlo en versos sobrios e intensos, que se ha publicado luego en forma de libro al que después otros han decidido premiar… Ahí, la decisión definitiva de Pureza Canelo —esa otra vida que no es la vida— permanece en suspenso creando un desafío muy difícil de superar. El último poema del libro, que mantendremos mucho tiempo sobre la mesa e inscrito en la mente como lectores de poesía, tan solo parece dejarlo claro.

Pues ¿quién sabe hasta dónde pueden iluminar los reflejos de ese gran diamante central del mundo bien tallado “por nosotros” en el tas donde los versos se golpean, hasta hacerlo poliédrico? No podemos saberlo. Sólo a partir de ese aquí heideggeriano que habita ahora, desvelador de la verdad poética, podremos recibir los nuevos signos de futuro que contiene su pasado. Quizás Mallarmé hubiese aconsejado lanzar una jugada de dados para iluminar mejor las vías órficas de la poesía. O mejor acaso, pensar como Igitur que el gigantesco animal de fondo no se hallaba en la luz directa y cegadora tan buscada por los místicos a la violeta, para no aparecer sino como aquel “sueño puro de una medianoche, desaparecida en sí misma, cuya Claridad reconocida, lo único que perdura en su realización sumergida en la sombra, resume su esterilidad en la palidez de un libro abierto que la mesa ofrece; página y decorado habituales de la Noche, salvo que aún subsiste el silencio de una antigua palabra proferida por él, en el cual, al regresar, la Medianoche evoca su sombra ya inútil y extinta, con estas palabras: Yo fui la hora que debe endurecerme” (7).

Vemos que algo sí se puede intuir acerca de “esa hora” que podría apuntalar mis anteriores impresiones. A saber, que las razones por las que quiso elevarse del mundo Pureza Canelo para caer más fuerte en su primer libro serían las mismas que hoy eligen para la cubierta del último, un singular y delicado dibujo de Palazuelo que sugiere una espiga cuyo corazón interior se ha dado vuelta abajo; porque también estamos seguros del rigor de lo que leemos: Hasta aquí. Tal es el título del poema con que esta original escritora y maestra de vida discreta, aunque no oculta, cierra su rotunda declaración de amor a lo que hasta el momento no dio tiempo a amar. Hasta aquí hemos llegado… Aún a costa de vaciarme, pues en conclusión, sí, existir es una gran jugada:

Cansada
está la mano
que se dejó morder
de mí.

Fluir
danza
abismal.

Extraña
gran jugada
existir.

Ala
donde diccionario
no sabe.

Travesía
sin felicidad
ni muerte.

A todo lo no amado
cedí.

Fluir es danza abismal en la travesía del tiempo; Merleau-Ponty vio con claridad la sujeción del sujeto (8): Je suis moi-même le temps. Nada menos que el tiempo, que es otro modo de llamar a la subjetividad en la gran tirada de dados de Pureza Canelo (“Mi gran fuente de inspiración es mi propia vida”, decía ya en el año 70 al autor de la entrevista en Nuevo Diario, Pureza Canelo Nuevo Diario 1.pdf  y Pureza Canelo Nuevo Diario 2.pdf). Si Nefertiti abrazó al Único en el segundo milenio anterior a la presente era en su humananísima sed de Absoluto, el no menos absolutamente humano Yo de la poeta española se dio de bruces con el Otro aquí y ahora, a partir de los años setenta; labrado luego en los otros —mundos, seres— que aguardan quizá a ser amados en el ala de la cesión anunciada en las dos últimas sílabas que marcan su pretérito simple. Ya sabe que no podrá dejar de desnudar la realidad vestida con aquellas preseas tratadas para siempre como harapos (9), sustantivos, tropos y supercherías figurativas, para crear otras realidades más dignas de ser amadas en el futuro contenido en el presente. Habrá que aguardar pues al sueño puro de la Medianoche, cuya Claridad repara el cansancio de la mano que debe continuar la escritura lenta, renovadora de ojos/ sin miedo a filosofar/ a la intemperie.

NOTAS

(1) El inteligente y excepcional trabajo del alarife británico ha sido premiado con el “Nies van der Rohe” de 2011.

(2) A todo lo no amado, XV Premio Ciudad de Torrevieja, Plaza Janés, 2011. Pureza Canelo (Moraleja, Cáceres 1946), irrumpe en el suelo poético español con la obtención del Premio Adonais 1970. Durante los años 1975-1983 ocupa la dirección del Departamento de Actividades Culturales Interfacultativas de la Universidad Autónoma de Madrid, y en 1977 funda el Aula de Cultura y Biblioteca Pública «Pureza Canelo» de Moraleja. En 1975 obtiene una Beca Juan March de creación literaria para la escritura de Habitable (Primera Poética), y en 1982 disfruta de una beca similar otorgada por el Ministerio de Cultura. Coordina en 1993 la celebración nacional del Medio Siglo de la Colección Adonais, así como el I Centenario del poeta Gerardo Diego en 1996. Además del Adonais, ha sido galardonada con los premios de poesía «Juan Ramón Jiménez» (1980) del Instituto Nacional del Libro Español y «Ciudad de Salamanca» (1998). Su obra ha sido traducida ampliamente al inglés y al alemán. Impulsora de colecciones poéticas desde mediados de los setenta, dedica un tiempo importante a la gestión de actividades en el ámbito de la comunidad científica y universitaria. Desde 1999 es Directora Gerente de la Fundación Gerardo Diego, que refundó ese mismo año junto con Elena Diego. El 15 de mayo de 2007 firma la escritura de donación de su Archivo y Biblioteca particular al Archivo-Biblioteca de la Diputación Provincial de Cáceres. En 2008 recibe la Medalla de Extremadura como reconocimiento a su obra literaria. Entre sus títulos más destacados figuran Celda verde (1971), Lugar común (1971), El barco de agua (1974), Habitable (Primera poética) (1979), Tendido verso (Segunda poética) (1986), Pasión inédita (1990), Moraleja (1995), No escribir (1999), Dulce nadie (2008), Poética y Poesía (2008).

(3) Nuevo Diario, 20/12/1070 (Suplemento cultural, LXVI, p. 159).

(4) Lugar común, Madrid, Rialp, 1971; 2.ª ed. en Pureza Canelo (coord.), Premios Adonais Extremeños, Cáceres, Ayuntamiento, 1992, pp. 93-175.

(5) Doctora en filosofía y profesora de la Universidad de Buenos Aires. El texto forma parte de un ensayo que se publicó en la edición de abril de 2011 de la revista Imago-Ciencia.

(6) In Dos regímenes de locos, ed. Pre-Textos.

(7) “C’est le rêve pur d’un Minuit, en soi disparu, et dont la Clarté reconnue, qui seule demeure au sein de son accomplissement plongé dans l’ombre, résume sa stérilité sur la pâleur d’un livre ouvert que présente la table; page et décor ordinaires de la Nuit, sinon que subsiste encore le silence d’une antique parole proférée par lui, en lequel, revenu, ce Minuit évoque son ombre finie et nulle par ces mots : J’étais l’heure qui doit me rendre Dur”. Versión de M. V.

(8) Phénoménologie de la perception, Gallimard, Paris 1945, p. 409.

(9) Vid. “A Coat”, W. B. Yeats, Responsibilities and other poems, New York: The Macmillan company, 1916. Traducción y comentarios por Miguel Veyrat, notas finales de Instrucciones para amanecer, Calima, Palma de Mallorca, 2007.