UN ENCUENTRO INESPERADO Santi había ido como
tantos días a dar una vuelta por el Màgic de Badalona. Estaba lo bastante
cercano de casa como para no coger el autobús y lo suficientemente lejano como
para prescindir de hacer allí compras voluminosas. Normalmente entraba por la
planta baja, en la que se hallaba una horchatería, salvo cuando decidía ir al
cine a ver una película, que lo hacía a través del ascensor situado al lado del
gimnasio. En ocasiones evitaba la golosa tentación de una horchata fresca o de
de un dulce vaso de leche merengada, dando una vuelta aún mayor para acceder al
recinto.
Santi pensó que hacía tiempo que no iba al cine. Con lo de
internet había bajado bastante su consumo de gran pantalla y también de
televisión, pero, sin duda, lo que se había desplomado era lo de comprar cedés,
sobre todo cuando, con sumo disgusto, compró el último y su sistema anticopiado
impidió su reproducción en un legítimo aparato de alta fidelidad.
Inmerso en sus pensamientos, Santi pensó que, por la hora, sería difícil
ver a nadie ese día. El Màgic era un lugar de encuentro frecuente, en el que no
era imposible ver a antiguos alumnos del instituto e incluso a chicos del centro
de Badalona amantes del cine que se veían obligados a desplazarse hasta allí,
después del cierre de los Picarol, frente al antiguo edificio de la Casa de la
Vila.
Sus pasos le llevaron hasta la cartelera del Màgic, donde cogió
instintivamente un folleto con la programación semanal. Se dio cuenta que no
había visto varias de esas películas y se fijó en los horarios de un par de
ellas, pensando que, tal vez, podría escaparse durante la semana para verlas.
Sabía, no obstante, que no siempre era posible cumplir ese deseo durante el
curso, ya que tenía diversos frentes que atender y al normal trabajo del curso,
se sumaban los cursillos y otros compromisos. Ya no trabajaba en Llefià y la
laboriosidad de los chicos de su nuevo le suponía una mayor tarea de corrección,
infinitamente más que cuando estaba en su anterior colegio.
Mientras
leía el folleto, vio que alguien se acercaba a su lado hasta ponerlo en una
situación de incomodidad. Tuvo una sensación de fastidio, pero no se atrevió a
levantar la vista del papel. Al final, el inoportuno visitante acercó el dedo
índice y tocó la cadera de Santi.
-¡Dame las pelas!
Santi dio un
respingo y se giró, poniendo una cara de sorpresa que luego transformó en
sonrisa.
-¡Joder tío, vaya susto !
Ante él estaba Dani, un
antiguo alumno de La Salut. No era la primera vez que lo veía ni tampoco era la
primera que intentaba darle un susto, como el día que, en el súper, le puso el
dedo índice en su indefensa espalda y le espetó una frase parecida.
-¿Qué tal Dani?
-Bien profe, ¿Y tú? ¿Sigues en el cole?
-No, qué
va, ahora estoy en el centro de Badalona.
-¿Estás en La Plana?
-Sí, por
allí. Estoy bien.
-Un poco pijos ¿no?
-Son chavales como todos, mucho
mejores de lo que piensa la gente de por aquí.
-Más tranquilo ¿no?
-Bueno, estudian más, hablan en catalán todos. En fin, es muy diferente.
Trabajan más. ¿Y tú? ¿Qué haces?
-En el paro profe, joder, ya sabes, si
hubiese estudiado como tú me decías.
-No es tarde nunca. Puedes estudiar.
Tienes la escuela de adultos del Gran Sol.
-Si, pero ahora ya tengo un niño
y es difícil.
-¿Ya tienes un niño? – Santi se asombraba de la rapidez con la
que algunos traían hijos a este mundo.
-Sí, ya tiene un año y bueno, ahora
encima, en el paro.
-Mira, esta crisis va para largo. Prepárate para algún
oficio que tenga salida. Tú nunca has sido un tonto, sabes.
-Ya, pero es que
no me iba estudiar. Fui un idiota.
-La vida es larga Dani, ya verás como al
final se abren caminos.
-¿Sabes lo de Rafa, profe?
A la mente de
Santi acudió rápidamente la imagen de un chico gordito zampabollos y de un par
timidillos, más bien rubios y de ojos claros, pero le era imposible saber a
quién se refería Dani, ya que las promociones se le mezclaban en la cabeza.
Pensó furtivamente en que en la provincia de Córdoba era un nombre muy usual y,
en un flash recordó cómo, cuando empezó a dar clases, todavía había niños que
hablaban aún con un acento de la Campiña, que distinguiría entre mil. Era el
habla de su familia.
-¿Uno gordito bajo?
-No profe, uno rubio. Que
tenía una hermana.
-Recuerdo un par... ¿Cómo se llamaba de apellido?
-No
recuerdo. Aquí en el barrio era el
Tusi. -Pues yo por el mote sí que
no lo recuerdo. Sabes, no ha habido tantos rafas, es un nombre que hace años que
no se pone demasiado, pero que en la primera inmigración llevaban muchos chicos
de origen cordobés.
-Seguro que te acuerdas de él, anda que no fuimos a tu
despacho.
-Las caras siempre me ayudan más que los nombres.
-¿Sabes lo
que le ha pasado?
-No
-Ha muerto
-Joder, me dejas parado, ¿Qué le ha
pasado? – Santi recordó entonces a uno que siempre estaba con el ventolín, pero
no, no podía ser él. Aquel chico no era de los de bajar al despacho.
-Sí,
uno que estaba siempre con las psicólogas del cole.
Santi dio un
respingo y, de pronto le vino un flash. Rafa cobró forma en su mente y lo
recordó. No hacía tanto que ese chico había acabado la ESO y tal vez hacía
cuatro o cinco años que se lo había encontrado por la Vila Olímpica.
-¿Qué le ha pasado? ¿Un accidente?
-Ha muerto en la cárcel.
-¡Joder!
-Sí, no sé qué le ha pasado. Lo enterraron la semana pasada.
Santi demudó la expresión. De repente se agolparon en su memoria las
veces que había hablado con él, con su madre, con su hermana, las charlas con la
maestra que le hizo seguimiento tutorial...
-¿Estaba enfermo?
-No lo
creo. En Navidad salió de permiso. Estaba bien. Rafa estaba limpio de mierda y
estaba con una niña.
Santi sabía que el chico había andado metido en
líos. Recordaba perfectamente que, cuando lo vio en la Vila Olímpica, el chico
trabajaba. Fue su mismo jefe, allí presente, quien le dijo que había estado en
problemas, pero que ya estaba bien y trabajando seriamente. Recordó que pensó
que tal vez los problemas habían sido dentro de la misma empresa y pensó que,
tal vez, Rafa no había sabido aprovechar las oportunidades que la vida le había
dado. Pocas oportunidades, por lo que parecía. Y poco tiempo.
Santi se
quedó pensativo y Dani quiso especular sobre aquel tema.
-Tal vez sí
murió de enfermedad, pero lo que se corre por el barrio es que lo han matado.
-¿La policía?
-Profe, esos sitios no son una broma.
-¿Sabes por qué
estaba allí?
-No lo sé, pero cuando dejó el insti se juntó con lo peor. Lo
trincaron. Estaba ya hacía años en el talego.
-Pero ¿qué edad tenía?
-24, como yo.
Santi pensó que, cuando Rafa llegó al instituto, a los
12, justamente estaba en la mitad de su vida y que, cuando salió, estaba a sólo
dos legislaturas de acabar muerto en uno de los centros penitenciarios que el
sistema reservaba para los chicos de clase baja. No pudo evitar pensar en que
otros tal vez correrían mejor suerte entre rejas, tal vez habiendo hecho más,
simplemente porque, a diferencia de Rafa, no eran lo que el sistema consideraba
chusma de barrio. Un flash le hizo pensar en asesinos adolescentes que se habían
vuelto mediáticos y que tal vez acabarían en los platós de Telecinco vociferando
al lado de la Esteban.
Santi y Dani se despidieron.
-Si te
enteras de algo me lo dices, ¿vale? Envíame si quieres un mensaje por Facebook.
Me gustaría poder contactar con su familia.
-Vale profe.
-¿Te tengo como
amigo, no?
-Sí, profe, pero yo entro poco.
-Haces bien.
Santi y
Dani se despidieron con un apretón de manos.
Nota de la Redacción: agradecemos a
Ediciones
Carena en la persona de su director,
José
Membrive, la gentileza por permitir la publicación de este
fragmento del libro de
Toni de la
Rosa,
Los que no
importan (Carena, 2011), en
Ojos de
Papel.