Enrique Morón: <i>Vértigo de las horas</i> (Ediciones Carena, 2011)

Enrique Morón: Vértigo de las horas (Ediciones Carena, 2011)

    AUTOR
Enrique Morón

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Cádiar (Granada, España), 1942

    BREVE CURRICULUM
Miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. Licenciado en Filología Románica y catedrático de Lengua y Literatura Españolas. En 2003 publicó su libro de memorias El bronce de los días (2003)

    OBRA
En su Poesía (1970-1988) (Granada, 1988) se recogen sus nueve primeros títulos. Luego ha publicado, entre otros, Despojos (1990), La brisa de noviembre (1995), Cementerio de Narila (1996), Senderos de Al-Ándalus (1999), Inhóspita ciudad (2002), Si canta el ruiseñor (2004) y Sonetos al silencio (2009). Obra dramática: La mecedora (1998), Trilogía del esparto (1999) y Trilogía del asfalto (2003)




Creación/Creación
Enrique Morón: Vértigo de las horas
Por Enrique Morón, martes, 1 de marzo de 2011
En 1999, el poeta, ya fallecido, Juan J. León, en el prólogo al poemario Del tiempo frágil, nos dice: “En la poesía de Enrique Morón la nostalgia, la soledad y la tristeza emanan de los recuerdos o de la contemplación del lugar en el que ocurrieron los hechos evocados o en el que vivieron las personas añoradas. El paisaje inmutable trae a la memoria las imágenes y los hechos pasados, y el tiempo psicológico presenta todo como recién vivido […] De este modo, Enrique Morón interioriza el paisaje identificándolo con su estado emocional, siendo el otoño la estación más próxima a su carácter vital y más afín al temple de su expresión poética”.Con estas palabras Juan J. León, gran conocedor de la obra poética de Enrique Morón, nos muestra los rasgos esenciales de su poesía: nostalgia, soledad, tristeza, paisaje, tiempo… En definitiva, los mismos rasgos que caracterizan este nuevo libro, sólo que aquí la atmósfera se hace más densa y un frío existencial recorre todo el poemario. Sin duda, Vértigo de las horas nos da constancia del irreparable paso del tiempo por las circunstancias vitales del autor

LAS HORAS

Las horas otoñales,
los días que se fueron mansamente
como una procesión
de sombras.
El tiempo que se aleja por el vértice
de la nostalgia.
La tristeza sonora y la gris
melancolía.
¿Hacia dónde me llevan estos vientos
con sus palabras oxidadas
a la intemperie de las noches
inmensas?
¿Adónde he de volver o adónde irme
para ocultar mi pánico
a las fauces del lobo?
¿Qué terror o qué angustia
persiguen mi dolor aceitunado
por los agudos fríos
de los altos luceros?
Las horas otoñales.
Las hojas que se caen en un cortejo
de sonoros silencios.
Y las ramas desnudas,
y los visillos tibios.
Y el vaho de los cristales. ¡Soledad!
Y el vaho de los cristales.


MIEDO

Este miedo ancestral
que siempre me persigue con sus fauces
de silencio, que siempre
merodea los aledaños
de mi cuerpo, que siempre
se asoma a las riveras de mis ojos
con su faz de misterio.
Miedo a todo lo humano
y a todo lo divino.
A lo que es y a lo que fue,
a lo que ha sido:
al vacío de las noches,
al sol de la mañana,
a la rotunda hoguera de la tarde;
y al crepúsculo efímero
que brota entre dos fuegos
anunciando la muerte,
presagiando la vida. Este miedo
que agrede mi cintura,
que me roba mi sueño,
que no me deja ir
y no me deja estar, que no me deja
gozar de los placeres por temor
a perderlos, por temor
a temer a no volver
a encontrarlos. Este miedo
que asola mis ojeras como un río
de viento.
Miedo a perder lo que amas y miedo
a no poder asir
tus anhelos.
Miedo a nada,
miedo a todo.
Miedo a los vivos
y a los muertos.
¡Miedo! ¡Miedo!


ÁLAMOS OTOÑALES

Álamos otoñales. Sinfonías
amarillas en el arpa
de las débiles ramas.
Mansamente las hojas
caen
al ritmo de la brisa plural y arrebolera.
El sol pronuncia
un discurso de labios
enigmáticos. Se oyen
lejanas campanadas que se pierden
entre valses de ecos. ¡Cuántos días
quedáronse a la zaga
de los años indóciles! Ahora
vendrá la sombra a visitarme,
como un amigo incómodo. ¡De tantas
ilusiones he vuelto, que quisiera
dormir bajo el cobijo
de unos ojos perdidos!
¡De unos ojos perdidos...!
Álamos otoñales, confidentes
de mi tristeza, asidme
a vuestro frágil talle de doncella;
amparadme en el silbo
de vuestras hojas dóciles; ungidme
con vuestras aguas claras
hasta lo más profundo de mis tuétanos,
álamos otoñales.
¡Álamos otoñales!


TENDRÉ QUE ACOSTUMBRARME

Tendré que recluirme en el crespón
de mis horas lunares.
Siento vértigo y frío y siento pena
de palpar mi semblanza, limitado
por los años que huyen, por los años
que alejáronse sin
pedirme explicaciones, sin mostrarme
su pasaporte. Llevo
aterida mi piel, mis ojos brunos
de mirar las umbrías y un silencio
que fluye por el cuerpo cual la savia
de un árbol desmembrado.

Tendré que recluirme en mi semblante
adusto y aterido
por los gélidos fríos cordilleranos,
por las palabras de los hombres, por
esta limitación de haber nacido
en los estrechos límites del tiempo.

Tendré que acostumbrarme a esta agonía,
a la estéril disputa de mis huesos,
a mi gélida sombra, a la severa contención del grito,
y a la orfandad del lirio
marchito entre mis labios.

Tendré que acostumbrarme
a todas estas poses del destino.
Este es mi estado y estas son mis manos
vacías por el tiempo. ¡Tendré que acostumbrarme!
¡Tendré que acostumbrarme!


LA LLUVIA

Me seduce la lluvia
como el mar me fascina, como el llanto
que brota atardecido
de tus labios de ocaso, bruscas olas
que sucédense con solemne pasión.
y surgen conmovidas
de un vuelco de campanas
azules. Me seduce
el vuelo de las aves que a la brisa
dicen adiós, oscuras
con sus cantos que aléjanse
sobre las altas torres silenciosas.
La lluvia que al otoño
mansamente despoja
de su atuendo marrón.
Un vaho de cristales casi oculta
tus ojos que contemplan
lontananzas. La lluvia
que acaricia mi piel, ahoga mi sombra,
y mis versos sumerge, cruel Narciso,
ahogándose en el río.
La lluvia silenciosa
de tus palabras últimas que emanan
incendiado vapor y rojos pétalos
de armonía, pesar de las espinas
y cálices desnudos,
amor, amor, la lluvia
que sabe a bronce y duele



Nota de la Redacción: agradecemos a Ediciones Carena en la persona de su director, José Membrive, la gentileza por permitir la publicación de estos poemas del libro de Enrique Morón, Vértigo de las horas (Carena, 2011), en Ojos de Papel.