Y no es posible dejar de resaltar el apartado “La fragmentación del mercado
nacional” a través de las diferentes normativas de las Comunidades Autónomas,
tan bien estudiadas por el profesor Cabrillo y donde, por cierto, su índice de
regulación muestra un mínimo en el caso de la Comunidad de Madrid, lo que no
deja de explicar por qué marcha mucho mejor que otras autonomías. Culmina eso
Buesa con este texto de la pág. 61 referido a todo el conjunto español: “Los
estudios académicos realizados en los últimos años han señalado que estas
desigualdades normativas no han afectado aún al mercado de capitales, aunque
están provocando que los flujos de capital se orienten hacia las regiones en los
que existe mayor libertad económica... Se ha podido constatar que las
regulaciones autonómicas tienen un efecto negativo sobre las ganancias de
productividad, lo que se traduce en un menor desarrollo de las Comunidades
Autónomas en las que la proliferación normativa ha sido mayor”. Se debe agregar,
que estas Autonomías, según el Índice Cabrillo de Regulación de las Comunidades
Autónomas, con mayor intervencionismo son, de mayor a menor, Extremadura,
Asturias y Aragón, y las tres de menor perturbación interventora, de menor a
mayor, en este caso, son Madrid, Valencia y Murcia. Agréguese que en este libro
se documenta (pág. 63) como “las políticas lingüísticas, especialmente las que
afectan al sistema educativo, constituyen una barrera a la movilidad geográfica
de los trabajadores, de manera que algo más del 60% de los españoles las ven
como una dificultad para aceptar un empleo que les obligue a cambiar de
Comunidad Autónoma de residencia”.
Todos sabemos que una de las
exigencias de la autonomía catalana se basa en el asunto de las balanzas
fiscales, planteamiento iniciado por Trías Fargas, con un apéndice actual de
Sala i Martín como se destaca en las págs. 90‑93. Conviene, en estos momentos,
en que se ha planteado la cuestión del posible concierto económico para
Cataluña, leer las págs. 93 a 96 de este libro. Su complemento, naturalmente, es
el estudio que se efectúa sobre el régimen de Concierto económico vasco y
navarro (págs. 97‑138).
El segundo bloque de aportaciones es el titulado
“Economía de la secesión”, y sus muy notables cuantificaciones, que se suelen
omitir, o simplificar, como es el caso de los planteamientos de Sala i Martín.
Ya acabo de comentar esto, especialmente significativo para todo economista y
todo político mínimamente sensato. En el tercer bloque, “Las reformas
estructurales”, sintetiza Mikel Buesa muy bien lo que estamos diciendo multitud
de estudiosos sobre una salida de la crisis, en materia de educación, respecto a
la necesaria reforma del mercado de trabajo –con puntualizaciones como la de la
pág. 198: “Los estudios internacionales señalan que el modelo de negociación
colectiva de tipo sectorial‑territorial es el que conduce al mayor divorcio
entre salarios y productividad, y, como consecuencia, resulta ser el más
desfavorable para el empleo”, determinando la necesidad “de tomar distancia con
respecto a los agentes sociales que dicen representan, aunque ello sea dudoso,
al conjunto de las clases trabajadoras” (págs. 202-203), duda que se justifica
de inmediato en las págs. 205‑210 sobre el “poder sindical”. Y por supuesto pasa
a tener mucha actualidad lo que indica sobre la necesidad de reformas en el
sistema financiero, con especial énfasis en la cuestión de las Cajas de Ahorros,
defendiendo, en la línea de un trabajo que Jaime Terceiro había publicado
anteriormente en
Información Comercial Española, al escribir ahora el
profesor Buesa que “solo un cambio institucional profundo... puede encarrilar
(el sector crediticio español) hacia la eficiencia y la estabilidad” (pág. 232).
Mikel Buesa efectúa una crítica a lo
que parece ser una paradójica realidad derivada del socialismo: que empeore la
distribución de la renta cuando su única base doctrinal era la de igualar lo más
posible los ingresos
Finalmente, como
era lógico, plantea la seria situación energética española, con un gráfico, el
16.4 de la pág. 245 que ha pasado a tener en estos momentos extraordinaria
actualidad: un megavatio/hora, en diferentes tipos de centrales eléctricas,
costaba 39’0 euros en centrales hidráulicas; 44’4, en nucleares; 68’6 en las de
ciclo combinado; 71’8 en las de carbón; 84’0 en las eólicas y 430 en las
fotovoltaicas.
Este repertorio de reformas concluye con el planteamiento
de la precisa alteración del Estado de Bienestar con estas certeras palabras,
muy dignas de ser escuchadas en estos momentos de evidente confusión en ese
terreno, tras recordar (págs. 155-256) que las mejoras logradas en este sentido
“no fueron nunca el fruto de la lucha sindical, sino más bien el resultado de
las iniciativas de políticos más bien conservadores preocupados porque las
condiciones de vida de los trabajadores no derivaran en estallidos sociales... Y
hay que decir que sus logros, hasta el presente, fueron notables. Por ello,
ahora que la termita demográfica –término afortunado de Leguina y
Fernández-Cordón‑ hace impostergable la decisión de reformar el sistema de
pensiones, lo que se espera de los gobernantes y de quienes ejercen la oposición
sobre ellos es que aborden este problema con realismo, basándose en los mejores
estudios disponibles, y planteen su solución alejados de cualquier tentación
populista, haciendo pedagogía democrática, y tratando a los ciudadanos como
personas adultas capaces de entender y asumir las medidas que se propongan”. Y
es significativo algo que se suele ocultar y que conviene recordar, como colofón
de toda esta postura crítica que hasta aquí se expone. Pues bien, el índice de
Gini, que cuanto más bajo es, más explica que se avanza en la equidistribución
de la renta, había ido disminuyendo en España hasta 30’7 en 2004; pues bien, nos
destaca Mikel Buesa como cinco años más tarde, en 2008, había subido a 31’7. Y a
partir de ahí, (pág. 258), efectúa una crítica a lo que parece ser una
paradójica realidad derivada del socialismo: que empeore la distribución de la
renta cuando su única base doctrinal era la de igualar lo más posible los
ingresos. Por ello pide (pág. 263) que “el socialismo abandone la demagogia”
actual y se ponga “a la tarea de recuperar sus viejos planteamientos de equidad”
y que “la derecha se libere de sus prejuicios” y “recobre.... la mejor tradición
liberal” (pág. 263).
He aquí, pues, un libro que necesita difundirse y
leerse, no ya por los economistas, los empresarios y los políticos, sino por
todos los españoles, y hacerlo desde la cruz –con esa cita de uno de los ensayos
más lúcidos de uno de mis maestros, el profesor Manuel de Torres el titulado
Misión intelectual del economista, quien señalaba que una parte esencial
de ésta era “la de adoctrinar a la sociedad, la de mejorarla haciéndola más
justa y más estable, más progresiva y equilibrada a la vez”‑, a la
fecha.