Enrique Iturralde, 60, industrial bilbaíno, es otro actor de esta comedia,
a tenor de su monólogo interior de la página 173: “
La verdad –se decía- es
que todo este lío, visto con los ojos de una persona normal, yo, por ejemplo, lo
que tiene es gracia porque a lo que más se parece es a la parodia cómica de un
dramón horripilante con un desenlace feliz y divertido”. O de esta comedia
de enredo. Página 279: “
Marta eligió la Iglesia de San Sebastián como la más
adecuada, por ser la parroquia de los cómicos, para una boda que tenía cierto
aire de final de comedia de enredo”. O, según se mire, otro actor de esta
tragedia griega. Página 71: “
Y en ese instante mismo comenzó la tragedia,
que no por calzar la protagonista zapatos de tacón bajo, propios para andanzas
pseudo arqueológicas, y no coturnos, era menos tragedia que las que en aquel
mismo marco, tomándolo en sus líneas generales, se habían vivido y representado.
Sí, lo que le pasaba a Marta era una verdadera tragedia griega, puesto que
reunía tres de sus características principales…”.
Rafael Varea,
guitarrista, en la cuarentena, es el tercer ángulo de este triángulo “amoroso”.
Triángulo en el que estos tres son a la vez puerta y bisagra.
La
aventura de Marta Abril es una novela que visto lo leído bien podría
ser obra teatral por la agilidad de sus diálogos. Libro moderno para su tiempo
por lo que tiene de reivindicativo en la figura de su protagonista femenina, se
nutre curiosamente de un lenguaje (desconozco si en boga en aquellos años)
arcaizante, musical, trufado de una ironía que a través de las circunvoluciones
hace más apetitoso, si cabe, lo que cita. Página 264,
“las mellizas y
redondas masas corporales” para referirse a los senos de la protagonista.
Aunque no sé muy bien de lo que estoy hablando, igual podría verse en esta obra
una transmutación de aquellos entremeses y piezas teatrales del Siglo de Oro en
las que aquí el marido no es marido, no es cornudo porque ni hay cuernos ni, ya
digo, marido; la protagonista no es infiel porque tampoco tiene ataduras legales
ni sentimentales con el que no es su marido, y el amante no es amante porque
aparte de no consumar en carne su gaseoso deseo, dista mucho de desplegar la
artillería viril que todo hispano se atribuye.
Libro riguroso y perfecto en sus
proporciones y dosis narrativas, tiene de bueno que ni el propio autor se toma a
sí mismo en serio
Libro riguroso y perfecto
en sus proporciones y dosis narrativas (como si Masip fuera el farmacéutico que
según Iturralde acostumbra a manejarse en proporciones infinitesimales y no en
toneladas, como él), tiene de bueno que ni el propio autor se toma a sí mismo en
serio, riéndose a la par de su propia prosa churrigueresca. Página 70:
“Un
escritor más aficionado que yo a buscarle tres pies al gato de las influencias
ambientales esotéricas, pondría a contribución del descubrimiento que hizo Marta
las sombras de Pericles, Fidias, la Ilíada y algo de la Odisea, no olvidando el
dato fundamental de que, en el mismo instante en que el astro Sol hundíase
purpúreo en las ondas del mar Egeo, Varea rodeaba con su brazo derecho al talle
de Marta y la atraía dulcemente hacia sí”. Estamos pues ante el Masip más
“bon vivant”, que hace comer a Marta e Iturralde en plan Carpanta (el del
dibujante Escobar), que los coloca en buenos hoteles… Lo que no quiere decir que
sea una comedia ligera, ojo, sino una reflexión divertida en torno a ciertas
fantasmagorías y deformaciones de la sustancia real que el amor (o la
idealización del amor) provoca. No por el patético, ridículo, sangrante,
vergonzante si cabe, papel que en la zona de las páginas doscientos veintialgo
en adelante hace Marta en su “personaje” de “aparecida” que ha vuelto de la
tumba para mostrarse a Rafael Varea y consumar la infidelidad, sino por lo que
de fantasmal, de etéreo, de neblinoso, tiene el amor inalcanzable.
Marta
Abril, mujer racional y práctica repito, se enamora por primera vez. En Atenas.
Y como se verá, no de Rafael Varea, si no de su ideal. Ella, que ha sido una
“bienpagá” que se ha podido permitir elegir a sus patrones y que no ha abrigado
nunca nada parecido al amor, lo descubre en ese momento en que interpreta al
personaje de respetable esposa de Iturralde. Pero como en realidad ella es
respetable en su trabajo, ahí comienza la verdadera aventura de Marta Abril, la
lucha entre la apariencia decorosa y la pulsión por terminar con el fingimiento
para echarse en brazos de ese amor idealizado que es el guitarrista Rafael
Varea. Pero de aquellos polvos estos lodos y de aquellas honorabilidades
postizas de supuesta mujer casada, estos enredos posteriores... Un viaje de ida
y vuelta que finalmente la llevará a eso, a su puerto de origen, metafóricamente
hablando y ya no cuento más.
Aunque antes citaba yo un Paulino Masip
“bon vivant”, no conviene olvidar que esta novela publicada por primera vez en
España gracias al empeño de Zimerman ediciones está escrita en el exilio
mexicano de 1953. Dos puntadas en el texto nos recuerdan a esa España que queda
atrás. La primera más ligera. Página 52:
“Los cuatro aborrecían el color
local en la cocina y cenaron en un restaurant francés. Eran los comienzos de la
República española y las cábalas sobre su incierto porvenir dieron tema de
conversación mientras les servían el pescado y escanciaban el Suternes.” La
segunda, que finaliza el libro, telón, pesa como una losa.
París,
Atenas, Madrid… Muchos restaurantes, opulencia de tinta en un exilio mexicano
que los autores del estudio introductorio nos recuerdan que no es dorado.
Primero por las penurias materiales de todo exiliado. Segundo, porque estas
obras tienen escaso eco en países donde los autores son desconocidos. Momento de
resarcir la deuda mediante la lectura de este banquete pantagruélico de buena
literatura.