William Kennedy: <i>Roscoe, negocios de amor y guerra</i> (Libros del Asteroide, 2010)

William Kennedy: Roscoe, negocios de amor y guerra (Libros del Asteroide, 2010)

    TÍTULO
Roscoe, negocios de amor y guerra

    AUTOR
William Kennedy

    EDITORIAL
Libros del Asteroide

    TRADUCCCION
Jordi Fibla

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 440 páginas. 22,95 €



William Kennedy

William Kennedy


Reseñas de libros/Ficción
William Kennedy: Roscoe, negocios de amor y guerra (Libros del Asteroide, 2010)
Por Juan Antonio González Fuentes, miércoles, 1 de diciembre de 2010
Nos informa la Wikepedia de que “Albany es la capital del Estado de Nueva York y del condado de Albany, en los USA. Según datos estadísticos, en el año 2000 poseía 95.658 habitantes. La ciudad está situada a 233 kilómetros al Noroeste de Nueva York, cerca de la confluencia de los ríos Mohawk y Hudson. Albany fue el segundo asentamiento de las trece colonias tras Jamestown. Su historia comenzó cuando Henry Hudson exploró la zona para la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales en 1609. En 1614 se construyó Fort Nassau, en las cercanías de Albany, y en 1624 se creó el asentamiento de Fort Orange. La zona se unió en la aldea de Beverwyck. Cuando Nueva Holanda fue tomada por los británicos en 1664, se le cambió el nombre por Albany. En 1754, representantes de las siete colonias británicas de Norteamérica se reunieron en el Congreso de Albany. Benjamin Franklin, de Pensilvania, presentó el Plan de Unión de Albany, la primera proposición firme para unir las colonias. En 1797 la capital del Estado de Nueva York se trasladó desde Kingston a Albany”.
Quien hasta aquí haya llegado en la lectura atenta de esta página y sepa además un poco de historia de los EEUU, ya se habrá hecho a la idea de que la de Albany es una geografía esencial en lo que al nacimiento de los USA se refiere. Pues bien, en Albany es donde sitúa el periodista y escritor William Kennedy no sólo la novela Roscoe, negocios de amor y guerra (Libros del Asteroide, 2010) que aquí reseñamos, sino prácticamente toda su obra narrativa de creación.

Y es que en Albany, en 1928, nació nuestro autor. Estudió en el Siena College de Loudonville, Nueva York, y se dedicó al periodismo deportivo en el Post Star y en un periódico del ejército estadounidense en Europa. Tras licenciarse del servicio militar se incorporó al Times-Union de Albany, pero en 1956 marchó a trabajar en un periódico de Puerto Rico, donde coincidió con el gran Saul Bellow, quien lo animó a dedicarse a la escritura creativa. En 1959 ya era el redactor jefe del San Juan Star, pero no duró mucho en el puesto, pues lo dejó todo para dedicarse a escribir novelas. En el año 1963 regresó a su ciudad natal, sobre la que escribió una serie de artículos que le acercaron al Pulitzer. Pero William Kennedy es conocido en el mundo de las letras norteamericanas más que por su labor periodística por su ciclo novelístico con Albany como escenario: El camión de la tinta (1969), Legs Diamond (1975), La jugada maestra de Billy Phelan (1978), Tallo de hierro (1983, premio Pulitzer 1984), El libro de Quinn (1988), Reliquias muy queridas (1992), Flores de fuego (1996) y este Roscoe del que hablaremos a continuación. A toda esta obra habría que sumarle piezas teatrales, obras infantiles y guiones para el cine, entre los que destaca el de The Cotton Club, la famosa cinta de Francis Ford Coppola.

Lo que de verdad revela esta novela, y donde radica en mi opinión su verdadero interés, es que es una radiografía pormenorizada y muy ilustrativa de la geografía espiritual de Albany, símbolo aquí de la raíz más pura y profunda sobre la que se levanta la democracia norteamericana

La trama de Roscoe, amores de amor y guerra (el título original en inglés es sólo Roscoe, lo que me parece sin duda más acertado) transcurre, como ya se ha dicho más arriba, en Albany, en la Albany que celebra y festeja la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. El protagonista se llama Roscoe Conway, un hombre de mediana edad que tras el triunfo bélico decide “jubilarse” de su papel preponderante, pero en la sombra, en el Partido Demócrata de la ciudad, un papel que Roscoe ha desempeñado durante varias décadas, y antes que él, su propio padre.

Roscoe, Elisha Fitzgibbon y Patsy McCall son amigos desde la infancia y controlan la ciudad de Albany como controlan el Partido Demócrata. Cada uno representa un papel muy determinado y decisivo en la vida pública y no pública de la ciudad, en la política de la ciudad y en la vida de los otros dos amigos y en la de sus familias. Es un triunvirato del poder político, económico y social de la ciudad de Albany y del estado de Nueva York a la manera en la que lo fueron los triunviratos en la antigua Roma. Pero además, este triunvirato no sólo se asienta en intereses materiales y prácticos muy concretos, también se asienta en lo afectivo, en lo emocional. Cada uno desempeña un papel. Uno se encarga de controlar los bajos fondos y los asuntos más evidentemente turbios; otro se encarga de la política representativa pura y dura; y el otro, Roscoe, podríamos calificarlo simplemente como el factotum de la citá, como el Fígaro rossiniano, es decir, lo mismo sirve para un roto que para un descosido, para hacer de abogado ante el juez que para buscar y encontrar candidatos de pega, para dar discursos políticos ante la prensa que para manejarse como pez en el agua en los garitos del hampa. La muerte de Elisha Fitzgibbon (ex alcalde de Albany y ex candidato a Gobernador del estado), hace que Roscoe Conway se vea obligado a hacer un repaso de los últimos cuarenta años de su vida y de la de Albany.

Pero lo que de verdad revela esta novela, y donde radica en mi opinión su verdadero interés, es que es una radiografía pormenorizada y muy ilustrativa de la geografía espiritual de Albany, símbolo aquí de la raíz más pura y profunda sobre la que se levanta la democracia norteamericana. En otras palabras, William Kennedy describe sin tapujos, pero también sin subrayados éticos innecesarios y sin rasgarse las vestiduras, la corrupción e inmundicia que sirven de humus fértil al sistema desde finales del XIX hasta el término de la Segunda Guerra Mundial. Clientelismo, latrocinio, manipulación, lucha feroz por el poder, asesinatos, control de la legalidad, negocios sucios, amaño de elecciones, ausencia de una moralidad al uso…, todos estos, y más, son los factores que se encuentran en la esencia misma de los entresijos del poder político y económico en Albany, cuna de la democracia estadounidense. Ese es el alma de esta novela, el sentido último por el que está escrita.

Sobre todo esta novela ofrece una forma de narrar que es propia sólo de la novelística norteamericana, y más concretamente de lo que se conoce como novela negra

¿Y cómo está escrita? Sin duda con un virtuosismo pasmoso entre la eficacia cortante del relato periodístico, la capacidad subyugante del guión cinematográfico para expresar mil matices en un solo plano, en una sola frase, y la voluntad nada disimulada de hacer literatura de altos vuelos. Así estas páginas ofrecen en varios capítulos una entradilla en cursiva que, casi como un poema onírico en prosa, vienen a definir espiritualmente a Roscoe. También hay frecuentes flash-back que le sirven a Kennedy para explicarnos situaciones del pasado que, claro, explican y definen el presente…

Pero sobre todo esta novela ofrece una forma de narrar que es propia sólo de la novelística norteamericana, y más concretamente de lo que se conoce como novela negra. Es muy difícil precisar en qué consiste dicho estilo, pero es fácil decir que se hace muy visible en los diálogos entre los personajes. Diálogos cortantes, que casi hacen sangre en la mente del lector. Diálogos breves que por medio de frases sencillas expresan y dan a entender mucho más de lo que simplemente dicen, tanto en el ámbito de la propia trama, como en el de la definición y caracterización de los personajes. Es evidente que ese estilo es muy deudor del cine clásico de los treinta y cuarenta, en el que un plano, una frase, debían decir mucho de quien la pronunciaba, pues no había tiempo para más. Pondré un ejemplo sacado de esta novela, de su página 213:

-¿Te gusta lo que escondo?
-No podría expresarlo en palabras. –Y la besó en la latitud de México. Ella le alzó la cabeza y se abrochó de nuevo el vestido camisero.
-¿Tan pronto? –le preguntó él.
-Es un comienzo. Ahora sabes el aspecto que tengo. ¿Por qué quieres estar conmigo, Roscoe?
-Ya sabes que quería estar contigo antes de ir a la guerra.
-Nunca me lo dijiste.
-No siempre actúo como más me conviene. Eres toda una mujer, Hattie. Me gustas muchísimo.
-Me caes muy bien, Roscoe. Eres honesto, política aparte. Un hombre ha de ser así.
-No voy a contradecirte.
-Y me gusta tu manera de besar. Sabes hacerlo. Eso indica que un hombre ha prestado atención. –Y volvió a besarle, pero sin prolongarlo.
-¿Cuándo voy a verte? –le preguntó él mientras deshacía el abrazo.
-Procuraré pensar en ello –respondió Hattie.
-¿Crees que la próxima vez pasaremos de la enagua?
-No sería la primera ocasión, desde luego. –Y entonces abrió la puerta y volvió a la fiesta.


Es esta una novela que yo recomiendo con fervor a lectores de raza, a lectores duchos en la maratón lectora, a lectores que no deseen esprintar con velocidad y quieran llegar rápido a meta

El ambiente en el que Kennedy localiza sus escenas no tiene término medio. O es en espacios de la clase alta y adinerada de Albany, o es en tugurios llenos de alcohol, humos y suciedad por los que deambulan prostitutas, matones, policías corruptos y demás fauna variadísima y secundaria que enriquece estas páginas como lo hacían en las cintas de John Ford. Muchos de los cuadros o escenas escritas por William Kennedy parecen sacadas de las Historias del Savoy de José Luis Alvite, ese escritor español de notable éxito secreto que de vez en cuando rescata Carlos Herrera en su programa de Onda Cero. Pero claro, Kennedy es anterior a Alvite.

Quizá lo que pueda distanciar al lector español de esta novela sean precisamente el estilo y sobre todo el argumento. En cuanto a esto último hay que reconocer que las corruptelas políticas en el Albany de los años 40 del siglo pasado como materia prima casi única y esencial de un libro de más de 400 páginas pueden resultarle excesivas al lector que no esté realmente interesado (casi como un politólogo) en la historia política norteamericana de mediados del siglo XX. Y en lo que se refiere al estilo, lo que para mi son virtudes o incluso virtuosismos de escritor, es probable que a un lector no tan proclive al virtuosismo le lleve a la confusión y a la excesiva algarabía en forma de palabras y párrafos. Me refiero sin ir más lejos a las continuas idas y venidas en el tiempo, a los cambios incluso dentro de un misma frase de las personas del verbo (se habla por ejemplo de Roscoe y tras una coma, es Roscoe quien habla), y al excesivo número de personajes que pululan por la obra, un verdadero ejército de secundarios que muchas veces hacen complicado el situarse dentro de la trama, casi como si estuviéramos leyendo al Tolstoi de Guerra y Paz.

Es esta una novela que yo recomiendo con fervor a lectores de raza, a lectores duchos en la maratón lectora, a lectores que no deseen esprintar con velocidad y quieran llegar rápido a meta. Es esta una novela que requiere inversión en tiempo y paciencia, pero sin duda es también una novela que aporta muchas satisfacciones a quien llega hasta el final de la travesía.