No obstante la
ceguera del
antipriismo, en ambas fechas se demostró que la
alternancia pacífica en el poder era posible en México pese al prolongado
predominio de un partido hegemónico, o más precisamente, de una coalición que
fue cambiando su composición, carácter y naturaleza durante siete decenios.
El hito de la historia política de México en la segunda mitad del siglo
XX fue la reforma electoral que se inició bajo la conducción de don Jesús Reyes
Heroles en el gobierno de José López Portillo y culminó en 1996 como una válvula
de escape a las presiones acumuladas desde 1994: el levantamiento del EZLN en
Chiapas, los homicidios de Colosio y Ruiz Massieu, la severa crisis financiera y
la profunda recesión de 1995.
En el último jalón de la democratización
desde arriba, se eliminó toda representación del Gobierno Federal en el
Instituto Federal Electoral (IFE) y se instaló un nuevo Consejo General –el
máximo órgano de dirección– con un consejero presidente y ocho consejeros
electorales nombrados por unanimidad de votos en la Cámara de Diputados. Este
paso –y toda la transición– fue posible gracias a las famosas reuniones de
Barcelona, en la que los políticos mexicanos de todos los partidos practicaron
el diálogo y la negociación como vías para construir acuerdos fundamentales.
¿Por qué los políticos que le
demostraron al país y a sí mismos su capacidad para debatir libremente y ponerse
de acuerdo sobre los asuntos más controvertibles, como son las reglas para el
cambio de poder, optaron por abandonar el diálogo y han llegado a confundir la
política con la diatriba, la intolerancia, el engaño, la
trampa?
¿Por qué los políticos que le
demostraron al país y a sí mismos su capacidad para debatir libremente y ponerse
de acuerdo sobre los asuntos más controvertibles, como son las reglas para el
cambio de poder, optaron por abandonar el diálogo y han llegado a confundir la
política con la diatriba, la intolerancia, el engaño, la trampa? ¿Qué pasó entre
1996 y 2010 que enrareció y yo diría envileció la política y, por lo mismo la
democracia?
Quizás la respuesta sea lo que no pasó en estos años. Una
vez que el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y fue “sacado a
patadas” de Los Pinos, los demócratas de nuevo cuño se quedaron sin enemigo
común contra el cual unirse, o al menos eso creyeron. Se suponía que sin el
poder presidencial, el PRI se fracturaría, y casi lo hizo con el conflicto
Madrazo-Elba Esther, y que se reduciría a una decena de partidos estatales o
regionales. Esto no ocurrió –o no como se esperaba–; el PRI no se desintegró
como organización nacional y ahora funciona sin el árbitro o “líder nato” que
fue,
ex oficio, el presidente de la República.
Ya sin su pieza
clave, el PRI se ha recompuesto y hasta ahora parece ser el partido con más
posibilidades de ganar la Presidencia de la República en 2012. Mientras tanto,
la derecha extrema y algunos trozos de la izquierda reeditaron la alianza
anti-PRI en las elecciones estatales de 2010 y todo parece indicar que lo harán
en las de 2011, bajo el supuesto de que si derrotan al candidato priista a
gobernador del Estado de México, cerrarán el paso al candidato presidencial más
viable de ese partido, Enrique Peña Nieto.
La parte de la izquierda que
ha propiciado esa alianza parece movida únicamente por el interés de subsistir,
sin programa ni propuestas, a través de los gobernadores que ha apoyado y
apoyará, quizá con la esperanza de que algo suceda en el país de aquí a 2012 que
le dé viabilidad política. La otra parte, encabezada por Andrés Manuel López
Obrador, sí tiene programa, dispone del presupuesto del PT y Convergencia y ha
creado una estructura autónoma a nivel municipal o local, que le será de gran
utilidad en el probable caso de que no disponga de la estructura del PRD.
La transición democrática sigue
paralizada por la obsesión del anti-priismo que se ha quedado vacío porque el
PRI no está en el gobierno, no controla ni puede manipular las elecciones, no
tiene ninguna de las características que convencieron a la izquierda y la
derecha de aliarse en su contra a finales del siglo
XX
La derecha sí tiene programa y lo tiene
muy claro: asumir las banderas del conservadurismo del siglo XIX, adecuarlas a
las circunstancias del siglo XXI y tomar revancha de los liberales que, con
Juárez, derrotaron al ejército conservador y derrocaron al emperador austriaco
gracias a que las tropas de Napoleón III lo abandonaron a su suerte porque eran
necesarias para sostener la diplomacia europea del emperador menor.
El
primer paso es evitar que los candidatos priistas ganen elecciones locales para
gobernadores, alcaldes y diputados. El paso siguiente es conservar el poder
presidencial que ganaron en el año 2000 y ratificaron en 2006 “haiga sido como
haiga sido”. Si para eso hace falta someter a los propios consejeros para que
elijan a un dirigente formal funcional al presidente Calderón, lo harán, pero
nada tiene más importancia para ellos que conservar la Presidencia de la
República.
El PRI, como los demás partidos formalmente constituidos,
tiene una declaración de principios, un programa de acción y un reglamento
interno. Sus fracciones parlamentarias han seguido sendos programas legislativos
y sus gobiernos locales han respondido mejor o peor a las demandas de la gente
en sus respectivos estados. Lo que aún falta por definirse, al menos en público,
son las propuestas específicas que presentará ese partido para el gobierno
federal en 2012-2018. Claro que ha habido pronunciamientos aislados de Beatriz
Paredes y de otros priistas prominentes, pero aún falta por decirle al país qué
haría en concreto un gobierno priista frente a temas fundamentales como la
pobreza y la desigualdad, la política económica, el combate a
la violencia
criminal, las relaciones con Estados Unidos, América
Latina y otras regiones del mundo, el complejo
educación-investigación-cultura-empleo.
La transición democrática sigue
paralizada por la obsesión del anti-priismo que se ha quedado vacío porque el
PRI no está en el gobierno, no controla ni puede manipular las elecciones, no
tiene ninguna de las características que convencieron a la izquierda y la
derecha de aliarse en su contra a finales del siglo XX. Si algo debería producir
la transición en nuestros días, son respuestas a los terribles problemas que
afectan al país y que han debilitado al Estado.