1 Wendy aguarda turno.
Se come un donut de
mermelada,
abstraída de todo, sin lascivia.
Sólo está hambrienta.
Esperando vez.
En la barra están las otras.
La serpiente tiene tus ojos,
desconocido,
y el veneno te golpea el corazón
como un tremendo látigo de
piedra.
Las bailarinas en el viejo almacén,
enceladas como Campanilla en
círculos
de talco y cocaína mal cortada.
Tapadas con tiritas
transparentes
las señales de las agujas.
Sus pertenencias guardadas en
toallas.
Saldrán con ellas a contonearse
como torpes peonzas,
sin
fiarse unas de otras.
Hay poca lujuria hoy en Nunca Jamás.
Oye voces
dentro de sí el desconocido,
y habla de dejarlo todo y seguirle,
de que
tener ocho años es un crimen,
-algo que todo el mundo
sabe y también
olvida-,
y de amigos que se conjuran
horas antes de besarse entre
olivos.
Mientras, cambia la canción
y Wendy, relamidos los dedos de
azúcar,
enfila la tabla sobre los tiburones.
Arrastrarás la muerte,
desconocido,
como la sombra del equilibrista
en rascacielos y charcos
metálicos.
Ropa heredada, brillante supernova
para recordar a quienes se
perdieron
en sótanos, cementerios y esquinas,
meninges y genitales
aparte.
Wendy está acabando. No ha quitado
la vista de la toalla con sus
cosas.
El desconocido, en minutos,
le pondrá su santa mano
en la
frente o la barriga
hasta que el donut maúlle
como un gato triste, azul,
siempre inoportuno.
2. DERROTAS No hurgues en tus
bolsillos:
ambos sabemos que no está ahí.
Tus vecinos fingirán
reconocerte.
Tu madre, tu padre,
aquellos con los que te cruces
pero
ambos sabemos
que la partida se acabó,
que la perdiste tú.
Mira
debajo de la cama:
ambos sabemos que no está ahí.
La Famosa Madrugada de
las Grandes Decisiones.
Son las cinco, te puede el sueño,
hoy o nunca.
Bajas hasta la estación,
está oscuro, aún no hay trenes:
a punto
están de colocar los destinos.
Y hay tantas razones para dejarte llevar,
quedar dormido en cualquier banco
hasta que el sol aparezca
y se
extrañe de verte
pero que no pueda imputar
delito alguno a ese tipo
arrobado con una casaca
del ejército de la Tercera Guerra.
No hay
café en la máquina:
en Colombia aún está anocheciendo
o es invierno o
vete a saber tú
qué coño pasa con Juan Valdés.
No mires al cielo: los
ángeles
vuelan con alas de saldo,
viajes tuneados de ida y vuelta.
Ambos sabemos que la traición
fue mucho antes,
no recuerdas cuándo
ni cómo ni por qué.
Sólo se te exige una heroicidad
y para tu
asombro la cumples:
cambias los raíles, las señales
los colores de
semáforos y ojos.
Refundado el mundo, echas a andar.
Hoy al menos, no
ganarán los tibios.
3. SE BUSCA Quiero un arma,
quiero una víctima,
quiero un asesinato, quiero un deseo.
La boca de
sangre quiero,
reventar de pólvora y cuerpo,
quiero la silla eléctrica,
quiero
un hijo que me odie,
no tener dinero en los bancos quiero,
quiero un cáncer, quiero arder y quemar,
llorar sin consuelo quiero
quiero que alguien repare en mí
y me lastime y me quiera olvidar.
Nota de la Redacción: agradecemos a
Ediciones
Carena en la persona de su director,
José
Membrive, la gentileza por permitir la publicación de
estos tres poemas del libro de
Carlos
Zanón,
Tictac
tictac (Carena, 2010).