Ani Khachatryan (ed. lit.): <i>Antología de la literatura armenia</i> (Ediciones Carena, 2010)

Ani Khachatryan (ed. lit.): Antología de la literatura armenia (Ediciones Carena, 2010)

    TÍTULO
Antología de la literatura armenia

    EDICIÓN E INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
Ani Khachatryan

    EDITORIAL
Ediciones Carena

    TRADUCCCION
Ani Khachatryan

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 135 paginas. 12 €




Reseñas de libros/Ficción
Ani Khachatryan (ed. lit.): Antología de la literatura armenia (Ediciones Carena, 2010)
Por José Cruz Cabrerizo, viernes, 3 de septiembre de 2010
Sobra decir que a lo largo del año han de nacer iniciativas editoriales que verán la luz aún sabiéndose limitadas en sus resonancias, que se conocen condenadas de antemano a la invisibilidad y a la sordera de los grandes suplementos en los diarios de cabecera. Son actividades de riesgo manchadas de tinta, que con toda seguridad no van a convertir el papel de hoja impresa en papel moneda, por mucho que el/la editor/a toque con su dedo apuntador. Solo los punteros láser sobre una presentación de Power Point llena de tartas de las que se desgajan algunos trozos, de diagramas de barras como rascacielos de hormigón, o de tablas de números estabulados lo consiguen.
La Antología de la literatura armenia, cuya edición, traducción e introducción histórica ha elaborado Ani Khachatryan, que hoy comentamos, bien puede servirnos como ejemplo de esos felices encuentros improbables con un producto, no elitista, pero sí diferente y necesario, condenado a la tercera división comercial, pero que condensa una literatura a la que de otra forma el común de los lectores no podríamos llegar.

Y si algo de malo tiene esta recopilación es su extensión: un muy nutrido, interesante y necesario estudio histórico a grandes rasgos sobre la nación armenia: la prehistoria, sus avatares territoriales y el dolor del genocidio sufrido en carne propia que es el segundo en número de cadáveres después del holocausto judío (y del que sin embargo tan poco se ha hablado, yo de hecho no he tenido clara la historia de Armenia hasta no leer esta reseña histórica).

Y un repaso esquemático a los principales autores en los que se hecha en falta una referencia a los armenios actuales. Y lo malo en cuanto a la extensión de que hablaba, es que nos vamos a tener que conformar apenas con un aperitivo, con cinco relatos de cuatro autores señeros de la literatura armenia que no le van a sonar a nada, cuyos nombres, por poco frecuentes y cercanos va a olvidar al momento (Miqael Hovhannisyan, Avetiq Isahakian, Hovhannes Tumanyan, Derenik Demirtchyan) pero cuyas narraciones sin duda va a mantener en la memoria porque uno de ellos activa el interruptor de la reflexión sobre el “qué haría yo en este caso”, y porque todos están impregnadas de ese carácter universal de los sentimientos (la distinción entre sentimientos buenos y malos es igual en cualquier parte del mundo) como el despecho, la dignidad, la empatía, el afán de superación (aunque no lo creamos, el “sueño americano” viene de lejos), la piedad, la soledad, la valentía y la entereza, la víctima doble, la explotación…

En resumidas cuentas: un libro que no necesita de más justificación, que no precisa que lo desmenucen más

No voy a asignarlos a cada título, porque será bueno que el lector descubra en cual de cada una de estas narraciones se ocultan. A modo de cajón de sastre, se podría decir que uno encuentra en ellas: el sabor de los maestros rusos, la paradoja semántica que se resuelve, el doloroso deber de decidir si alguien debe decidir sobre la vida de alguien…

A tenor de la introducción histórica citada uno piensa: “¡Ya está! ¡Un libro que se va a centrar en el genocidio armenio!” (da igual que los farsantes de la historia se empeñen en acuñar términos para el crimen, y eviten “genocidio”, el caso es que hay muertos de por medio). Pero afortunadamente estos relatos no aprovechan para tratar el tema, para propagar el innegable hecho histórico cuyas cifras de asesinados son las que son. Solo uno de ellos lo utiliza, y eso como excusa narrativa, de una manera tan sutil que no se puede tachar de “relato histórico”.

En resumidas cuentas: un libro que no necesita de más justificación, que no precisa que lo desmenucen más. Los títulos, como el nombre de los autores no van a decirle nada: “Diario de un hombre perdido” (que se compone de dos partes, “Yo”, y “Él”), “El sabor del dinero”, “Ese nada soy yo”, “Guiqor”, “La persona que sobraba”. Simples etiquetas para productos imperecederos que no se echan a perder al lado de una piscina, en la orilla del mar ni en una mochila, cualquier marco y momento es idóneo para este entremés de literatura sin fronteras, sin tiempo ni limitaciones.