“En UCD entramos mucha gente, que no solamente íbamos a vivir de la
política, sino que la política nos costaba dinero”. Estas declaraciones de
José Luis Manglano (cabeza de lista al Ayuntamiento de Valencia por UCD en 1979)
ejemplifican la historia de una formación política, cuyos problemas internos, su
parcial definición ideológica y su evolución van a marcar un proceso de cambio y
transformación como fue la salida de la dictadura. La autora, joven doctoranda
de la Universitat de València, publica este trabajo como inicio prometedor de su
futura tesis doctoral sobre la formación política para el caso valenciano. Con
él se amplía la bibliografía existente sobre un grupo del que desconocemos todo
o casi todo y, además, comprobamos cómo interesantes investigaciones se van
abriendo camino en el mundo editorial universitario.
La obra de
Patricia
Gascó, con 180 páginas de texto, recorre la historia y
características de una formación que tuvo en Valencia uno de sus principales
centros, no sólo por la importancia y curriculum de los políticos que la
formaron (Abril Martorell, Emilio Attard, Manuel Broseta…) sino también por el
fuerte carácter personalista de algunos de sus líderes y la heterogeneidad de la
formación (tanto de grupos de poder como de tendencias ideológicas) que marcaron
su final. Y este recorrido se realiza teniendo presente la documentación
existente y sugiriendo interrogantes para futuras reflexiones y debates. A modo
de ejemplo sugeriré, tan sólo, uno de ellos: ¿hasta qué punto no tenemos un
descontrol y atomización en este partido reflejo de un periodo de incertidumbre
como fue la transición?
Por lo que se nos cuenta, la
historia de la Unión de Centro Democrático pasa por entender su génesis y
evolución en un marco complejo de estrategias y grupos de poder. UCD fue una
iniciativa de diferentes sectores políticos (liberales, democristianos, e
incluso nacionalistas) para presentarse coaligados a las primeras elecciones de
1977
Tras un capítulo introductorio, se
analizan las tres fases en las que la autora divide UCD-Valencia, con una
primera fase (1977-1979) de pugna entre “liberales” y “populares” que se saldó
con una victoria de estos últimos; una segunda fase (1979-1981), con la llegada
de Abril Martorell, la incorporación de Broseta, y la progresiva salida de
Attard: y, finalmnte, un último momento de disolución del partido con el paso de
parte de sus dirigentes al Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez. La
obra, sin perder de vista la perspectiva general, analiza las principales
conexiones entre la política estatal y la valenciana para realizar un perfil
político e ideológico de lo que fue la propia UCD Valenciana. Para hacer un
planteamiento del perfil ideológico del propio partido, además del programa en
los procesos electorales, se han tenido en cuenta los discursos de la elite pues
su opinión marcó la posición y actuación a seguir. Estos discursos son
manifestaciones externas que, si bien no representan a la totalidad de los
militantes, sí servían de referencia para formarse una opinión sobre la
formación. Del mismo modo, la autora caracteriza a las dos facciones opuestas
que conformaron el partido para ver sus sustratos ideológicos y estrategias de
poder opuestas.
Por lo que se nos cuenta, la historia de la Unión de
Centro Democrático pasa por entender su génesis y evolución en un marco complejo
de estrategias y grupos de poder. UCD fue una iniciativa de diferentes sectores
políticos (liberales, democristianos, e incluso nacionalistas) para presentarse
coaligados a las primeras elecciones de 1977. En el caso valenciano esta primera
UCD estuvo formada por dos grandes grupos políticos, por un lado el Partido
Popular Regional Valenciano de la mano de Attard y por otro, el Partido
Demócrata Liberal de Peirats, Noguera y Francesc de Paula Burguera. El
predominio del primer grupo, los
“papos”, frente al segundo marcó los
inicios de una formación que nació excluyendo a un importante sector liberal y
nacionalista valenciano. Exclusión que ya sucedió en la esfera estatal entre las
diferentes familias que encumbraron la UCD y que permitieron el sustento de
Adolfo Suárez como presidente del gobierno.
La hegemonía de Attard en
Valencia fue fundamental para entender la asunción, en un primer momento, de la
vertiente ideológica anticatalanista que generó cierto rédito electoral en las
filas de UCD sobre todo en 1979. Algo que afectó al propio proceso de
construcción de autonomía valenciana y que a la larga acabó destrozando a la
formación pues, con la opción anticatalanista, se defenestraba al sector liberal
y nacionalista, una de las familias más importantes del partido. Pero este
regionalismo de raíz anticatalanista, como afirma Gascó, permitió dar entidad
propia a UCD-Valencia de tal modo que fuera posible diferenciarse de otras
opciones políticas, y de cara a las siguientes elecciones, intentar liberarse de
la dependencia de Madrid. Algo que, como bien se explica, no se
consiguió.
La situación de desunión existente
en la formación desde un inicio marcó la llegada de Fernando Abril Martorell en
1979, como diputado y presidente. Incorporando a una nueva elite, de “aquella
a la que le costaba dinero la política” y que tuvo a Broseta o Manglano como
figuras clave
La situación de desunión
existente en la formación desde un inicio marcó la llegada de Fernando Abril
Martorell en 1979, como diputado y presidente. Incorporando a una nueva elite,
de
“aquella a la que le costaba dinero la política” y que tuvo a Broseta
o Manglano como figuras clave. Este
“desembarco de la división azul”
marcó el final de la formación, con la acentuación de sus posiciones
anticatalanistas y el intento de homogeneización ideológica del partido. La
dimisión de Suárez y Martorell y la progresiva salida del sector crítico marcan
el final de la formación que se consideraba gran artífice del proceso
democratizador pero que su dependencia de las grandes figuras políticas y su
clara división en familias llevaron inexorablemente a su final.
El libro
de Patricia Gascó presenta la UCD como amalgama política, con socialdemócratas,
democristianos y liberales. Un partido que para presentarse a los procesos
electorales amplió sus fronteras ideológicas. En el caso valenciano la asunción
del anticatalanismo fue una de esas ampliaciones. Una visión del anticatalanismo
que la autora relaciona con el populismo siguiendo los trabajos de otros autores
como Ramiro Reig. Un populismo que llegará a condicionar el propio proceso de
construcción de la autonomía valenciana. Hasta el punto que, como afirmaba Ruiz
Monrabal hace unos meses (figura política de la UCD del periodo): “Los
demócratas clandestinos queríamos la máxima autonomía posible, en el menor
tiempo posible. Ése era el lema. Igual que Cataluña, igual que el País Vasco.” Y
esto asustaba a gran parte de la UCD del periodo que con unos líderes reacios,
retrasarán el proceso hasta prácticamente aprobar un estatuto
limitado.
Para concluir, Hopkin hablaba de la presumible independencia de
Unión de Centro Democrático en diferentes zonas de España. Valencia era una de
ellas. Su propia evolución interna, su anticatalanismo visceral y la presencia
local de elites políticas relevantes así parecen indicarlo. Pero la obra de
Gascó pone de relieve lo contrario, es decir, que Valencia como uno de los
centros importantes del partido, sufrió progresivamente la injerencia ideológica
y política de sectores provenientes de Madrid, pese a su creciente
regionalismo bien entendido, sufriendo una escasa independencia con
respecto al órgano de decisión central. Por tanto, para entender su desaparición
debemos entender su formación, y cómo su diversidad de orígenes y de intereses,
algo muy presente en el cambio político valenciano, llevaron a la fragmentación
de un centro político a veces utópico, pero necesario como partido
“paraguas” aglutinador de tendencias en diálogo. Su prematuro final
fomentó el mito de partido de la transición donde parecía que Adolfo Suárez,
Broseta, Attard o Martorell hubieron de sacrificar los legítimos intereses de
partido a una acción de gobierno integradora. Lo cierto es que, su origen
excluyente y sus luchas intestinas nos anunciaban que su vida sería corta, pese
a que su huella, como vemos, permanecería.