Así que acercarme a la literatura de viajes siempre me ha dado cierto
miedo, no vaya a ser que me fueran a contar un viaje de novios. O me asaltaba
una pereza de confesionario hacia lo que pensaba que podría ser una batallita
del Abuelo Cebolleta. Pero sin embargo cuando tuve noticia de esta obra actual
me dije que era el momento de dar el salto, y eso por dos motivos: uno, el viaje
que se narra es de 2004. Dos, toma como referente a unos vecinos con los que
compartimos nacionalidad, pero a los que no por ello conozco. Sé más de muchas
tribus amazónicas que de los gitanos, a pesar de haber compartido durante años
una prudente cercanía física en la periferia de la ciudad, y una abismal lejanía
mental. Compartíamos autobús con gitanas con cubos rebosantes de caracoles que
vendían en el mercado, o portaban grandes haces de tallos de ajetes, o las
mantelerías de un barroquismo exacerbado que voceaban en la zona de la catedral…
Por nuestras calles de vez en cuando transitaban gitanos en bicicleta:
afiladores que convocaban con su flauta y su reconocible melodía. O aquellos
hojalateros que con una habilidad pasmosa, de las latas vacías de aceite de
motor, hacían silbatos a los niños más afortunados (aquellos cuyas madres le
daban el trabajo de repararle las cacerolas)… Ahí termina todo nuestro
mestizaje, toda la mezcla de dos pueblos.
A los niños “castellanos”
(“payo” es la voz que utiliza el gitano para nombrar a los no gitanos,
“castellano” es la voz que se utilizaba para nombrarnos a nosotros mismos aunque
estuviéramos en Andalucía) el cuerpo social nos había inculcado tanto miedo a
los gitanos como a los locos del frenopático, que radialmente equidistaba tanto
como el barrio de los gitanos. Gitanos y gallipavos (mestizo entre gitano y
payo/castellano). A los niños gitanos no sé si también les movía el miedo a los
castellanos, pero solo tuvimos relación con un gitano, “El chocolate”, que creo
que pronto se cansó de que nuestros gustos musicales no fueran hacia lo jondo,
sino hacia Chichos y Chunguitos. No hay que perder de vista que el racismo es
bidireccional, solo que los castellanos lo ejercemos desde una posición
predominante y ventajosa.
En La casa donde se esconde el
sol, Kike del Olmo no esconde las diferentes realidades, las verdades
inherentes a cualquier ser humano sin distinción: en todos lados cuecen habas y
en todos las razas y sociedades hay de todo, bueno y menos
bueno
Pues bien, ya digo que lo segundo que
me atrajo del libro fue saber que traza una rama del viaje que pudieron seguir
hace nada menos que 1000 años las tribus de la India que unificadas dieron lugar
al genotipo gitano. No esperaba un tratado etnográfico del pueblo gitano, sino
unas leves pinceladas, y efectivamente las hay: concretas, sustanciosas, y sin
el velo de las mil y una noches. No esperaba un estilo brillante al modo de los
grandes escritores del siglo XIX, así que no me ha sorprendido el lenguaje
informativo, periodístico y directo. Esperaba saber algo más de estas personas,
sobre su situación actual y su lugar en el mundo de hoy a partir de la
experiencia a pie de calle y de carretera… La lectura de
La casa donde se
esconde el sol, ha llenado mis expectativas. Desde la India, donde partieron
junto con los ejércitos que combatían el avance del Islam en su papel de
forjadores de armas y trabajadores de la fragua, o en su faceta de saltimbanquis
y músicos para entretener a los milicianos, hasta Finlandia, obtenemos una
radiografía simple y clara de la situación actual del pueblo gitano en Eurasia.
Situación que claro está depende del entorno económico. Pero también, (y eso ya
sí que no lo esperaba), por contraste uno puede reflexionar en torno al asunto y
revelar la imagen del pueblo payo/castellano:
Primero. Los
payos/castellanos cambian al ritmo vertiginoso de los tiempos, y tan rápido
giran que ya no saben ni dónde están, más perdidos que Carracuca y más solos que
la una. Generan y sufren un modelo social lleno de vórtices que se los tragan.
Por ejemplo el diario
Ideal de Granada en su edición del 14 de junio 2010
recoge un informe de la Fiscalía General (no sé si me equivoco, pero el órgano
jurisdiccional es lo de menos ahora), en el que se señala que muchos padres de
hijos díscolos o absentistas escolares no pueden meterlos en vereda a causa de
su corpulencia y magnífica alimentación (no es un chiste malo, pueden consultar
la edición impresa). No quiero imaginar tan sólo lo que para mí habría supuesto
levantarle la mano a mi padre.
Desde el principio, cuando Kike del
Olmo e Ima su compañera nos meten en su Land-Rover viejuno y agitanado para
vivir “Un viaje apasionante en búsqueda del origen del pueblo romaní”, como dice
la portada del libro, suponemos que no va a ser un desplazamiento
cómodo
Segundo. Los gitanos son tan renuentes
al cambio que el estricto
romanipen frena su propio desarrollo social y
económico: p. 136 “
Por ejemplo en este centro comercial, nuestras leyes dicen
que si un hombre mayor entra aquí, yo no puedo caminar por el piso de arriba, no
podría estar por encima de él. Así que nunca podré emplearme en una tienda del
piso de arriba. Pero cuento con ello, hay otras mil posibilidades además de la
tienda de arriba. Lo que no quiere es que nadie me acuse de vaga por no
trabajar, precisamente en esa tienda”. Quien así se expresa es Paula, una
gitana finlandesa. Pero qué coeficiente de oportunidades puede tener un gitano
de Macedonia, Rumanía, en Turquía, o Irán, donde ni siquiera son reconocidos
como minoría.
En
La casa donde se esconde el sol, Kike del Olmo
no esconde las diferentes realidades, las verdades inherentes a cualquier ser
humano sin distinción: en todos lados cuecen habas y en todos las razas y
sociedades hay de todo, bueno y menos bueno. Nos encontramos con gitanos que han
alcanzado altas cotas de visibilidad e influencia empujando en una dirección que
apunta a aprovechar las oportunidades educativas y de progreso allí donde puedan
presentarse, y sectores del pueblo gitano inamovibles, que creen que el subsidio
es un merecimiento divino. Como los payos, eso ya lo sabíamos. Pero lo que no
teníamos ni idea es de que un millón de gitanos (p. 129
“…el otro único
pueblo que fue llevado a los hornos crematorios por razones raciales…)
cayeron durante el patrimonializado/judaizado holocausto (si contamos que la
población actual de gitanos repartidos por el mundo es de doce millones, la
proporción relativa es escalofriante). Como tampoco nos habían dicho nada de
esto que viene a continuación, lo que revela (para mí al menos) Chenda Rudika
cuyos padres se conocieron en el campo de concentración de Letti, lugar donde
hoy se erige una granja de puercos: “
Los países vecinos a la Alemania nazi,
se aprovecharon de la situación para sacarse el problema de los gitanos sin
responsabilidades, en realidad nadie los quería en su territorio”. Tantos y
tantos documentales como he visto y me tengo que enterar por el libro de Kike
del Olmo. Tampoco sabía que en Kosovo, Albania, y en el resto del volcán
balcánico han caído bajo el fuego de todos los bandos sin excepción, porque los
refregones de la limpieza étnica también les alcanza, o que en Svinia, Rumanía,
donde los gitanos fueron esclavos durante cuatrocientos años, los niños pasan
hambre africana. Ni que en muchos de estos países a los niños gitanos
escolarizados los colocan en clases especiales junto con niños
deficientes…
Desde el principio, cuando Kike del Olmo e Ima su
compañera nos meten en su Land-Rover viejuno y agitanado para vivir “Un viaje
apasionante en búsqueda del origen del pueblo romaní”, como dice la portada del
libro, suponemos que no va a ser un desplazamiento cómodo. “La forma más cómoda
de viajar es con un dedo sobre el mapa”, decía Gómez de la Serna. La forma más
inocente de viajar no es desde luego leyendo este libro, pero sí la más segura.
La más segura contra el brillo de la disneylandlización social, y la
invisibilidad de nuestras pequeñas culpas (a las grandes no alcanzamos). ¿Que
qué culpas? Por ejemplo la de la simple estigmatización por el lenguaje: “Los
ladrones se hicieron con el hilo de cobre del transformador y poco después
fueron detenidos…” (robo por un castellano/payo). “El robo de hilo de cobre del
transformador fue perpetrado por hombres de raza gitana a los que se detuvo…”
(robo por un gitano). Y ya enseguida se nos viene a la cabeza, por ensalmo, lo
de “Gitano tenía que ser”.