En
La agonía de Francia, Manuel Chaves Nogales aborda un tema de
gran interés que, con la perspectiva del tiempo, el lector actual puede leer con
un inusitado placer. El periodista y escritor narra con gran conocimiento de
causa las vicisitudes políticas y sociales de una Francia acosada por las
veleidades imperialistas del Tercer Reich alemán. Chaves Nogales no habla ex
cátedra, ni se dedica a teorizar a lo erudito, sino que narra la visión de unos
hechos que él conoce, sin abandonar nunca una valoración que defiende el sistema
democrático por encima de todo. Nogales, como reconoce Pericay en su
introducción, seduce al lector porque sabe de lo que se habla, Nogales, como el
maestro Juan Martínez (una de sus obras)
estuvo allí. Son numerosas las
frases que comienzan con un “yo he estado”, “yo he hablado”, “he escuchado”, lo
que le confiere un crédito de gran valor.
Chaves Nogales estuvo allí, en
la Francia de los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial. Salió al
exilio en cuanto Franco comenzó a asediar Madrid, noviembre del 36, disgustado
con el cariz que tomaban las cosas, en profundo desacuerdo con una guerra de la
que no presagiaba nada bueno, fuera quien fuera el vencedor, que en su opinión
solo sería un dictador, de uno u otro color. Abandona España y se refugia en
Francia, donde toma parte activa en la defensa de la Francia democrática, cuyos
valores quiere apisonar la maquinaria hitleriana. Le tocaría volver a huir,
puesto que un perfil como el suyo bien podía haber terminado en cualquier campo
de concentración nazi y pasaría sus últimos años en Londres, donde muere, solo,
lejos de su familia, en 1944.
Se da un feliz maridaje entre la
fidelidad a los hechos que requiere el ejercicio periodístico con la anchura de
miras, la capacidad para el encuentro con el otro que predicaba Kapuściński, la
compasión y la observación que ha de tener un buen
prosista
El periodista sevillano, cuya obra
se comienza a redescubrir y poner en su justo lugar gracias a la labor de
rescate de Libros del Asteroide, disecciona, pues, la compleja realidad de una
nación, Francia, que ha sido durante veinte siglos una civilización sólida y
autónoma. Un país que, por primera vez en su historia, traiciona sus valores
intrínsecos y se vende al totalitarismo alemán. La “fe en Francia, una fe ciega”
que la humanidad tenía puesta en aquella potencia se desintegra a partir del 22
de junio de 1940. Aquel día, el mariscal Pétain firma un armisticio con las
autoridades del Tercer Reich, quedando el país dividido en la Francia ocupada y
en la Francia de Vichy, donde se establece un régimen carente de toda viso
democrática, en consonancia con los valores corporativistas y fascistas del
gusto alemán. ¿Cómo entender semejante decisión, semejante capitulación? El
libro de Chaves Nogales constituye una guía esencial para conocer la intrincada
red de motivaciones, de debilidades, que llevaron al país a tal extremo.
El autor, formado desde muy joven en las redacciones de los periódicos
sevillanos, demostró una precoz capacitación literaria cuando publicó, con tan
sólo 23 años, sus
Narraciones maravillosas, una sorprendente galería de
tipos humanos, de antihéroes, en los que la compasión y la agudeza psicológica
impregnaban cada una de esas fábulas. Luego vendrían títulos que, con un
'marketing' literario más fino, le habrían hecho figurar como uno de los padres
del Nuevo Periodismo, atribuido demasiado generosamente a Truman Capote, sin
tener en cuenta el trabajo previo de un Rodolfo Walsh o, mucho antes, el propio
Chaves Nogales. Ahí quedan
Juan Belmonte, matador de toros o
El
maestro Juan Martínez, que estaba allí, como obras que nacieron con un gran
carga innovadora, y que empezaron a confundir, en el buen sentido del término,
los límites entre ficción y no ficción.
La agonía de Francia no ofrece
tantas dudas, estamos ante un libro de no ficción sin fintas literarias, sin
espacio para el lirismo ni el paseo estético, pero que se mueve entre el ensayo
y la crónica periodística de largo alcance. Es ahí donde este sevillano
universal, valga el tópico, muestra sus mejores bazas. Porque Chaves Nogales es
un periodista con capacidad para la visión literaria, algo no muy frecuente,
tristemente, en la profesión periodística, por lo que sus crónicas no son sólo
periodísticas, ni únicamente literarias. Se da un feliz maridaje entre la
fidelidad a los hechos que requiere el ejercicio periodístico con la anchura de
miras, la capacidad para el encuentro con el otro que predicaba Kapuściński, la
compasión y la observación que ha de tener un buen prosista. Chaves Nogales
reúne todas esas fortalezas y, además, estaba allí. Dice Andrés Trapiello en el
prólogo de
El maestro Juan Martínez...: “El mérito de Chaves fue decir lo
que dijo cuando lo dijo”. Cabría añadir, también, el
cómo lo dijo.
El francés quiere seguir tomando el
aperitivo, no quiere colas para hacer el pan, no quiere caóticos
embotellamientos que hablan de un Estado desintegrado y ausente. No quiere la
guerra.
En ese
cómo no tiene cabida la
pirueta estilística, pero sí una mirada global que presta la misma importancia a
todos los factores que influyeron en la agonía de Francia. Chaves Nogales habla
de seres humanos, de hombres, de mujeres, y no de cifras o estadísticas, porque
son los hombres y las mujeres quienes hacen la guerra y, en última instancia,
quienes la padecen. Desde esa óptica, el relato que el periodista hace logra el
favor del lector. Se produce un extraño efecto al leer estas páginas, pues vemos
ese fenómeno tan difuso e inabarcable como es una guerra con meridiana claridad.
Han pasado más de setenta años, pero al leer a Chaves Nogales visualizamos con
insólita nitidez aquellos acontecimientos, y ese es un logro, una meta, al que
todo escritor no debería renunciar jamás. Hay un análisis a esas pequeñas
motivaciones humanas (la necesidad de atender los negocios propios, el
aburrimiento en los acantonamientos ante una guerra que no acaba de arrancar,
las aglomeraciones en las salidas de París cuando se decide evacuar, la
desgracia que puede suponer quedarse sin gasolina en ese trance) que hacen de
Chaves Nogales un analista de la realidad de una sagacidad pioneras. Sin ser una
novela, Chaves Nogales nos enseña el valor que tiene leer novelas para entender
la historia, los acontecimientos clave que han determinado la evolución y la
involución del flujo histórico. Por eso el historiador, nos recuerda el profesor
Justo Serna al defender novelas como las de Muñoz Molina, debe acercarse a esos
testimonios que recogen el mayor número de fuentes, el mayor número de detalles.
Por ejemplo, cita Chaves Nogales en su libro, la defensa de Madrid fue un
relativo éxito durante la guerra civil gracias a que la ciudad mantuvo en
funcionamiento sus servicios mínimos, su pulso vital. “Madrid pudo ser defendido
por la paradoja heroica de que los soldados podían ir y venir del frente en
tranvía”. O cuando relata los detalles, nada épicos, triviales, de la entrada
nazi en el mítico París, con su “París fue conquistado por los agentes de la
porra”. Quiere decir que un guardia de circulación hitleriano sustituyó al
parisino, en la Puerta de Saint Cloud, y dio paso a los carros de asalto
alemanes. De un modo tan sencillo se tomó París.
Se fija Nogales en los
detalles y nos ayuda a comprender una historia que no está hecha de tratados y
armisticios firmados por entelequias, sino que son seres humanos, con sus
virtudes y defectos, con sus sentimientos, quienes la van tejiendo. Para
ilustrar las distintas actitudes con que británicos y franceses van a la guerra,
el autor invita a quien quiera a observar las distintas fotografías que se han
publicado de los soldados desde el comienzo de la guerra. “Los británicos
aparecían siempre sonrientes, de buen humor, con un optimismo franco que se
reflejaba en todos los rostros, mientras que en las fotografías de las tropas
francesas no había un solo soldado que no tuviese el ceño dramáticamente
fruncido”.
Acusa el autor, que no comprende la
“fascinación” de un país culto como Francia ante la “estupidez totalitaria”. Una
frase especialmente dura, pero que no deja de ser elocuente de por dónde iban
los tiros ideológicas en la Francia de entonces: “Los generales franceses eran
tan nazis o más que los alemanes”. Y les seducía como a nadie la idea del
“nacionalismo integral”
El autor articula en
torno a dos grandes bloques argumentales las causas de la agonía de Francia. Una
es la renuencia del pueblo francés por volver a la guerra. Vencieron en el 14,
pero salieron más que esquilmados de la contienda. Volver a perder un millón de
hombres, que es la cifra que se maneja que costaría un enfrentamiento abierto
contra Alemania, no es una perspectiva halagüeña. Esta postura le parece
“triste” a Nogales, pero no deja de ser un rasgo de mesura, de pacifismo, en una
nación que prefiere mantener sus negocios, sus asuntos, antes de que sumergirse
en los horrores de la guerra. “¡Antes la esclavitud que la guerra!”, es una
consigna repetida que, si bien puede ser pragmática, no deja de ser deshonrosa
para un pueblo como el francés. Y, bueno, si había que hacer la guerra, que
fuera rápido y sencillo: “Todo el mundo quería hacer la guerra desde una cómoda
butaca”. Pero no hay ganas de hacerla, no hay, siquiera, fuerzas para componer
un estribillo popular que prenda, de algún modo, la llama de un espíritu bélico
inexistente. El francés quiere seguir tomando el aperitivo, no quiere colas para
hacer el pan, no quiere caóticos embotellamientos que hablan de un Estado
desintegrado y ausente. No quiere la guerra.
Da ejemplos de una actitud
indiferente, individualista, incluso cercana a la codicia, con ciudadanos
prestos a arramblar con todas las reservas de café o azúcar, por si acaso, sin
atisbos de solidaridad vecinal ninguna. “Egoísmos llevados al paroxismo”. Pero
también alaba la tenacidad con que luego, los franceses, trabajan la guerra, en
jornadas de doce horas en las industrias bélicas.
Donde el autor pone el
dedo en la llaga y no ofrece ese “una de cal y otra de arena” es en la actitud
de las élites para con el gobierno nazi, en cómo se vendieron veinte siglos de
civilización a la “rebelión de los imbéciles”. Es certero, e implacable, cuando
dice que el nazismo (con su marchamo antisemita) ya había prendido en Francia
antes de la invasión. “El triunfo en Francia del antisemitismo nazi era
completo”, señala, y recuerda que hombres judíos como Georges Mandel, al que se
comparaba con Clemenceau, no pudieran estar al frente del gobierno por su
condición hebrea. Acusa el autor, que no comprende la “fascinación” de un país
culto como Francia ante la “estupidez totalitaria”. Una frase especialmente
dura, pero que no deja de ser elocuente de por dónde iban los tiros ideológicas
en la Francia de entonces: “Los generales franceses eran tan nazis o más que los
alemanes”. Y les seducía como a nadie la idea del “nacionalismo integral”.
Pero de ahí a llegar a someterse a un país al que hasta entonces odiaban
por completo va a un trecho. Un enigmático y apasionante capítulo de la historia
reciente que Chaves Nogales tuvo la necesidad de contar, de analizar, pero
también de denunciar, en cuanto traición a los valores democráticos. Tuvo el
valor de decirlo entonces, cuando la democracia cotizaba en horas bajas, y
también de contarlo de un modo novedoso, colocando en la misma balanza las
grandes y las pequeñas motivaciones humanas, en cuya combinación y no de otro
modo es como se escribe la historia.