Gottlob Schreiner debió ser un tipo singular. Me lo imagino chaparro,
terco, grueso y fuerte; un rubicundo teutón lleno de complejos y enojado con el
mundo que lo había arrumbado el confín de la tierra entre salvajes ignorantes.
Pero si bien imponía con mano de hierro el temor a Dios en su casa, no fue buen
comerciante y fue de fracaso en fracaso hasta su muerte en la bancarrota en
1876.
Fueron años difíciles para los Schreiner. A los 12 años Olivia fue
enviada con sus hermanos mayores para hacerse cargo de las labores de casa.
Después se empleó como institutriz y en 1881 había ahorrado lo suficiente para
viajar a Inglaterra con la ilusión de estudiar en la Escuela de Medicina para
Mujeres de Elizabeth Garrett Anderson y Sophia Jex-Blake, algo que no logró por
su mala salud y problemas emocionales. Pero sí consiguió que un editor leyera el
manuscrito con el que había viajado desde su pueblo, un relato amoroso y amargo
de un territorio en donde la luna chorrea su luz y el
karroo se extiende
en su inmensidad salitrosa hasta donde la vista alcanza.
Olivia Schreiner fue catapultada a
la fama literaria de inmediato. Hasta entonces hospedada en cuartuchos baratos
de los barrios pobres de Londres, vio cómo se le abrían las puertas de los
salones literarios y los círculos intelectuales de vanguardia
Historia
de una hacienda africana apareció bajo el sello de
Chapman & Hall en 1883 firmada con el seudónimo “Ralph Iron” y fue aclamada
como una de las grandes obras de la literatura universal. Se le considera la
primera novela moderna sudafricana. Hoy, 127 años después, la historia agridulce
de Em y Lyndall sigue vigente en toda su fuerza. La vida de esas jóvenes en un
rancho en donde no hay nada más importante que la Biblia, puede conmover hasta
las lágrimas a un lector moderno -incluso a quien no esté familiarizado con las
condiciones de vida en aquella colonia que fue patria del
apartheid- por
la fuerza de las emociones y la profunda humanidad de los personajes que Olivia
Emilia supo capturar:
Es el año de 1860. Las primas Em y Lyndall viven y
trabajan en un humilde rancho en la desértica llanura sudafricana llamada
karroo. Em
es adiposa, dulce y pasiva, un perfecto ejemplar
destinado al matrimonio. Lyndall es inteligente, inquieta, bella,
autosuficiente… y condenada a la infelicidad. Su apacible vida se altera con la
aparición de un bombástico irlandés, Bonaparte Blenkins, quien asegura tener
parentesco con Wellington y con la reina Victoria y se apodera de la voluntad de
la lerda y gorda madrastra de las muchachas. Así, conforme transcurre la vida de
las dos mujeres hacia un trágico y fatal desenlace, el lector es llevado por los
meandros de la condición humana no sólo de aquella retrasada colonia, sino del
mismo género humano.
Olivia Schreiner fue catapultada a la fama
literaria de inmediato. Hasta entonces hospedada en cuartuchos baratos de los
barrios pobres de Londres, vio cómo se le abrían las puertas de los salones
literarios y los círculos intelectuales de vanguardia. Pronto descubrió su
segunda vocación, la de activista en favor de los derechos de las mujeres, y se
integró a movimientos que en aquella época victoriana, de acuerdo a sus
críticos, “no gozaban de la mejor reputación”. Hasta nuestros días hay quien la
considera una de las madres fundadoras del feminismo. Luchó por el sufragio
universal, la educación, la liberación sexual y la igualdad de salarios y
publicó un clásico del género,
Las mujeres y el trabajo, en el que
denuncia el “parasitismo sexual” del hombre sobre la mujer. También fue una
activa pacifista durante la primera guerra mundial.
Olivia tenía 26 años cuando llegó a
Inglaterra. Además del manuscrito de Historia de una granja africana,
llevaba en el equipaje otras dos novelas, que habrían de ser
póstumas
Un estudio fotográfico hecho durante
la primera de sus dos estancias en Londres nos muestra a una mujer gruesa de
facciones agradables y aura inteligente en cuyo semblante nada hay que permita
adivinar su alma atormentada y su vida sumida en la tristeza y la depresión.
Porque la existencia de Olivia Schreiner fue una de soledad y
frustraciones amorosas y sexuales. Dan Jacobson, quien prologó en 1971 la
edición de Penguin Classics de
Historia de una granja africana,
reflexiona si la vida de la escritora en pueblos sudafricanos como Kimberley,
Cradock o De Aar habría sido más solitaria que en las casas de huéspedes
londinenses que fueron durante tanto tiempo su hogar. “Uno se pregunta si la
convivencia con rancheros
bóer y con sudafricanos ignorantes pudo haber
sido más dañina a su talento que, digamos, la que tuvo con la “Sociedad de la
Nueva Vida” en Londres, cuya meta era ‘cultivar en todos y cada uno un carácter
perfecto’.”
Y sigue: “Havelock Ellis, autor de estudios sobre la
sicología de un acto sexual del que él era incapaz; Edward Carpenter, el
delicado homosexual redactor de panfletos sobre los derechos de la mujer y del
‘sexo intermedio’; Leonora, la brillante y trágica hija de Karl Marx quien fue
llevada al suicidio por su amante Edward Aveling, el conspicuo socialista,
revolucionario, estafador y mujeriego: ésta era la clase de personas entre
quienes encontró a sus mejores amigos.
“Ciertamente es más fácil ser
irónico que justo respecto a esos tardíos victorianos, seculares, progresistas,
feministas, traductores de Ibsen e incansables fundadores de organizaciones y
sociedades de debate. Que con tanta frecuencia fracasaran en vivir de acuerdo a
sus ideales sería en sí algo que difícilmente se les podría echar en cara. ¿De
cuántos de nosotros no se podría decir lo mismo? Pero que hubiesen sido
incapaces de llegar a ciertas conclusiones incómodas respecto de sus ideales a
partir de las complejidades y miserias de sus propias vidas... ese es otro
problema, uno que difícilmente podría perdonar cualquier lector que se haya
expuesto a la obra completa de Olivia Schreiner.”
Creo, por lo que he leído de ella,
que nació en el siglo equivocado. La imagino una mujer fogosa, apasionada, poco
convencional, que sufría atrapada en los corsés verdaderos y los ideológicos que
aquella sociedad imponía a sus mujeres
Olivia
tenía 26 años cuando llegó a Inglaterra. Además del manuscrito de
Historia de
una granja africana,
llevaba en el equipaje
otras dos novelas, que habrían de ser póstumas. Su vida entró en un remolino
emocional azuzado por el represivo ambiente victoriano de la época.
Evidentemente era una mujer fuerte, pues defendió con éxito la trama de su
novela (los editores querían que Lyndall, quien muere en el parto, se casara con
el padre de la criatura, “para no ofender el pudor de los lectores”) aunque
debió utilizar un seudónimo masculino, “Ralph Iron”. (Recuerde el lector que
habían pasado sólo siete años desde la muerte de la baronesa Dudevant, Amandina
Aurora Lucía Dupin, quien firmara sus libros extraordinarios con el muy
masculino seudónimo de “George Sand”.)
Creo, por lo que he leído de
ella, que nació en el siglo equivocado. La imagino una mujer fogosa, apasionada,
poco convencional, que sufría atrapada en los corsés verdaderos y los
ideológicos que aquella sociedad imponía a sus mujeres. Siempre en busca del
amor y la felicidad, tuvo una serie de
affaires que habrían sido el
escándalo de las buenas conciencias, entre ellos uno, al parecer nunca
consumado, con Havelock Ellis. De aquella época sobreviven numerosas cartas. El
28 de julio de 1884 le escribió a Ellis una nota conmovedora que ofrezco con una
traducción libre mía al final:
I was going to tear up the bit I
enclose [destroyed] but I won't because perhaps you would like to see it. I
can't explain what I mean by this fear, not even to myself; perhaps you can for
me. I am so afraid of caring for you much. I feel such a bitter feeling with
myself if I feel I am perhaps going to. I think that is it. I feel like someone
rolling a little ball of snow on a mountain side, and he knows at any minute it
may pass out of his hand and grow bigger and bigger and go—he knows not where.
Yet, when I get a letter, even like your little matter-of-fact note this
morning, I feel: “But this thing is yourself.” In that you are myself I love you
and am near to you; in that you are a man I am afraid of you and shrink from
you. (Iba a romper el papelito que te mando
[destruido] pero no lo haré porque tal vez te gustaría verlo. No puedo explicar
qué quiero decir con este miedo, ni siquiera a mi misma; tal vez tú puedas
hacerlo por mí. Tengo mucho miedo de quererte demasiado. Me da una sensación
amarga si siento que tal vez lo haga. Creo que eso es. Me siento como alguien
que empuja una pequeña bola de nieve en la ladera de una montaña y sabe que en
cualquier momento se le saldrá de control y crecerá más y más y se irá... quién
sabe a dónde. Sin embargo cuando recibo una carta, incluso como tu indiferente
nota de esta mañana, pienso: “Pero eres tú mismo”. En tanto eres mi misma
persona, te amo y estoy cerca de ti; en tanto eres un hombre, te temo y me
aparto de ti.) En 1899 Olivia volvió a Sudáfrica y se casó con
Samuel Cronwrigh, un ranchero y activista político que también debió haber sido
una personalidad fascinante: tomó el apellido de Olivia y cambió su nombre a
Cronwright-Schreider, ¡y si eso no fue una muestra de amor, no sé cómo podría
calificarse! Fue madre de una hija que murió a las pocas horas de nacida. Su
infelicidad se acentuó y regresó a Inglaterra sola. A principios de 1920 Samuel
fue por ella a Londres para escoltarla de regreso a su país. Dicen las crónicas
que no la reconoció, tan enferma y consumida estaba, al llegar al miserable
cuartucho en donde se hospedaba.
Olivia Emilia Albertina Schreiner murió
el 10 de diciembre de ese mismo año y fue enterrada junto con los restos de su
hija y de su perro favorito en Buffels Kop, en la desértica planicie
karroo.
De esta singular escritora mi consultor de cabecera dice
que “Aunque fue amiga de Cecil Rhodes, el padre de Sudáfrica, rompieron su
relación a raíz del fallido ataque de Jameson contra los
bóer en 1895,
cuyas actividades denunció en su libro
El soldado de caballería Halkett de
Mashonaland, que criticaba la forma en que se colonizó Rhodesia y originó
una gran polémica. Trabajó en favor de los
bóer durante la guerra contra
Inglaterra (1899-1902).
De hombre a hombre (1927) y
Ondina (1929),
ambas novelas de tema feminista, se publicaron póstumamente. Mujer poco
corriente y valiente, revolucionó el enfoque del feminismo y realizó muchas
observaciones agudas sobre el futuro político de Sudáfrica, en particular sobre
la situación de los negros bajo el
apartheid.”