El director Lu Chuan expone de forma documental, con una elegancia visual
mayúscula y una estética en blanco y negro tan dramática como poética, lo que se
conoce como “el rapto de Nankín”. Sin apenas banda sonora, la primera mitad de
la película es un espectáculo puramente bélico – propio de las mejores
superproducciones occidentales -, que muestra la toma de la ciudad por el
ejercito imperial nipón. La segunda parte desmenuza a través de los ojos de
varios personajes la ocupación y su barbarie.
Los soldados japoneses que
entran exhaustos y ocupan Nankín, están fuera de control. El derramamiento de
sangre, que continúa una vez caída la ciudad con el exterminio de militares y
civiles chinos, es totalmente abyecto. La humillación de los vencidos es moneda
corriente en este tipo de situaciones pero las atrocidades y violaciones
sistemáticas que ocurrieron en la capital alcanzaron los límites del horror.
Con la invasión, civiles y soldados se refugian en la Zona de Seguridad
habilitada por un pequeño grupo de expatriados occidentales que ha decidido
quedarse. Entre ellos está el Sr. Rabe, un negociante nazi, que se alza como
máximo representante. Esta zona se convertirá en un gigantesco campo de
refugiados –unas 200.000 personas- dónde sobrevivir es sinónimo de penuria y
sufrimiento. El chantaje constante e implacable que el ejército vencedor ejerce
sobre los millares de personas agolpadas en el área es pavoroso y desolador.
Del horror masivo de la batalla, tragedia anónima, pasamos al drama
privado de las gentes de la Zona de Seguridad: el pánico y el dolor durante la
larga ocupación que nos narra el Sr. Tang (ayudante de Rabe), el esfuerzo de
Rabe y los suyos (la Sra Jiang, la misionera Minnie Vautrin y el médico Bob
Wilson, ambos estadounidenses) por mantener en vida cuantas más almas fuese
posible a pesar de las constantes incursiones de los vencedores dentro de la
zona. La escena en la que 100 mujeres alzan sus manos sacrificándose
voluntariamente a cambio de víveres para que la mayoría pudiese sobrevivir al
invierno es escalofriante. Obligadas a prostituirse hasta el último suspiro,
pocas lograrán volver con vida.
En paralelo se nos proporciona un
contrapunto justo y acertado al sufrimiento chino con el relato de un soldado
japonés. Kadokawa, consciente de las atrocidades cometidas por los suyos, es el
personaje por el que el film de Lu Chuan no ha sido bien acogido en su propio
país. El sentimiento de culpabilidad que crece en Kadokawa, observador
silencioso de los viles desmanes de sus compatriotas, impregna la segunda parte
del film dando alma a ese enemigo cruel e inhumano. Tanto es así que esa
culpabilidad lo llevará finalmente al suicidio: “lo difícil es vivir” sabiendo
lo que ha ocurrido.
Lu Chuan obtuvo la Concha de Oro a la mejor película
y el premio a la mejor fotografía en el Festival de San Sebastián 2009. La
batalla de Nankín, conocida también como el “rapto de Nankín” por las más de 20
000 violaciones que ocurrieron a lo largo del primer mes de ocupación nipona, ha
quedado magníficamente inmortalizada en esta implacable, terrible y emotiva
ciudad de muerte más que de vida.
Tráiler de Ciudad de vida y muerte, del director Lu
Chuan (vídeo colgado en YouTube por
keane43)