Y dentro de dicho panorama, últimamente tengo especial predilección por las
novelas escritas por
ciudadanos
europeos que vieron desaparecer su mundo, sus países, sus
estados..., en el conflictivo pero fascinante mundo de entreguerras. Incluso
parece que hay editorial que se han especializado un poco en ellos, y pienso en
la barcelonesa Salamandra, sello que ya pasará a la historia de la más reciente
edición en español por haber redescubierto a dos autores que hoy son de culto:
Sándor
Márai e Irène Némirovsky.
El caso de esta última es
ciertamente singular, y su historia parece un melodramático guión
cinematográfico con final absolutamente trágico.
Némirovsky
llegó a ser una escritora apreciada y con prestigio en la Francia de los años
1930. Nació en 1903 en la capital de Ucrania, Kiev, entonces parte de la Rusia
zarista. De familia acomodada y de origen judío, recibió una educación
primorosa, y su destino muy probablemente era el de ser una mujer cultivada y
ocioso, diletante entre los miembros de las clases acomodadas en ciudades como
Moscú, San Petersburgo o la propia Kiev. Pero llegó la Revolución bolchevique, y
la familia de Irène debió marchar al exilio, estableciéndose en la entonces
capital del mundo, París. El nuevo contexto de Irène le permitió licenciarse en
Letras en la Sorbona, escribir su primera novela,
David Golder, y hacerse
un significativo hueco en las letras francesas del momento.
El conocimiento de la naturaleza
humana de la escritora es de primer orden, y su capacidad para construir un
escenario adecuado a la evolución y desenvolvimiento de dicha naturaleza es
excepcional
Pero la caída de París en manos
de las tropas alemanas de Hitler supuso el comienzo del final. Némirovsky fue
apresada junto a su marido y los dos deportados al campo de concentración de
Auschwitz. Nunca más se volvió a saber de ella. Sin embargo, la escritora le
había dejado a sus dos hijas una maleta llena de manuscritos, maleta que ellas
conservaron, y donde encontraron el manuscrito de
Suite francesa, la
novela que cuando fue publicada en Francia en el 2004 se convirtió en todo un
fenómeno social y cultural, obteniendo numerosos premios en toda Europa. No se
ha dicho en ningún sitio, que yo sepa, pero la novela que aquí reseñamos había
permanecido hasta ahora inédita, por lo que me será lícito deducir que el
original de
El caso Kurílov también estaba en la famosa maleta llena, por
lo que se ve, de tesoros escondidos.
El caso Kurílov es la sexta
obra de
Némirovsky
que publica Salamandra. Las he leído casi todas, y creo poder aseverar con
alguna rotundidad que el nivel medio siempre es excelente. La Némirovsky domina
el arte de contar y, para colmo, tiene cosas que contar. Su fuerte está en
dibujar un telón de fondo más que interesante para que sus personajes actúen
delante de él, y esos personajes no sólo están muy bien delineados, configurados
tanto en sus rasgos físicos como morales, sino que además, evolucionan con una
sutileza realmente sobrecogedora a lo largo de la trama. En este sentido, el
conocimiento de la naturaleza humana de la escritora es de primer orden, y su
capacidad para construir un escenario adecuado a la evolución y desenvolvimiento
de dicha naturaleza es excepcional.
La novela es sencillamente
prodigiosa en la creación de los personajes y en el escenario en el que se
mueven. No hay buenos ni malos, no hay razones, más bien sinrazones, y la ideas
ocultan el latir de los impulsos humanos más
elementales
El caso Kurílov es una
novela breve, casi una
nouvelle y para quien no sepa nada de la
literatura
de Némirovsky se me antoja una prueba de fuego magnífica,
pues estas páginas son la autora en estado puro, y la muestran en el esplendor
máximo en el manejo de sus habilidades. El escenario general es la Rusia zarista
de la revolución comienzos de siglo, en los meses previos a la guerra
ruso-japonesa. En San Petersburgo y alrededores viven el zar y su corte,
incluido el sanguinario y poderoso ministro de Instrucción Pública Valerian
Alexándrovich Kurílov. León M., un anarquista revolucionario que desde niño ha
mamado la violencia revolucionaria, recibe el encargo de asesinar al ministro.
León M. consigue hacerse pasar por médico suizo y con el nombre falso de Marcel
Legrand logra acceder a la confianza y trato de Kurílov. Y a partir de ese
instante, con el paso del tiempo y el trato, tanto Kurílov como Legrand
establecen una relación humana que va revelando poco a poco las verdades humanas
de cada uno de ellos, sus miedos, miserias, amores y sueños.
La novela
es sencillamente prodigiosa en la creación de los personajes e, insisto, en el
escenario en el que se mueven. No hay buenos ni malos, no hay razones, más bien
sinrazones, y la ideas ocultan el latir de los impulsos humanos más elementales.
Todo es barbarie y razones de estado, todo es en beneficio de construcciones
abstractas: el Estado, el Pueblo, la Monarquía, el Imperio, la Libertad..., pero
en el fondo todos los personajes son seres humanos capaces de comprenderse en
las bajezas y heroicidades cotidianas del vivir, del amar, del soñar, de querer,
de tener miedo a morir.
Tanto Kurílov como el terrorista Legrand se
convierten en dos caras de la misma moneda, en dos formas de ser humanos, y al
lector Némirovsky no le da opción ninguna de decantarse, no le resuelve, por así
decirlo, la partida moral y ética que comienza a jugarse en su cabeza, en su
corazón. Kurílov y Legrand se transforman ante el lector en dos entes
inolvidables, y Némirovsky queda retratada en estas páginas como una mujer sabia
en el manejo de los hilos más sensibles y escondidos de la naturaleza humana, de
cómo ser humano, aunque uno se empeñe en no serlo en el ejercicio brutal del
poder omnímodo o en el salvajismo libertario de un terrorista. Y detrás de estos
personajes, y de otros de construcción primorosa como el príncipe Nelrode o el
ambicioso Dahl, el lector comprende y vislumbra sin recargas eruditas la
realidad histórica de la Rusia zarista y de la Revolución que estaba por llegar:
le quedan impregnadas a fuego en el corazón y en la memoria la dirección hacia
la que siempre conducen el despotismo y la barbarie.