Gabriel Pozo: <i>Lorca, el último paseo. Claves para entender el asesinato del poeta</i> (Almed, 2009)

Gabriel Pozo: Lorca, el último paseo. Claves para entender el asesinato del poeta (Almed, 2009)

    TÍTULO
Lorca, el último paseo. Claves para entender el asesinato del poeta

    AUTOR
Gabriel Pozo

    EDITORIAL
Almed

    OTROS DATOS
Granada, 2009. 436 páginas. 18 €



Federico García Lorca

Federico García Lorca


Reseñas de libros/No ficción
Gabriel Pozo: Lorca, el último paseo. Claves para entender el asesinato del poeta (Almed, 2009)
Por José Miguel González Soriano, jueves, 1 de abril de 2010

He cerrado mi balcón
porque no quiero oír el llanto,
pero por detrás de los grises muros
no se oye otra cosa que el llanto.
(Federico Gª Lorca,
Casida del llanto)

Poesía y vida constituyeron dos elementos indisociables para Federico García Lorca, quizá el poeta más entrañablemente popular de la literatura española. La conmiseración, la mirada compasiva de Lorca por todo ser que sufre, al que trata mediante su oficio de poeta –para él era un oficio– de aportarle el bálsamo de sus versos, es el rasgo más característico de su personalidad humana y poética. Muy rápidamente manifestó una profunda preocupación por la injusticia social (en 1928 se editaba Romancero gitano, su libro más famoso, dignificación poética de una raza símbolo para él del inocente perseguido), y su acercamiento cada vez mayor al pueblo, especialmente durante la II República (en 1934, tras la sublevación de los mineros asturianos Lorca declararía a la prensa: “Yo siempre soy y seré partidario de los pobres”) le granjeó indudables simpatías pero también determinados odios que condujeron a su fusilamiento al comienzo de la Guerra Civil, en uno de los episodios más ignominiosos de la historia trágica de nuestro país.

El relato externo de los sucesos es conocido; poco puede decirse que no se haya dicho ya. En el verano de 1936, tras acabar su última obra de teatro, La casa de Bernarda Alba, y a pesar de haber sacado billete para México, donde le espera la actriz Margarita Xirgu, Lorca se va a Granada para celebrar, como todos los años, su santo y el de su padre, el 18 de julio. Este es el día en que una parte del ejército español se subleva contra el régimen republicano. Refugiado en casa de la familia Rosales, García Lorca será detenido un mes después por las nuevas autoridades locales y –al igual que otros diez mil granadinos a lo largo de la contienda– ejecutado a continuación. Con Lorca murieron dos banderilleros: Joaquín Arcollas Cabezas y Francisco Galadí Mergal. Y un maestro nacional: Dióscoro Galindo González. Otro gran poeta español, sevillano y compañero de Lorca, Luis Cernuda, dijo que Andalucía “…es un desierto que llora mientras canta”; los fusilamientos del barranco de Víznar simbolizan la “Andalucía del llanto”, tan lejos del falso estereotipo de la “alegría andaluza”, que tradicionalmente ha servido para disfrazar el sufrimiento y la triste situación social de buena parte de sus habitantes.

Tras perpetrarse el crimen, pronto se alzarían controversias de amplio radio y gran intensidad acerca del devenir de los últimos días del poeta, sumamente confusos y llenos de conjeturas. El propio general Franco, siendo ya jefe del Estado en Burgos, ordenó investigar los hechos ante las complicaciones que el fusilamiento acarreaba al Régimen a la hora de obtener reconocimiento oficial en el extranjero, dada la fama internacional de Lorca. En 1955, hubo gestiones incluso sobre sus familiares para recuperar su cadáver y sepultarlo dignamente, ofrecimiento que fue rechazado. A partir de la década de los sesenta, disminuidos los diques de la censura, y el temor que acechaba a la población granadina superviviente para hablar del tema, irán apareciendo sucesivos trabajos de investigadores empeñados en arrojar luz sobre las circunstancias de la muerte de García Lorca: Agustín Penón, Marcelle Auclair, Molina Fajardo, Ian Gibson, entre los más destacados.

Una vez en el Gobierno Civil, su condena a muerte se debió, según asegura Pozo –siguiendo el testimonio de la actriz Emma Penella y a través de sus propias indagaciones–, a las luchas políticas entre militares, cedistas y falangistas por dominar el movimiento

En noviembre del año pasado, coincidiendo con las recientes excavaciones efectuadas en Fuente Grande, al amparo de la Ley de la Memoria Histórica, en busca del lugar de su enterramiento –y el de los fusilados junto a él–, que de nuevo reverdecieron la muy prolongada polémica en torno a la conveniencia o no de exhumar su cadáver, el periodista e historiador Gabriel Pozo (Villamanrique, 1959) publicaba una nueva y más completa monografía sobre los días finales del poeta, en base a una exhaustiva recopilación de datos, conversaciones diversas, visitas a archivos y análisis de investigaciones precedentes. Su autor formó parte, entre 1982 y 2004, de la redacción del diario Ideal de Granada, el mismo al que perteneció –aunque con muchos años de diferencia– la figura política cuya ambición personal de mando –según la tesis defendida por Pozo– resultó clave para acabar con Lorca ante el pelotón de fusilamiento: el linotipista y ex diputado cedista Ramón Ruiz Alonso. Las sonrisas y comentarios irónicos de sus compañeros de periódico más veteranos, cada vez que aparecía algún artículo o libro acerca del asesinato del poeta –pero sin atreverse a declarar lo que sabían–, movieron a Pozo, según sus propias palabras, a investigar por su cuenta y a tomar notas para su archivo personal sobre las relaciones de Ruiz Alonso, trabajador de Ideal, con la trama granadina y los últimos momentos de la vida de Federico García Lorca.

Nos encontramos, por tanto, ante un libro oportuno por el momento de su aparición, pero fruto de una dilatada y concienzuda labor de años atrás. En Lorca, el último paseo, su autor nos ofrece primeramente una síntesis necesaria de todo lo publicado con anterioridad sobre el tema, pero asimismo nos aporta datos inéditos, algunos de especial relevancia, para delimitar la cronología de los hechos y el grado de responsabilidad de sus protagonistas. Así, la verificación del 18 de agosto –y no el 19– como fecha del fusilamiento del poeta, a partir de un documento hallado perteneciente a José María Bérriz. Igualmente, el testimonio póstumo recogido de la hija de Ramón Ruiz Alonso, la actriz Emma Penella (fallecida en 2007), clarificando que la denuncia y detención de Lorca, materialmente efectuadas por su padre, habían sido alentadas por el general Queipo de Llano para dar al poeta “un escarmiento” –peligroso eufemismo, pues quien era interrogado por entonces en el Gobierno Civil difícilmente salía con vida de allí- y obligarle a revelar el paradero del socialista Fernando de los Ríos, quien se hallaba en el extranjero: “Él era el pez gordo que buscaban”, asegura Penella. Señala también la actriz que no fue la hermana de Federico, Concha, la que –tesis común entre diversos investigadores– delató el paradero de su hermano, sino que “…el mayor de los Rosales le dijo a mi padre en un desfile de falangistas que Lorca estaba en su casa. Le comentó que no estaba de acuerdo en que estuviera invitado y que él procuraba no ir mucho porque quería que se fuera”.

Existen bastantes probabilidades, en opinión de Pozo, de que los golpistas granadinos trasladaran su cadáver, ocultándolo para soslayar responsabilidades, una vez la airada protesta internacional convirtió a Lorca en el muerto más incómodo de la Guerra Civil y movió a Franco a inquirir por la verdad de lo sucedido

De este modo, frente a la concepción del interés unánime de los Rosales por proteger al poeta, se revelan ahora “sensibilidades distintas” entre sus miembros, como ha reconocido recientemente Luis Rosales Fouz, hijo del poeta Luis Rosales. Menos verosímil resulta la versión de Penella respecto a la detención del poeta en casa de los Rosales, pues la presenta como un mero trámite sin importancia, cuando todas las investigaciones señalan que Ruiz Alonso, junto a varios miembros milicianos de la CEDA, tomaron la calle entera y, ante la negativa de la madre a entregarlo, no les quedó más remedio que ir al cuartel de Falange para localizar al hijo primogénito, Miguel, quien les acompañó hasta su casa para poder entrar y tranquilizar a Lorca para que les acompañase. Una vez en el Gobierno Civil, su condena a muerte se debió, según asegura Pozo –siguiendo el testimonio de la actriz y a través de sus propias indagaciones–, a las luchas políticas entre militares, cedistas y falangistas por dominar el movimiento, habiendo firmado muy probablemente el comandante José Valdés, en su cargo de gobernador, la orden de fusilamiento instigado por el pulso de poder al que le sometía el grueso principal de los hermanos Rosales, jefes de Falange, indignados por el asalto cometido en su hogar.

Respecto al debatido asunto, por último, de la posible localización de los restos mortales de Lorca, ya en la primera edición de su obra Gabriel Pozo preveía, certeramente, el resultado infructuoso de la excavación llevada a cabo en el parque de Alfacar –cuyo informe arqueológico oficial, dado a conocer el 18 de diciembre de 2009, se incluye a modo de apéndice dentro de la segunda edición–. El acta de defunción del poeta señala únicamente que su cuerpo fue hallado al borde del camino en la carretera de Víznar a Alfacar; y debió, por tanto, de ser enterrado en algún punto entre los dos kilómetros que les separan. Sin embargo, existen bastantes probabilidades, en opinión de Pozo, de que los golpistas granadinos trasladaran su cadáver, ocultándolo para soslayar responsabilidades, una vez la airada protesta internacional convirtió a Lorca en el muerto más incómodo de la Guerra Civil y movió a Franco a inquirir por la verdad de lo sucedido. Los restos del poeta quedarían sepultados en cualquier fosa común, entre los miles de cadáveres de los pozos de Víznar. Qué importa dónde, en realidad: la noticia de su trágica muerte convertiría para siempre al gran genio lírico –que ya era conocido– en leyenda y símbolo de la fratricida contienda española. Y aunque su fama, universal, se deba en parte a razones extraliterarias, hay en su obra suficientes valores para justificar plenamente el puesto que ocupa; y este es el hecho, sin duda, esencial.

Recientemente, Luis Antonio de Villena (La Aventura de la Historia, nº136) ha terciado en la polémica sobre la búsqueda del cadáver lorquiano, proponiendo que se le deje descansar allí donde se halle, como Machado, Azaña o Cernuda lo hacen en el exilio. “Traerlos –afirma- sería rehacer la Historia, y si esta ha de servir de ejemplo –como quería Cicerón– hay que estudiarla y profundizarla, pero respetándola”. Si bien en Lorca, el último paseo, Gabriel Pozo no se pronuncia de modo directo al respecto de la Ley de la Memoria Histórica, su obra representa un claro ejemplo de lo que debería ser el espíritu de aquella: servir de estímulo o acicate para una escritura completa de la Historia. Porque, además de “aportar datos ordenados para una mejor comprensión de los hechos”, como él mismo afirma, el ensayo se completa con un retrato urbano, económico y sociológico de la sociedad granadina de entonces y de los paisajes más familiares para Lorca; el nacimiento del diario Ideal y los artículos de Ruiz Alonso en él; las luchas políticas, las circunstancias del alzamiento, guerra y posterior represión en Granada… Elementos todos que nos ayudan a entender que, cuando ocurre una gran desgracia como la del día 18 de agosto de 1936, en el cual un poeta fue asesinado, nunca hay una única causa sino un cúmulo de ellas; y por eso, la historia y análisis de la misma no termina, sino que continúa adelante, con esta presente y rigurosa aportación.