Tuareg, foto de Florence Devouard (fuente: wikipedia)

Tuareg, foto de Florence Devouard (fuente: wikipedia)

    AUTOR
Nicanor Gómez Villegas

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Villasevil de Toranzo (Cantabria, España), 1969

    BREVE CURRICULUM
Director del Colegio Mayor Universitario Isabel de España (Universidad Complutense, Madrid), realiza colaboraciones en prensa y revistas especializadas. Es Doctor en Hª Antigua y Máster en Filología Hispánica. Amplió estudios en centros especializados de Roma, París, Bonn y Dublin. Su área de investigación es la Antigüedad Tardía. Ha publicado el libro Gregorio de Nazianzo en Constantinopla. Ortodoxia, heterodoxia y régimen teodosiano en una capital cristiana (Madrid, 2000)




Tribuna/Tribuna libre
Atracción por el turbante
Por Nicanor Gómez Villegas, lunes, 1 de marzo de 2010

Para Jesús Laínz

Hace ya tiempo un amigo hebraísta me reconvino amablemente por usar, con bastante inconsciencia por mi parte, la palabra renegado para referirme a los cristianos convertidos al Islam. Con afán didáctico y bastante paciencia me explicó que los musulmanes llaman muhtadi a quienes dan el trascendental paso de hacer la profesión de fe islámica (“Yo proclamo que no hay más Dios que Alá y que Muhammad es su Profeta”). Muhtadi significa “los que han encontrado la recta vía”. Una manera gráfica de designar ese cambio tan radical podría ser “tomar turbante”, pues según una tradición islámica (haddith) para el Profeta Muhammad “el turbante es la barrera que existe entre la falta de creencia y la fe”. “Tomar turbante”, mutatis mutandis, podría equivaler por tanto a la expresión de nuestra lengua “cambiar de chaqueta”.
Precisamente, en turco moderno existía la frase shapka giymek, “ponerse sombrero”, una expresión que usaban los musulmanes devotos para designar a los renegados o apóstatas, aquellos, en definitiva, que habían cambiado de chaqueta o de bando, en este caso dejando a un lado el fez y adoptando el sombrero, símbolo de la occidentalización y laicización a ultranza preconizadas por Mustafá Kemal, Atatürk, el fundador de la Turquía moderna. Del turbante al fez, del fez al sombrero. Quién sabe si los turcos recorrerán ese camino en sentido inverso, de modo que el turbante acabe volviendo a sus bazares y a sus mezquitas, y la occidentalización, impuesta con calzador por las reformas de los siglos XIX y XX, se convierta en un paréntesis en su historia.

El turbante llegó a las lenguas europeas a través del turco otomano tülbent, una palabra que los turcos tomaron a su vez del persa dulband. Se trata, como es bien sabido, de un tocado consistente en una larga faja de tela que rodea la cabeza o un pequeño sombrero interior. El DRAE amplía la etimología que acabamos de dar afirmando que la palabra persa dolband o dulband procede, quizás, de dulu band, banda plegada. El rotacismo o cambio de la –l- en
–r- pudo haber tenido lugar en la India portuguesa, desde donde saltaría a otras lenguas europeas. Otro itinerario pudo ser el de los poco amistosos encuentros entre los turcos otomanos y las naciones europeas desde el siglo XIV.

La identificación de los tuaregs con este tocado es tan estrecha que reciben el nombre de Kel Tagelmust, “gente del velo”, aunque sólo lo pueden llevar los hombres adultos (...) El color índigo de ese velo/turbante aporta a este pueblo su nombre más conocido en Europa: “los hombres azules del desierto”

Un tipo muy característico de turbante es el tagelmust, el tocado índigo de los hombres tuaregs, que al mismo tiempo es un velo y un turbante que puede llegar a medir diez metros. La identificación de los tuaregs con este tocado es tan estrecha que reciben el nombre de Kel Tagelmust, “gente del velo”, aunque sólo lo pueden llevar los hombres adultos, que sólo se lo quitan en la intimidad familiar. El color índigo de ese velo/turbante aporta a este pueblo su nombre más conocido en Europa: “los hombres azules del desierto”.

Otro amigo mío, aunque no hebraísta como el que cité al comienzo de este artículo, le espetó a alguien su fascinación acrítica por la costumbres de los muslimes de un modo muy peculiar: componiéndole un soneto quevedesco (es curioso que el teclado del ordenador, postmoderno juez de la corrección ortográfica, me permita escribir quevedesco, que no viene en el DRAE, y no quevediano, que sí aparece recogido en el DRAE). Reproduzco verbatim los dos tercetos del soneto, pues creo que merecen la pena. En ellos me he inspirado para titular esta artículo: mas muestra una tendencia preocupante/que me tiene desorientado el polo:/su fatal atracción por el turbante./ Habrá de corregir su culpa y dolo/o endereza de un modo fulminante/o le ofrezco un Lepanto para él sólo.

Ni que decir tiene que el aludido, que en su vida se había visto en tal aprieto, quedó encantado con el soneto.