Reynold Humphries:  <I>Las listas negras de Hollywood. Una historia política y cultural</I> (Península, 2009)

Reynold Humphries: Las listas negras de Hollywood. Una historia política y cultural (Península, 2009)

    TÍTULO
Las listas negras de Hollywood. Una historia política y cultural

    AUTOR
Reynold Humphries

    EDITORIAL
Península

    TRADUCCCION
Ricardo García Pérez

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 320 páginas. 23,50 €



Reynold Humphries es profesor de Estudios Cinematográficos en la Universidad de Lille III (Francia)

Reynold Humphries es profesor de Estudios Cinematográficos en la Universidad de Lille III (Francia)


Reseñas de libros/No ficción
Reynold Humphries: Las listas negras de Hollywood. Una historia política y cultural (Península, 2009)
Por Francisco Fuster, martes, 5 de enero de 2010
Si hacemos caso a las recopilaciones de citas y frases célebres que circulan por Internet, fue Michelangelo Antonioni quien dijo una vez que estar en Hollywood era “como estar en ningún lado, hablando a nadie sobre nada”. Lo que intuyo que quiso decir el gran cineasta italiano con estas nihilistas palabras es que el glamour y el encanto hollywoodiense eran solamente eso: una realidad hueca y vacía en la que el efectismo de las formas lograba esconder lo absurdo del contenido. No le quito la razón a Antonioni, si al decir eso se refiere a los últimos años de su vida, al último Hollywood que él y todos nosotros hemos visto, el de las grandes producciones y los efectos especiales. Si hablamos del Hollywood de los años cuarenta y cincuenta, de la industria cinematográfica que funcionó durante los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial y la época de la histeria anticomunista durante la Guerra Fría, la cosa cambia mucho. Como demuestra Reynold Humphries en una documentada monografía que con el título de Las listas negras de Hollywood, una historia política y cultural acaba de publicar Ediciones Península, la historia de la industria del cine americana durante las décadas centrales del siglo XX es una historia de todo, menos aburrida; una historia en la que se demuestra una vez más, el enorme poder de influencia que siempre ha ejercido el séptimo arte sobre las conciencias y la forma de vida de los ciudadanos estadounidenses, sobre su mentalidad y sobre su misma identidad como pueblo y Nación.
La historia que cuenta Humphries en su libro es una historia sólo en parte conocida. Digo en parte, porque quien más quien menos sabe que uno de los sectores de la sociedad americana que más sufrió la llamada “caza de brujas” fue el sector de la intelectualidad estadounidense, de los artistas en general y de todos los que formaron parte del mundo de la cultura, sobre todo en sus más altas esferas. Muchos hemos oído hablar de la represión y la opresión que los gobiernos de Eisenhower y, sobre todo, Truman, ejercieron sobre cualquier tipo de pensamiento heterodoxo que se saliera de la norma y que, siquiera remotamente, pudiera verse acusado de querencia hacia el comunismo o el progresismo. La que quizá es menos conocida es la intrahistoria de la industria del cine americana durante los años treinta, cuarenta y cincuenta. Es menos sabido el caso de las decenas de actores, guionistas y directores de cine que, durante todos estos años, fueron acusados de tener – o haber tenido en su vida pasada – cualquier mínima simpatía hacia la ideología socialista o comunista. La terrible historia personal de estos profesionales del cine que pasaron a integrar las llamadas blacklists o “listas negras”, que fueron perseguidos, interrogados y juzgados por el gobierno de los Estados Unidos a través del tristemente célebre “Comité de Actividades Antiamericanas” (HUAC, House Un-American Activities Committee), es la historia que podemos reconstruir gracias a este completo estudio.

Combinando la historia política –la historia de los organismos políticos y las personalidades que intervinieron en todo el proceso – y la historia cultural – el estudio de las películas como productos culturales que transmiten una determinada visión de la sociedad y del mundo –, como reza el subtítulo del libro, Humphries traza una línea cronológica para tratar de ayudarnos a entender que detrás de la condena oficial que hubieron de sufrir varios profesionales, entre ellos los famosos “Diez de Hollywood” (diez guionistas que fueron acusados de desacato al HUAC y condenados por el Congreso de los Estados Unidos a una pena de un año de cárcel por haber sido miembros del Partido Comunista de los Estados Unidos), se halla la historia de un largo proceso de seguimiento con un objetivo claro: erradicar de la sociedad americana cualquier atisbo de ideología izquierdista o progresista que pudiese hacer tambalear el delicado muro de contención alzado por el gobierno americano con el ánimo de impermeabilizar a su sociedad frente a cualquier idea que pudiese cuestionar mínimamente las bases capitalistas de su régimen democrático y de su moral protestante y conservadora.

El autor se remonta hasta la década de los treinta, cuando recién elegido el presidente Roosevelt, los sectores más ultraconservadores de la sociedad americana, con el magnate de la prensa William Randolph Hearst a la cabeza, levantaron las primeras sospechas sobre un New Deal que fue inmediatamente identificado con la ideología comunista y roja de inspiración soviética. Fueron años en los que el racismo y el antisemitismo contra las minorías negra y judía, se combinaron en un peligroso cóctel que convivió con los sectores de la población estadounidense que empezaban a mostrar su rechazo frontal a los fascismos europeos y su postura de disconformidad ante la Guerra Civil española y la actuación del régimen franquista.

El punto álgido de todo este proceso y del libro de Humphries se sitúa en el año 1947, cuando el FBI de J. Edgar Hoover se persona en Hollywood y elabora una lista de testigos “favorables” y “desfavorables” a los que llama a testificar frente al Comité de Actividades Antiamericanas

Lo que en principio fue una guerra ideológica de trincheras pasó pronto a la vía institucional, con la creación durante la Segunda Guerra Mundial del “Subcomité del Senado sobre Cine Bélico”, encargado de investigar aquellas películas de cuyo argumento o trama se pudiese deducir una postura a favor de Roosevelt y de la intervención de los Estados Unidos en la guerra. Son años en los que actores y guionistas mantienen una intensa y agitada vida sindical y de lucha en defensa de unos derechos laborales continuamente puestos en entredicho por parte de las grandes productoras de Hollywood a las que la sola idea de una organización de trabajadores que defendiera unos intereses en común les producía un pánico comprensible, teniendo en cuenta las condiciones de explotación dominantes en el gremio durante estos años.

Estos años centrales de la década de los cuarenta son sin duda los más agitados del período estudiado por Humphries. La oposición a la sindicalización de la industria cinematográfica se tradujo en la reacción de la derecha que, desde dentro de Hollywood, se materializó en la creación de la “Alianza Cinematográfica para la Protección de los Ideales Estadounidenses”, creada en 1944 como expresión derechista del anticomunismo de un sector importante de Hollywood. De esta misma época son las numerosas huelgas que afectaron a una productora como la Warner Brothers que, curiosamente, se había posicionado durante los años treinta contra el fascismo, produciendo distintas películas progresistas que habían contribuido a ensalzar la imagen de Roosevelt.

El punto álgido de todo este proceso y del libro de Humphries se sitúa en el año 1947, cuando el FBI de J. Edgar Hoover se persona en Hollywood y elabora una lista de testigos “favorables” (predispuestos a colaborar con el HUAC) y “desfavorables” (no dispuestos en principio a la colaboración con el Comité) a los que llama a testificar frente al HUAC. La razón era evidente. Lo que había empezando siendo una incómoda desviación de algunos pocos, acabó afectando – o al menos eso pensaba el FBI – a buena parte de un sector disidente y corruptor de los valores y los ideales americanos. Por las sesiones del inquisitorial “Comité de Actividades Antiamericanas” empiezan a circular propios y extraños, comunistas reconocidos y testigos “favorables” conniventes con el Comité y llamados simplemente con la función expresa de “colaborar” en la delación y denuncia – muchas veces sin pruebas – de sus compañeros de profesión sospechosos de actividades o pensamientos no del todo puros. Es entonces cuando los declarantes son objetos de la archiconocida pregunta: “¿Es usted en la actualidad o ha sido en algún momento miembro del Partido Comunista?”

La confusión en torno al senador Joseph McCarthy y al llamado “macartismo” ha hecho que mucha gente haya considerado a este senador como el auténtico azote y ejecutor único de la “caza de brujas”. En el caso de la investigación sobre Hollywood, nos dice el autor, esto es totalmente falso, puesto que McCarthy jamás investigó a la industria del cine americana

El relato y el análisis que hace el autor de los interrogatorios vividos en estas sesiones no tienen desperdicio. Leyendo las capciosas preguntas del Tribunal y las variopintas respuestas de los testigos, uno se hace una prefecta idea de lo irrespirable del ambiente de la época y del grado de obsesión e histerismo al que había llegado una “caza de brujas” cuyos límites son a veces imposibles de fijar. Baste un botón como muestra. El autor de Las listas negras de Hollywood cita una famosa anécdota protagonizada por la actriz Lela Rogers, (madre de Ginger Rogers) quien, según la documentación de las sesiones que se conserva, “acusó a la película Compañero de mi vida, dirigida por Edward Dmytryk en 1947 a partir de un guión de Dalton Trumbo, de ser propaganda comunista debido a una frase que su hija tenía que decir: «Compartir las cosas por igual, eso es la democracia»” (p. 128). Como luego se demostró, nos dice Humphries, esa frase nunca fue pronunciada por Ginger Rogers en la película. Quizá es lo de menos. Lo importante es que la anécdota nos sirve para ver hasta qué punto de retorcimiento y de cinismo llegaron algunas de las acusaciones lanzadas por delatores y testigos que declararon en las sesiones del Comité valiéndose de rumores de segunda y tercera mano que fueron admitidos por un Tribunal que, sin embargo, negaba a muchos comparecientes la simple posibilidad de no responder a sus preguntas o de contar con la defensa de un abogado.

Del resultado de estas sesiones salió la condena a diez guionistas – los “Diez de Hollywood” – que fueron acusados de desacato y juzgados y condenados por el Congreso de los Estados Unidos. A decir verdad, todos ellos eran o habían sido miembros del Partido Comunista. A decir verdad también, el “Comité de Actividades Antiamericanas” obtuvo toda la información sobre ellos de una forma totalmente ilegal y anticonstitucional, a través de los archivos privados y secretos del FBI, convertido en aquellos años en el auténtico “ángel protector” de los valores ultraconservadores de la sociedad americana. En este sentido, una de las mayores aportaciones y quizá una de las mayores sorpresas que se desprende de la lectura del libro de Humphries es la del papel crucial y protagonista que jugó durante estos años la figura de un personaje histórico omnipresente en todo el proceso del espionaje y la persecución del comunismo americano; me refiero, evidentemente, al omnipotente director del FBI entre 1924 y 1972, J. Edgar Hoover.

Como dice el autor desde las primeras páginas de su estudio, la confusión en torno al senador Joseph McCarthy y al llamado “macartismo” ha hecho que mucha gente haya considerado a este senador como el auténtico azote y ejecutor único de la “caza de brujas”. En el caso de la investigación sobre Hollywood, nos dice el autor, esto es totalmente falso, puesto que McCarthy jamás investigó a la industria del cine americana. Quien aparece en las Listas negras de Hollywood como adalid de la lucha por purgar al cine americano de sus elementos más díscolos no es otro que Hoover.

En cualquier caso, y como explica el autor en su conclusión final, tanto uno como el otro no deben de desviar nuestra atención ocultando lo que realmente ocurrió en Estados Unidos durante los años cuarenta y cincuenta. Y esto que ocurrió no fue otra cosa que el desmantelamiento de buena parte del New Deal y la desatención de las políticas sociales (vivienda, sanidad, etc.) a favor de otras prioridades como el fortalecimiento de un modelo de sociedad cerrada y hostil a cualquier tipo de cambio o novedad procedente del exterior que, ya en los años cuarenta y, sobre todo, en plena Guerra Fría, era visto como un auténtico atentado a los pilares que sostenían aquello que la mentalidad conservadora consideró como verdaderamente americano. Como dice en un momento de su estudio Reynold Humphries: “Los rojos de Hollywood sí representaron un peligro inmenso, pero no para la democracia estadounidense. Lo que ponían en peligro era el statu quo, el orden económico, el poder y el lucro de unos pocos; peor aún: la noción ideológica de que la hegemonía estadounidense era algo de lo que ni siquiera hacía falta hablar” (p. 45). Totalmente de acuerdo.