Catedrático de Sociología en la Sorbona y director del
Centre d’Études
sur l’Actuel et le Quotidiene de Paris, Maffesoli está considerado como uno
de los fundadores de lo que se ha dado en llamar
sociología de lo
cotidiano, una rama o vertiente de la sociología a la que Maffesoli ha ido
dando cuerpo durante los últimos veinte años, mediante la publicación periódica
de obras y ensayos (los más importantes de los cuales han sido traducidos al
castellano) y, sobre todo, mediante la formulación de arriesgadas teorías y la
acuñación de multitud de neologismos y de conceptos, algunos de los cuales –
como el de “tribu urbana” – han alcanzado un inusitado y poco discutible éxito,
pasando a formar parte no sólo del vocabulario sociológico, sino incluso de
nuestra jerga habitual para referirnos a los movimientos y fenómenos sociales
contemporáneos.
A grandes rasgos, podemos decir que la mirada
sociológica propuesta por Maffesoli en el conjunto de sus obras más recientes,
en cuya línea se inscribe este
Iconologías, parte de la asunción de un
mandato weberiano, mil veces citado por Maffesoli en entrevistas y en sus
textos, que conminaba a los sociólogos a “estar a la altura de lo cotidiano”, en
referencia a esa excesiva abstracción de la realidad a la que me he referido y
en alusión a la necesidad de dar su justa importancia a los pequeños fenómenos
sociales y a los detalles aparentemente nimios que, según la sociología de lo
cotidiano, explican mejor que nada el funcionamiento de nuestra sociedad
posmoderna y la actitud del individuo respecto a los demás. “Cuando nada es
importante – dice Maffesoli en un pasaje de
Iconologías que define muy
bien su perspectiva –, todo adquiere importancia. Y los pequeños fenómenos de la
vida corriente, los usos y las costumbres del hombre sin atributos, los rituales
anodinos que determinan la existencia individual o colectiva, todo esto
constituye el humus a partir del cual se desarrolla el estar-juntos posmoderno”
(p. 48).
Para Maffesoli, ese proceso de
domesticación de Occidente – tan bien descrito en las obras de Foucault o
Norbert Elias – estaría atravesando un período crítico de cierta involución y
cuestionamiento. Vivimos en una época marcada por “el retorno de lo salvaje” y
la salida a la superficie de la “animalidad reprimida”; un triunfo de los
“humores” y de las “bajas pasiones” del ser humano más
bárbaro
Lo que propone Maffesoli en
Iconologías es dar un repaso alfabético a los mitos y los ídolos que
dominan el imaginario colectivo de nuestra sociedad posmoderna. Como una especie
de diccionario de mitos actuales, el libro se estructura como una sucesión de
capítulos muy breves (cuatro o cinco páginas de media) en los que el autor pasa
revista a una serie de personajes (de la vida real o de la ficción) y a una
serie de fenómenos sociales que, en su conjunto, conforman lo que Maffesoli
concibe como un atlas del imaginario de la sociedad contemporánea, un panteón de
nuestros ídolos emergentes. Desde capítulos dedicados al “Che Guevara”, “Zidane”
o “Harry Potter”, hasta los centrados en fenómenos como las “Tribus”, la
“Globalización” o la “Brasilomanía”, pasando por “Google” o “Myspace”, Maffesoli
aplica su personal estilo de análisis y su fino ojo sociológico a cada uno de
estos mitos que conforman ese todo al que llamamos Posmodernidad, aunque muchas
veces nadie sepa – todavía – lo que ésta significa o supone.
En el
trasfondo de todo el estudio maffesoliano y al margen del tema concreto que
trata en cada capítulo, se sitúa claramente un hilo conductor del relato, una
teoría general y un principio básico que forma la espina dorsal de toda la obra
reciente de Maffesoli y que el autor francés repite varias veces, con
insistencia y apoyándose en diferentes argumentos, a lo largo del libro. La idea
básica que recorre las páginas de
Iconologías es la de que el ideal
racional de la modernidad, basado en la entronización ilustrada de la razón
sobre el sentimiento, ha sido y está siendo socavado y desplazado por lo que
Maffesoli llama un “ambiente idolátrico”, uno de cuyos principales signos
externos sería esta capacidad de la sociedad actual, especialmente de la
juventud, para hacer revivir mitos e iconos que se creían olvidados y
desfasados. Para Maffesoli, en el hecho de que se rescaten iconos y símbolos
como el Che Guevara o la figura del dios Dioniso, unido a nuestra querencia
actual por todo tipo de tatuajes, prótesis y adornos del cuerpo, y al hecho de
que la gente muestre su “socialidad” a través de un deseo de “estar-juntos”, de
participar en actos multitudinarios en compañía de las masas, subyace un retorno
de la animalidad primitiva del ser humano, un desplazamiento de lo racional por
parte de lo emocional, de lo que hay de animal en el ser humano.
Para
Maffesoli, ese proceso de domesticación de Occidente – tan bien descrito en las
obras de Foucault o Norbert Elias – estaría atravesando un período crítico de
cierta involución y cuestionamiento. Vivimos en una época marcada por “el
retorno de lo salvaje” y la salida a la superficie de la “animalidad reprimida”;
un triunfo de los “humores” (término en el que insiste Maffesoli a lo largo del
libro) y de las “bajas pasiones” del ser humano más bárbaro, más incivilizado.
El otrora triunfante e incuestionable individualismo burgués propio de la
modernidad ilustrada, que parecía condenado a un éxito sin paliativos en una
sociedad posmoderna cada vez más individualista, se ve coartado y sepultado, en
el análisis de Maffesoli, por una “pulsión animal” que nos mueve al irrefrenable
e insaciable contacto con el otro, a las aglomeraciones humanas y las
manifestaciones colectivas. Para Maffesoli, la mitología posmoderna nace de la
saturación de la mitología de la Ilustración por un parte, y de un “retorno
exacerbado del arcaísmo”, por otra.
En la esfera de lo político, otro de
los campos abordados en distintos capítulos de Iconologías, el debate
contemporáneo, dice Maffesoli, se centra en el verbo “sensibilizar”. Como en las
otras esferas de la vida, lo racional ha dejado paso a lo emocional y el verbo
“seducir” ha sustituido al verbo “convencer”. Como han sabido entender Barack
Obama y otros políticos
Quizá lo más
paradójico de este retorno al arcaísmo y a la animalidad, señala Maffesoli, es
que esto se hace recurriendo a la tecnología, a Internet. El autor destaca una y
otra vez cómo este deseo de estar juntos y en contacto que caracteriza al
individuo posmoderno, esta afición por compartir aficiones e intereses con
nuestros semejantes, se canaliza en su mayor parte a través del éxito cosechado
por redes sociales como
Myspace o
Facebook. Este retorno al pasado
más primitivo a través del futuro y de los avances tecnológicos resume
perfectamente, dice el autor, el oxímoron permanente que caracteriza a la
sociedad posmoderna, cúmulo de contradicciones y de sinsentidos que escapan a la
esfera de lo racional o lo previsible. No se quiere prescindir de las ventajas
de la globalización pero, a la vez, se reclama un espacio para lo ultralocal,
para lo más próximo y cercano. Igualmente, se exige un mínimo de intimidad y de
pudor, a la vez que se nos inunda con
realities shows y programas que
convierten en pública la vida privada de las personas. En la esfera de lo
político, otro de los campos abordados en distintos capítulos de
Iconologías, el debate contemporáneo, dice Maffesoli, se centra en el
verbo “sensibilizar”. Como en las otras esferas de la vida, lo racional ha
dejado paso a lo emocional y el verbo “seducir” ha sustituido al verbo
“convencer”. Como han sabido entender
Barack
Obama y otros políticos, los gestos y la “teatralización” juegan un
papel fundamental a la hora de captar los sentimientos y las emociones de un
votante a quien ya no le valen los argumentos y los programas; lo importante es
emocionar, hacer florecer los sentimientos.
Aunque la mayoría de las
veces argumentada y razonada, sí es cierto – o al menos así me lo parece a mí –
que esta teoría de Maffesoli sobre la animalidad inherente al individuo
posmoderno acusa en determinados pasajes del texto una cierta tendencia a la
exageración, cayendo un poco en ese vicio que Umberto Eco llamaba
“sobreinterpretación”; en el caso de Maffesoli, lo sobreinterpretado no serían
los textos, pero sí los objetos y personajes, los fenómenos. Por poner un
ejemplo que no termino de compartir, el autor defiende que el uso de seudónimos
en Internet, de máscaras y de personalidades ficticias, también sería un
argumento en defensa de este retorno de la animalidad en el ser humano.
Sinceramente, no acabo de ver la conexión. Por otra parte, y puestos a sacar
otros defectos al libro, en este caso más de forma que de contenido, la lectura
de
Iconologías no es apta para los más puristas del lenguaje. Con aquello
de que el análisis de la sociedad posmoderna hecho por Maffesoli quiere ser
original y su lenguaje adaptado a los nuevos fenómenos sociales, el autor se
extralimita en el empleo de neologismos (“museocratización”, “religancia”,
“presenteísmo”, “envolvimentalismo”, “reencantamiento”, idiotismos” o
“contradictorial”) y hace un uso abusivo de los entrecomillados y de las
palabras escritas en cursiva que entorpece la lectura, si los sumamos, además, a
los varios juegos de palabras usados por el autor y que, con la traducción al
castellano, pierden todo el sentido original.
Por último, y aunque no
tiene nada de novedad, constato también que
Iconologías es un producto
francés, en el sentido más cultural y nacionalista del término. Así como hacen
algunos historiadores franceses que parecen ignorar voluntariamente lo que
ocurre fuera de sus fronteras, Maffesoli ha escrito un libro en el que todo es
francés: todos los ejemplos que toma para sus explicaciones, toda la
bibliografía que cita, etc. Si a esto le añadimos esa cantidad de expresiones y
juegos de palabras en francés y ese toque autorreferencial que no puede faltar,
tenemos ese producto francés por excelencia, concebido y pensado para el
disfrute del lector galo orgulloso de su elevada cultura patria. Decisión
respetable, por supuesto, pero que favorece en muy poco a la difusión de un
texto que en algunas de sus afirmaciones, es muy difícilmente extrapolable a
otros realidades que no sean la de nuestro país vecino. En este sentido, no deja
de ser llamativo que el libro todavía no haya sido traducido al inglés.
Salvedad hecha de estos defectos o desafectos que he enumerado,
Iconologías es un libro cuya lectura puede resultar interesante a todos
aquellos que hacemos ese esfuerzo, estéril e inútil la mayoría de las veces, por
entender determinadas conductas y comportamientos del individuo posmoderno y de
la sociedad en la que éste se desempeña. Como todos los libros formados por
varios capítulos de desigual factura y oportunidad, los pasajes de brillantez y
agudeza sociológica de unos, se combinan con los momentos de
“sobreinterpretación” y conexiones forzadas de otros. En resumen, podemos decir
que no parece ser, ni de lejos, el mejor libro de Maffesoli, ni el que le vaya a
reportar una fama internacional que este sociólogo francés ya ha obtenido con
otros trabajos más consistentes y menos coyunturales. Sin ser un mal libro de
sociología de lo cotidiano, porque no lo es, lo cierto es que queda muy lejos de
las grandes obras del género.