“Hasta el género más presuntamente real, el documental, no es real sino
realista: emula la realidad, pero es un corta y pega, un producto de
montaje, una construcción”, dice
Agustín Fernández
Mallo, o el personaje que dice llamarse Agustín Fernández Mallo en
Nocilla Lab. Una manipulación, se podría decir, es lo que hace el
documental. Manipulación técnica, pero manipulación al fin y al cabo. Como
tampoco son
reales, pongamos, las imágenes que vemos en los monitores del
metro que registran la actividad de los viajeros y que ayudan a esclarecer
delitos con violencia. Son verídicas, constatan la realidad, pero no son la
realidad misma. Como tampoco lo son los cuadros
realistas de Antonio
López, ni tampoco los
hiperrealistas de Richard Estes. En cuanto hay un
marco, una pantalla, un límite, un enfoque, ya hay manipulación. Un tema del que
hablan artistas emergentes como Carlos Irijalba (Pamplona, 1979) y que inciden
en la idea de una sociedad, la occidental, que avanza hacia la
espectacularización de todo: basta poner una pantalla, un mero cristal, delante
de un manojo de hierbas y ya tenemos obra de arte. Y lo cierto es que esas obras
de arte se dan por buenas y se aceptan (no sin algunos sonoros abucheos de la
grada más ruidosa). Y lo cierto es que encierran el misterio de la vida porque,
como dejó escrito el pintor romántico Caspar David Friedrich, “lo divino está en
todas partes, incluso en un granito de arena”. Otra cosa es que el público, el
espectador, el lector, esté capacitado, tenga la sensibilidad, la percepción
suficiente para ese acceso a lo, digamos, en el sentido más amplio del término,
a lo divino. La primera reacción ante estas manifestaciones poco 'manipuladas'
del arte, es el escupitajo. También porque ha habido, valiéndose de la máxima de
Friedich, mucho tongo, camelo y ambición crematística corruptora.
Pero
el trabajo de Agustín Fdez. Mallo no consiste ni mucho menos en colocar una
pantalla de cristal delante, digamos, de un tiesto. El autor de
Nocilla Lab
arma un artefacto literario que, gustará más o menos, pero es honesto y
audaz, dos condiciones que, impregnadas de un notable talento para la
observación, dan un libro que no se parece a ningún otro. Si bien el propósito
de Mallo era conseguir un libro que no se pareciera a ningún otro, y si bien
incurre en juegos literarios y en alusiones que pretenden ser novísimas pero que
suenan a completo
déjá vu, pese a todo eso, estamos ante un libro que
sabe completamente a nuevo. No es por todo ese artefacto ni por los cómics, ni
las fotos incluidas, sino por la mirada que despliega su autor, una mirada que
trata de conectar y lo logra, con la mirada contemporánea, una mirada de nuestro
tiempo, y no de otro. ¿Que cómo es esa mirada contemporánea? Que el lector
curioso la descubra en
Nocilla Lab.
Parte I: Agustín Fernández Mallo presenta Nocilla
Lab junto a Eloy Fernández Porta en Barcelona (vídeo colgado en
YouTube por canalLtv)Sin atreverme a decir “obra maestra”, como
no dudó en hacerlo el escritor Manuel Vilas en su blog, estamos ante un
'artefacto' que tiene su cosa de fascinante, de
fascinum, por darle más
categoría. Al menos, ojo, en la primera parte del libro, puesto que en las
postrimerías se nota un cierto languidecimiento, una falta de acción y un
tufillo a relleno que evitan, precisamente, ese título de
masterpiece que
le da Vilas. Porque esa primera parte, puro ejercicio de autoficción en el
sentido más canónico del término, con un discurso sin puntos que recuerda al
torrente discursivo de los
Relatos autobiográficos de Thomas Bernhard
(citado en el texto), y a su vez a autores contemporános bernhardianos como el
Alberto Olmos de
A bordo del naufragio, pasado por el túrmix del Enrique
Vila-Matas ('personaje' de
Nocilla Lab) y se consigue un producto
fascinante. Hay una evidente y no oculta herencia a Vila-Matas, citado como
leit-motiv en cuanto a ese artículo sobre la isla de las Azores, que
probablemente sea la isla de Pico de
El mal de montano, que actúa como
lubricante en esa primera parte. El estilo vilamatiano es evidente, con ese
juego metaliterario de citar lugares que están fuera de la novela y así ir
haciendo novela. También recuerda al Cercas de
Soldados de Salamina que
introduce a Andrés Trapiello como 'personaje'. Accesorios del 'artefacto'
mallesco que ofrecen pimienta al conjunto pero sin los cuales la novela habría
seguido funcionando, hechizando como hechizaron, en su día, obras como
La
insoportable levedad del ser, de Kundera.
Hay que entender esta
novela en la grandeza de su carácter diminuto. No es una novela solemne, ni una
novela que aborde las grandes pasiones fundamentales; su punto de mira se dirige
hacia otras latitudes, menores, como puede ser la muerte de la gata de la
compañera del protagonista, de cuya noticia se entera él antes que ella.
Menudencias si se quiere pero que, como decía Friedich, concentran todo ese
factor divino, llámase misterioso, hechizante, desconocido, que nos producen los
fenómenos de la vida que, bien mirados, no dejan de ser sorprendentes,
espectaculares. Decía Henri Matisse que el pintor debe aprender a recuperar la
mirada del niño, a recuperar la fascinación por las cosas, una cebolla, un
timbre que suena, una hormiga desnortada fuera del grupo. Y esto es lo que hace
Fernández Mallo, con una audacia narrativa que incluye sorpresas varias, que no
molestan, a lo largo de todo el libro.
Lo cierto es que esa mirada
matissiana enlaza o encaja con asombrosa facilidad con lo que podríamos
llamar, sin complicarnos mucho, la mirada actual. Una mirada actual que se posa
en las vibraciones del teléfono móvil, en los pétalos de margarita del top del
bikini de la chica de al lado, en el matiz
agua del grifo en la
construcción “cené una ensalada y agua del grifo”. Un re-mirar las cosas como
ese niño al que invita Matisse que suena a nuevo, aunque tengamos evocaciones en
otros artistas, pero que intuímos que no ha tenido la continuidad necesaria.
Pienso por ejemplo en la loncha de bacon de tamaño sideral de un lienzo de
tamaño también descomunal del artista pop art, James Rosenquist.
PARTE II: Agustín Fernández Mallo presenta
Nocilla Lab junto a Eloy Fernández Porta en Barcelona
(vídeo colgado en YouTube por NevandoenlaGuinea)
No es nuevo lo que hace Agustín Fdez. Mallo, pero es nuevo volver
hacerlo y añadirle matices novedosos. Volver a hablar de la Coca-Cola y sus
enigmáticas propiedades hechizadoras, un producto, la Coca-Cola, que ya podemos
ver en un fotograma, por ejemplo de la película
Viridiana, de Luis
Buñuel, con la monja protagonista en el cuadro. Un producto, la Coca-Cola, que
se introdujo en el mercado hace más de cien años, en 1886, y que algunos autores
como el que hoy nos ocupa, citan como paradigma de lo moderno. Lo mismo sucede
con la televisión, artefacto del que hay unas cuantas referencias a lo largo de
la novela y no en cambio a internet, la revolución de las redes sociales, Google
o el sexo virtual. Si pretende ser moderno Fernández Mallo hablando de esos
inventos no precisamente de ayer, pincha en hueso.
La modernidad de
Nocilla Lab reside en esa “ensalada y agua del grifo”, en esa revisión
casi infantil de los objetos que conforman nuestro universo cotidiano, como los
bacons o tostadas gigantes de Rosenquist. Es en ese desvelar la belleza oculta
de las cosas, de todas las cosas, de todos los granitos de arena, donde está el
éxito y la modernidad de Fernández Mallo. No en esas referencias de 'carroza'
hacia el poder hipnótico de la televisión, las cintas de VHS o la música de
Broadcast que se escucha en el coche, en paisajes desangelados de Cerdeña, que
suena a ya dicho por Guy Debord y otros. La modernidad de Fernández Mallo es,
también, acopiar los productos y los referentes culturales, materiales, las
diversas 'magdalenas de Proust' que no están presente en la literatura como
quizá deberían. Quizá nadie se atrevió a decir que la Nocilla es hoy la
magdalena de nuestros días, y los videojuegos la cucaña, el aro o el juego de la
Oca de nuestros días. Quizá sea más poética la cucaña que la PSP2, pero la PSP2
forma parte de nuestro imaginario colectivo, y es deber del escritor trasladarlo
al imaginario literario.
Las piruetas narrativas, como inventarse un
personaje con su mismo nombre y biografía, la introducción del personaje de
Vila-Matas en formato cómic pueden resultar divertidas y hasta sorprendentes
pero, ya digo, no constituyen el valor nuclear de este libro. Tampoco ese
excesivo recurso al yo proyectado, ese meterse en la propia novela el autor,
recurso que ya practicó Paul Auster en
Ciudad de Cristal, aunque el
'personaje' Mallo diga que no ha leído más libros de Auster que
La música del
azar. Ese valor está en el intento, más o menos voluntario, de recuperar un
discurso más cercano y actual hacia las cosas que realmente importan a la
sociedad de consumo, a la sociedad fragmentada y fragmentaria, a esa sociedad no
solemne ni grave que es la nuestra, pero en la que la belleza permanece, a veces
agazapada, pero dispuesta a que la encontremos y hasta espoleemos con nuestra
imaginación y creatividad.
PARTE III: Agustín Fernández Mallo presenta Nocilla
Lab junto a Eloy Fernández Porta en Barcelona (vídeo
colgado en YouTube por NevandoenlaGuinea)
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