La memoria es un reloj de niebla, una alarma
de
luces vacilantes, la visión imprevista
de un ánfora en mitad de un desierto
submarino.
Ahora el paisaje es una nube cargada de pecios,
un murmullo
sonámbulo de aparecidos, un rumor
sin más orden que el caos. Desde
siempre,
Dios escapa a los círculos que le tendemos.
Una mañana lo
olvidé todo y planté un árbol
entre los lirios pálidos y las flores de los
muertos.
Escribí la historia de mi vida sin palabras
y firmé, muy
abajo, en la página en
blanco
Scardanelli.
***
A veces sueño frases absurdas. Quiero pensar que son fragmentos de
otras que dije o igual no, pero debí decirlas. A veces callamos porque no nos da
tiempo a separar unas imágenes de otras y todas a la vez nos abruman y
confunden. No es fácil separar las raíces subterráneas de las magnolias, por
ejemplo, del temblor ante unas manos abiertas. Mi hermano huye de los médicos
porque la enfermedad le espanta. Yo, a diario, visito todas las consultas de la
ciudad por idéntico motivo. El miedo tiene efectos inverosímiles. ¡Qué miedo
el azul del cielo! ¡Negro! decía Juan Ramón mientras buscaba una mansión
con vistas a todos los hospitales del universo. Yo tengo miedo ahora a esas
frases absurdas que sueño, miedo si las dije o miedo si las dejé enterradas en
el silencio y ahora despiertan y me agarran, nocturnas, para exigirme su
presencia entre las ubres agonizantes de estas páginas. Yo tengo miedo ahora a
ese sin decir que acumulamos porque no sabemos cuánto de inacabado nos pertenece
y cuánto, en realidad, nos sobra. La precisión es siempre una verdad a medias,
una fractura de los sentidos, una brecha que presentimos irreparable cuando una
simple gota de sangre nos recorre la espalda y ni siquiera recordamos el lugar
exacto, el origen de la herida.