Hans Magnus Enzensberger: <i>En el laberinto de la inteligencia. Guía para idiotas</i> (Anagrama, 2009)

Hans Magnus Enzensberger: En el laberinto de la inteligencia. Guía para idiotas (Anagrama, 2009)

    TÍTULO
En el laberinto de la inteligencia. Guía para idiotas

    AUTOR
Hans Magnus Enzensberger

    EDITORIAL
Anagrama

    TRADUCCCION
Francesc Rovira

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 80 páginas. 10 €



Hans Magnus Enzensberger (foto de Mariusz Kubik, wikipedia)

Hans Magnus Enzensberger (foto de Mariusz Kubik, wikipedia)


Reseñas de libros/No ficción
Hans Magnus Enzensberger: En el laberinto de la inteligencia. Guía para idiotas (Anagrama, 2009)
Por Bernabé Sarabia, viernes, 2 de octubre de 2009
En el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la inteligencia se define como la “capacidad de entender o comprender”. Aceptado así el término resulta evidente que, como se puede constatar con facilidad, unas personas entienden mejor las cosas que otras, incluso se puede afirmar que existen gentes de corto entendimiento o idiotas. Ya en el pensamiento presocrático y posteriormente en Platón y Aristóteles encontramos la preocupación, repleta de intencionalidad pedagógica, por la inteligencia.
Sin embargo, hasta el desarrollo de la psicología como ciencia independiente en la segunda mitad del siglo XIX, el concepto inteligencia no cobró la importancia que tiene en la actualidad. En 1905, fue el francés Binet el primero en proponer la utilización de estímulos complejos para medir los procesos psicológicos superiores. De estos primeros tests mentales surge el enfoque psicométrico y se llega a señalar la existencia de una inteligencia general o factor g de inteligencia. A partir de ahí se han ido desarrollando diversos tipos de tests de inteligencia que, como el Wechsler, han sido muy utilizados y han dado lugar a diferentes subpruebas que puntúan la inteligencia desglosada en distintos factores. En la actualidad el coeficiente de inteligencia o IQ es un dato solicitado en numerosos y distintos procesos de selección de personal.

La amplia utilización del concepto de inteligencia como instrumento destinado a la clasificación y categorización de las personas se ha visto siempre enrarecida, en primer lugar, porque no existe un concepto unívoco de inteligencia y, en segundo término, porque desde distintos sectores se ha considerado que los tests destinados a medir la inteligencia estaban sesgados desde un triple punto de vista: el cultural, el de clase y el de raza.

En el marco que acabamos de señalar es donde debe inscribirse este libro. Unas páginas destinadas a desacralizar el concepto de inteligencia y su utilización como arma clasificatoria. Su escritura ha corrido a cargo de un personaje central en el pensamiento centroeuropeo. La amplitud, el atrevimiento y la enjundia poética de la obra de Hans Magnus Enzensberger le sitúan en lo más alto de la cultura alemana. Su calidad, para entendernos, está por encima de la de autores como Dahrendorf o Habermas. Haber nacido en Baviera y en 1929 le da una doble ventaja. Por un lado es un alemán del sur –menos rígido, más imaginativo- y, por otro, pasó de soslayo por la II Segunda Guerra Mundial. A Günter Grass, nacido en Danzig –ahora Gdansk- dos años antes, en 1927, le arroyó la contienda por los pelos, pero todavía se rastrea pena y remordimiento en sus textos.

Enzensberger arremete contra el concepto de inteligencia, uno de los pilares que sustentan el enorme edificio de la psicología experimental

En España se ha traducido mucho a Enzensberger. Gran parte de sus ensayos están en Anagrama, aunque ya en 1968 Seix Barral editó Política y delito. En octubre de 2002 recogió el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades y en sus apariciones públicas cautivó a la gente con su lucidez, mesura, humildad y sabiduría.

El original de En el laberinto de la inteligencia apareció el 2007 en el excelente sello Suhrkamp Verlag, y esta cuidada edición, que como objeto en sí es un agasajo a la estética, ha salido a los escaparates españoles este mes de septiembre. Como ya sucedió con el público alemán, la reacción del lector español va ser brusca, por decirlo de una manera suave. Enzensberger arremete contra el concepto de inteligencia, uno de los pilares que sustentan el enorme edificio de la psicología experimental.

Desde su formación, generacionalmente marxista, y su campamento base instalado en Munich, Enzensberger ha sabido nadar en la Europa del desarrollo y del dinero y no perder, con su revista Kursbuch y la dirección de la colección de literatura alternativa Die andere Bibliothek, el contacto con cierta izquierda no dogmática e imaginativa. Con su gusto por la crítica y la escandalera ha llamado la atención en muchos momentos de su larga carrera intelectual. Recordemos cómo acusa a los medios de comunicación tradicionales de ser una “industria de la conciencia” destinada a la manipulación, o cómo acusó a los alemanes de ser vagos.

La intención de Enzensberger en este volumen no es descifrar si los intelectuales son más o menos inteligentes que el resto de los mortales, en realidad es evidente que no. Su objetivo es desmontar por inútil el concepto de inteligencia con el que ha estado operando la psicología desde finales del siglo XIX

Apoyado en su derecho a rectificarse y presto a refugiarse en el burladero de su condición de poeta, Enzensberger ha dado forma en El laberinto de la inteligencia a una preocupación que ya se rastrea en sus textos sobre la Ilustración y que se refiere al papel de los intelectuales y a su capacidad -su inteligencia- para explicar el mundo al resto de la gente. Como obsesión o como parte de su temperamento, en la obra de Enzensberger se palpa un rechazo a la autoridad. Para ello lo mejor es repudiar el papel prescriptor y de guía del intelectual. Poner en cuestión la inteligencia y difuminar cualquier tipo de relación que ésta pudiera tener con la clase social o la raza.

La intención de Enzensberger en este volumen no es descifrar si los intelectuales son más o menos inteligentes que el resto de los mortales, en realidad es evidente que no. Su objetivo es desmontar por inútil el concepto de inteligencia con el que ha estado operando la psicología desde finales del siglo XIX. Para convencer al lector ha organizado un texto breve, apoyado en una bibliografía escasa, que comienza por señalar el cambio de “virtudes” que se ha operado en la sociedad desde la Antigüedad y la Edad Media hasta la modernidad. Valores como la fidelidad, el coraje, la sabiduría, la humildad o la caballerosidad han cedido el paso a la flexibilidad, la capacidad de trabajo en equipo o de imponer la propia opinión. Pero sobre todo, como escribe Enzensberger, “todo aquel que quiera ser considerado moderno debe ser, necesariamente, inteligente”.

Tras enumerar los términos utilizados para calificar la inteligencia o la falta de ella, el lector es conducido al inicio de la psicología. En este escenario el protagonismo es para Alfred Binet (1857-1911) que, como es bien sabido, en sus esfuerzos por mejorar la docencia en las escuelas y liceos franceses ideó los primeros tests de inteligencia, conocidos desde entonces como escala Binet-Simon. En 1912 el psicólogo alemán William Stern acuñó el término “coeficiente de inteligencia” (CI) y extendió su utilización desde la escuela a todo el conjunto de la población. En la I Guerra Mundial el ejército norteamericano comenzó a utilizar este tipo de tests para enrolar a sus reclutas. En la segunda afinó su utilización con éxito considerable, pero en la guerra de Vietnam comenzó a percibir que este tipo de pruebas tenían mas agujeros que un queso de gruyer pese al refinamiento metódico/técnico que habían alcanzado gracias a las herramientas estadísticas como el análisis factorial, las escalas de intervalos, las varianzas residuales o las correlaciones no paramétricas.

Definir la inteligencia es complejo toda vez que en su posible definición es necesario considerar el nivel de la fisiología del cerebro, el de las diferencias individuales y el de las estructuras sociales y culturales

Ya en el corazón de En el laberinto de la inteligencia, Enzensberger centra su artillería sobre Eysenck (1916-1997), psicólogo de origen alemán afincado en la Universidad de Londres y célebre por su teoría factorial de la personalidad que asume tres dimensiones básicas: extraversión-introversión, neuroticismo y psicoticismo. Su versión del test de inteligencia se aplica en todo el mundo y su libro de carácter divulgativo Cómo conocer usted mismo su coeficiente de inteligencia ha sido todo un éxito de ventas.

La crítica de Enzensberger no entra tanto en los aspectos metodológicos del test Eysenck como en el hecho de que su utilización consagra una clasificación o, peor aún, una estratificación en función de un coeficiente de inteligencia que a su vez estaría determinado por factores culturales y de clase. Tras recoger con entusiasmo la crítica que el brillante biólogo de la Universidad de Harvard Stephen Jay Gould hace en su famoso libro La falsa medida del hombre de cómo se cosifica la inteligencia con las magnitudes abstractas del CI o el llamado factor g o “inteligencia general”, Enzensberger se detiene en los trabajos más recientes en torno a la medición de la inteligencia. Lo más llamativo es su referencia al trabajo de un psicólogo neozelandés, James R. Flynn, descubridor del llamado “efecto Flynn”, que en resumen viene a señalar que las medidas del CI tienden a elevarse en todo el mundo. (Quien haya leído ¿Qué es la inteligencia?, libro del propio Flynn editado por TEA en 2009, verá la cautela con la que se toma sus propias teorías).

Con una breve referencia al frustrado desarrollo de la inteligencia artificial, superada estos últimos años por las neurociencias, cierra Enzensberger su prosa para dar paso –como poeta que es al fin y al cabo- a unos versos dedicados al sempiterno oponente de la inteligencia: la estupidez.

Estamos ante un libro cuyo tono recuerda mucho al de Pierre Bourdieu en Sobre la televisión” (Anagrama, 1997). Textos escritos por pensadores en la cima de su gloria que abordan problemas enormes en los que otros investigadores no se atreven a entrar. El problema de estos textos escritos desde la cumbre es que carecen del suficiente aparato bibliográfico y crítico habitual en la vida académica.

Definir la inteligencia es complejo toda vez que en su posible definición es necesario considerar el nivel de la fisiología del cerebro, el de las diferencias individuales y el de las estructuras sociales y culturales. No obstante, emplear con sabiduría el CI puede tener utilidad individual y social. Todo ello requiere recordar que Sir Francis Galton, el inventor del concepto de eugenesia, utilizado posteriormente por los nazis, sentó una relación de flirteo, como en estas páginas señala Enzensberger, con la psicometría.