Isabel
Coixet, quizá convenga recordarlo, proviene del mundo de la publicidad, campo en
el que se licenció por la Universidad de Barcelona, y en el que es uno de los
pesos pesados del panorama hispano, siendo el alma mater de una importantísima
productora con la que ha trabajado para compañías como Ford, Danone, Evax,
Renault, Kellogg, Pepsi, Peugeot, Procter&Gamble…, o instituciones como el
PSOE. En el 2000 fundó la productora Miss Wasabi Films con la que ha realizado
videoclips de artistas como Sexy Sadie o Alejandro Sanz.
La afición por
el cine de Isabel Coixet la llevó en su juventud a trabajar como periodista para
la revista
Fotogramas, y una vez que con indudable éxito hizo sus
primeras armas como directora creativa de campañas de publicidad, en 1996 se
decidió a rodar el que fue su primer largometraje,
Cosas que nunca te
dije, proyecto que desarrolló en los EEUU. A esta primera película le han
seguido otras por las que ha obtenido premios, candidaturas a premios, un
público fiel y prestigio entre buena parte de la crítica. Por ejemplo,
Mi
vida sin mí (2003) ganó el Goya al mejor guión adaptado y optó al Oso de Oro
del Festival de Berlín,
La vida secreta de las palabras (2005) ganó el
Goya al mejor guión original y a la mejor dirección,
Elegy (2008) fue
candidata al Oso de Oro de Berlín, y
Mapa de los sonidos de Tokio (2009)
ha optado este año a la palma de Oro del Festival de Cannes. Muchas de estas
películas han sido rodadas con actores de carrera internacional (Miranda
Richardson, Tim Robbins, Julie Christie, Ben Kingsley, Penélope Cruz, Alfred
Molina, Mark Ruffalo, Sarah Polley) y en idiomas como el inglés, el japonés, el
catalán y el español, buscando desde luego tener más opciones en el mercado
cinematográfico internacional, pero también, y esta es una opinión mía muy
personal, procurando poner una cierta distancia con eso que se denomina “cine
español” y que, francamente, es difícil de definir y fácil de ubicar y sentir.
La última cinta hasta la fecha de Coixet,
Mapa de los sonidos de
Tokio, tiene muchos de los elementos característicos ya señalados del cine
de la catalana: está rodada casi íntegramente en el extranjero (Tokio, claro);
los diálogos se desarrollan fundamentalmente en inglés, y japonés; el catalán
Sergi López está acompañado por actores japoneses, entre los que destaca Rinko
Kikuchi como coprotagonista; y toda la producción, incluyendo los títulos de
crédito en inglés (salvo los logotipos de las instituciones españolas que han
puesto dinero, claro), tiene una “puesta en escena” orientada de algún modo a
facilitar su introducción en los circuitos internacionales y a alejarla, quiero
insistir en ello, de la marca “cine español” al uso.
Los más interesante
de este trabajo de Isabel Coixet es el guión. La historia puede enmarcarse en la
tradición clásica del cine negro norteamericano, en la que se mezclan el crimen
y lo delictivo con el amor imposible. El escenario, el decorado es el de una
gran urbe, las calles de Tokyo, lo que proporciona una atmósfera quizá menos
manoseada para el espectador que la de una gran ciudad europea o norteamericana.
Sergi López encarna a un español que vive en la capital japonesa regentando un
negocio de vinos españoles de nombre Vinidiana (guiño buñuelesco y galdosiano
que precisamente no muchos pescarán en los anhelados circuitos internacionales).
Este personaje mantiene una relación con una joven japonesa que se quita la vida
al no sentirse convenientemente querida por el español. El padre de la japonesa,
un rico industrial, a través de un tipo que es su mano derecha y estaba
enamorado de su hija, contrata a una asesina a sueldo para que sea la mano
ejecutora de la venganza. La asesina entra en contacto con el comerciante de
vinos español y se prenda de él. Inician así una relación que gira en torno a
los encuentros sexuales en un
kitch love hotel inenarrable. El padre de
la suicida va perdiendo por el dolor poco a poco el juicio, y su mano derecha,
al negarse la asesina a cumplir su contrato por haberse enamorado del
comerciante español, decide acabar con ella y lo consigue. Visto lo visto, Sergi
López se vuelve a Barcelona. Buena parte de esta historia la narra un personaje
insólito y al margen, una especie de técnico de sonido que lleva años grabando
los sonidos de la ciudad, y que entra en relación de amistad con la asesina a
sueldo. Fin. Perdón, excuse me. The end.
Bien, ya ha quedado dicho que
el guión ofrece posibilidades para construir una atractiva historia que atrape e
interese al espectador. Quizá haya algún toque en exceso rocambolesco (¿por qué
la mano derecha del padre acaba asesinando a la asesina a sueldo que contrata y
no al tipo para cuyo asesinato había contratado a la asesina?), y la
construcción del guión ofrece además una fisura realmente difícil de explicar:
el narrador, es decir, la voz en
off cuenta cosas, explica sentimientos y
sensaciones de las que en buena lógica nada puede saber, por ejemplo, todo lo
relacionado con el protagonista masculino, y mucho menos sobre su vida en
Barcelona tras la muerte de la asesina a sueldo.
Pero el principal
problema de la película no reside ahí, a veces los espectadores tenemos que
hacer concesiones, incluso con gusto y placer, en contra de lo que indica la
lógica. No, el problema gigantesco de la película es que es una montaña excesiva
de pretensiones. O dicho de otra manera,
Mapa de los sonidos de Tokio es
insufriblemente pretenciosa. Isabel Coixet parece no entender que la sintaxis
del cine proviene del arte de la narración, y no de la poesía. En el cine, en
términos generales, todo funciona cuando se es épico y no lírico. La lírica en
el mejor cine suele brotar de momentos culminantes de la épica (pienso sin duda
en
el
mejor Ford). La lírica en el cine sólo funciona cuando
detrás de la cámara hay un talento descomunal que justifica casi plano a plano,
secuencia a secuencia, la concepción lírica más que narrativa de la historia.
Bien, Isabel Coixet, al menos de momento, no posee esa clase de talento, y con
su lirismo, casi siempre impostado y un poco de brillante y sofisticado cartón
piedra, se equivoca de medio a medio. No hay pulso narrativo en
Mapa de los
sonidos de Tokio, no hay ritmo, la secuencias, los diálogos no están
hilvanados para hacer avanzar la historia con robustez y firmeza, y al cabo de
media hora, cuando se nos han explicado ya las claves básicas de la trama, todo
se desinfla y se pierde en melifluos e impostados planos que pretenden ser
hermosamente trascendentes, simbólicos, poéticos. La consecuencia es el
aburrimiento y la somnolencia, el bostezo, la cargazón. A la media hora todo se
ha convertido en un reiterativo laberinto de secuencias que no conducen a
ninguna parte, que no nos llevan a ningún sitio. Tan sólo a que el espectador
piense que está ante algo sublime, algo artístico y que le sobrepasa. La
película es pura Isabel Coixet, quien a cada minuto, a través de la puesta en
escena, los movimientos de cámara y los encuadres, parece querer llamar la
atención del espectador para decirle al oído: eso es mío, ahí estoy yo, eso se
me ha ocurrido a mí, ese plano ya lo hice en el anuncio de Evax, ¿verdad que soy
estupenda?, ¿verdad que soy talentosa?, ¿verdad que soy poética?, ¿verdad que
mis planos rezuman trascendencia? A Isabel Coixet habría que invitarla a que
contemplase cien mil veces las películas que en nuestros días realiza el bueno
de
Clint
Eastwood, donde el director está sin mostrarse, sin subrayar en modo
alguno su presencia tras la cámara. ¡Qué
lección tras
otras de cine
ofrece
Eastwood desde hace años!
Sobre
Mapa de los sonidos de
Tokio ha escrito la directora las siguientes iluminadoras líneas a modo de
poética: “Las películas, como las melodías o los poemas, nacen de extraños
encuentros, de asociaciones a menudo incongruentes pero siempre mágicas”. Lo
siento pero no. Ya ha quedado dicho más arriba. Nada, pero nada que ver una
película con un poema. Una película debe contar una historia, un poema no. Un
poema puede ser perfectamente abstracto, al igual que una melodía, siempre es
materialmente abstracta. Una película no, de ningún modo. Una película debe
atenerse a las técnicas narrativas: contar una historia, su principio, su
desarrollo y su fin. Insisto, claro que lo poético es posible en el cine, pero
lo es como brote natural de la narración, o gracias a un talento prodigioso para
enlazar instantes mágicos, poéticos, líricos con forma de narración. En este
sentido pienso en
Dreyer,
Tarkovsky..., pocos y de un talento excepcional.
Mapa de los sonidos
de Tokio puede contemplarse como un argumento interesante y con alguna miga
contado sumándole videooclips y encargos publicitarios: factura brillante,
puesta en escena de celofán caro, planos estudiados con frío detenimiento...,
pero ni una gota de sangre, ni un átomo de emoción, ni un solo latido de
corazón. Además de Coixet, quien sale peor parado de este inacabable y cargante
videoclip es Sergi López, un buen actor al que nadie puede creerse como
rompecorazones de japonesas orientalmente misteriosas, entre ellas la estupenda
Rinko Kikuchi. Vamos, que Sergi López emulando al apocalíptico Marlon Brando del
más parisino y tanguista Bertolucci es una broma pesada. Y es que en este
pretencioso
Mapa de los sonidos de Tokio casi nada da la talla, y la
talla siempre es importante para que las cosas encajen en su justa medida y no
vengan ni grandes ni pequeñas. Isabel Coixet, me da la impresión, es aún
pequeña, pero se cree muy grande. Cuestión de tallas.
Tráiler de la película Mapa de los sonidos de Tokio, de
Isabel Coixet (vídeo colgado en YouTube por
lahigueranet)