Patrick Modiano: <i>Villa Triste</i> (Anagrama, 2009)

Patrick Modiano: Villa Triste (Anagrama, 2009)

    TÍTULO
Villa Triste

    AUTOR
Patrick Modiano

    EDITORIAL
Anagrama

    TRADUCCCION
María Teresa Gallego Urrutia

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 191 páginas. 15 €




Reseñas de libros/Ficción
Patrick Modiano: Villa Triste (Anagrama, 2009)
Por Eduardo Laporte, martes, 1 de septiembre de 2009
Tres personajes, Victor, que se autoproclama el conde Chmara; la sensual Yvonne Jacquet, actriz en sus inicios; y el estrambótico Meinthe, que elige para sí mismo el título de “reina Astrid, la reina de los belgas”. Tres personajes principales sobre los que pivota una historia de relaciones humanas en la Francia de los años sesenta que se mueve entre la negación de los horrores de la guerra y el mundo naíf de los casinos y el veraneo chic. Con estos elementos, Patrick Modiano compuso una novelita deliciosa que se publicó en Gallimard en 1975 y que ahora recupera Anagrama tras el notable tirón que el autor francés ha despertado en España tras la publicación de Un pedigrí, en 2007.
A diferencia de muchas de sus obras, la acción, nunca trepidante, de Villa Triste no transcurre en París. Aparece un garaje, elemento que figura casi en todas las novelas de Modiano, pero no su París natal, que es remplazado por una pequeña ciudad cercana a Suiza, ciudad poco menos que balneario en la que se juega mucho al tenis y se celebran cacareados eventos sociales. A lo largo de un verano, con los acontecimientos de Argelia muy de fondo, la burguesía encuentra aún acomodo para desplegar sus encantos, ese discreto encanto que llevó Buñuel al cine. Despreocupados y con el único deseo de disfrutar sin grandes alharacas de una existencia lo más cómoda posibles, los personajes del libro encarnan esa celebración de la vida algo tibia de las clases pudientes.

Victor Chmara, de dieciocho años, prefiere evitar París, el ambiente está enrarecido, siente miedo, “estallan bombas” y le pueden mandar al frente. Así que opta por mudarse cerca de Suiza, entendiendo Suiza como una vía de escape ante una posible busca y captura. Cambia el París denso por una ciudad festiva en la que se suceden galas, fiestas y recepciones de embajadores varias con la legerté como nota predominante. Allí conocerá a Yvonne Jacquet, una actriz primeriza, de la que se enamorará y con la que mantendrá una relación platónica y de una extraña, por lo distante, intimidad. Y René Meinthe, médico homosexual encargado de sacar de esa cierta languidez en la que se instalan los otros dos protagonistas con esa cierta 'pluma' que Modiano retrata con acierto y mesura.

Apenas hay peripecia en Villa Triste, sino el desarrollo a ritmo 'piano' de aquel verano en que esas tres vidas se cruzaron. Demuestra Modiano su magisterio al conseguir una imperceptible tensión y una discreta belleza en el esboce de las situaciones, de las descripciones, de los estados de ánimo de Victor Chmara, que narra la historia en primera persona.

Modiano hace lo que se conoce como literary fiction, y que en castellano podríamos traducir como Literatura, es decir, un ejercicio en el que la belleza y el misterio o asombro del hombre ante la vida, ante las extrañas relaciones que se tejen entre los seres humanos, actúa como verdadero motor de la obra

La novela de Modiano, que fue llevada al cine en 1994 bajo el título de Le parfum d'Yvonne, llega en un contexto muy favorable para el escritor francés, que parece estar viviendo una segunda juventud en nuestro país. Fue en 2007 cuando el editor de Anagrama, Jorge Herralde, decidió publicar una novelita autobiográfica, Un pedigrí, más por placer personal que por rentabilidad literaria, pero se vio sorprendido con la notable acogida que tuvo entre el público. Después llegarían, en la propia Anagrama, la última novela En el café de la juventud perdida, avalada como la mejor novela francesa del año 2008 según la revista Lire y Calle de las tiendas oscuras, publicada originalmente en 1978. Mientras, Seix Barral y Pre-Textos se sumaban a este considerable 'efecto Modiano'; la primera recuperaría de sus fondos una de sus novelas más famosas, Dora Bruder, y la segunda publicaría Reducción de condena.

Acusan a Modiano de escribir siempre la misma novela, y él mismo reconoce que en parte es así. Pero no le preocupa. Escribir como acto casi irracional, en el que las obsesiones y las más profundas filias salen a relucir por unas motivaciones que forman parte de ese misterio que aún encierra la literatura de calidad. Porque Modiano hace lo que se conoce como literary fiction, y que en castellano podríamos traducir como Literatura, es decir, un ejercicio en el que la belleza y el misterio o asombro del hombre ante la vida, ante las extrañas relaciones que se tejen entre los seres humanos, actúa como verdadero motor de la obra.

Si esta obra se hubiera escrito ahora, veríamos en ella elementos que recuerdan a Le Clézio, reciente ganador del Nobel de Literatura. (Recordemos que no pocos admiradores de Modiano expresaron su rechazo por muy diversos foros -internet, sobre todo- ante lo que consideraron una usurpación, es decir, que era Modiano y no Le Clézio quien debería haber recibido el galardón.) Sin embargo, lo que en Le Clézio es, en novelas como La música del hambre, un recurso algo desmedido a una memoria en la que el lector puede llegar a sentirse ajeno, en Modiano hay una invitación a esa memoria, porque no es tanto una memoria sino la construcción de un mundo propio, con los barros, eso sí, de la memoria. En otras palabras, se aprecia en Modiano un oficio y un instintivo arte para lograr un extraño equilibrio narrativo, esa famosa “pequeña música” que define a sus novelas, y que se puede apreciar también en la obra de Le Clézio.

Sucede con la prosa de Modiano que el lector se introduce de lleno en los ambientes que relata, como si estuviera presente o hubiera vivido él mismo lo que está leyendo

Recuerda Villa Triste al trabajo del pintor Matisse en su segunda etapa, la de 1917 a 1941, la que definió como el periodo de la placidez y del arte como lenitivo, como calmante, como lugar en el que encontrar cierta paz y un acceso hacia un cierto lirismo. Como sucede al recordar, con ese extraño placer que experimentamos al activar la maquinaria de la memoria. Y si ese ejercicio puede ser peligroso, por viciado o nostálgico, no sucede así con la literatura, en la que todo es novedad, novedad atrayente en este caso.

Sucede con la prosa de Modiano que el lector se introduce de lleno en los ambientes que relata, como si estuviera presente o hubiera vivido él mismo lo que está leyendo. Afina Modiano en su escritura y es consciente de que la realidad, como apuntaron los cubistas, se representa en nuestra mente de muy diversas maneras. Sin salirse del realismo, hay una selección del torrente literario que en absoluto resulta indigesta, sino todo lo contrario y que cobra un tono onírico, de pátina de los recuerdos, pero sin caer en la ñoñería. Modiano no escribe durante más de dos o tres horas al día y dedica el resto de la jornada a pensar en qué escribirá el día siguiente. Tenemos, por tanto, una literatura destilada, precisa, pero no por ello telegráfica ni, digamos, prieta, medida, cerebral. Modiano sabe ejecutar la partitura de su “pequeña música” literaria y llevar al lector por ese mundo quizá feliz del pasado, de la juventud, de la candidez emocional.

Es también admirable la capacidad del autor de hablar de competiciones de coches con modelos a bordo que portan perros y que luego la prensa local celebra con entusiasmo sin resultar frívolo o superficial. No hay una evocación histérica de aquellos años que los protagonistas viven con placer, porque lo cierto es que tampoco se aprecia una euforia ni una alegría desmedida en los personajes. “Reyes por un día”, escribe Chmara en una foto que retrata aquel día de felicidad, cuando ganan la Copa Houligant con el flamante Dodge beis del homosexual Meinthe. Pero la cadencia sentimental es todo menos estridente, con una tendencia hacia la melancolía que ya apunta el título, Villa Triste, que es la residencia del médico René Meinthe.

Y de las fiestas de alta sociedad, a la intimidad de una cena con el tío de Yvonne en el que cada movimiento, cada gesto, cada impresión es retratada con talento por Modiano y con un sutilísimo sentido del humor. “¿Cuánto tiempo nos quedamos allí? Imposible fiarse del carillón cada vez más loco del Westminster, que dio tres veces las doce en pocos minutos de intervalo”. Y esa pequeña tensión, amable tensión, entre el tío y el joven conde de Chmara, tímido ante esa 'autoridad' y temeroso de que descubran la impostura de su título nobiliario, anécdota recurrente a lo largo de toda la obra.

Villa Triste devuelve el placer por la lectura. Se lee la novela como quien se toma un vermú, un aperitivo bien armado, como esos dry martini que tanto gustaban al anteriormente citado Luis Buñuel o un Campari con soda. El lector con sensibilidad experimentará un deleite que se sostiene en todas las páginas y que justifica la decisión de Anagrama de rescatar este título porque, como dijo Michi Panero, “en esta vida se puede ser todo, menos un coñazo”.