Son estas dos características, pues, las que llaman poderosamente la
atención en la historia de la India desde su independencia. La primera plantea
la cuestión de cómo un país tan diverso, cruzado por complejas y multiformes
líneas de fractura, religiosas, étnicas, linguísticas, de rango social (castas)
y de clase, ha sido capaz de mantenerse unido, sobre todo después del trauma de
la independencia y la partición de Pakistán en 1947, fenómeno marcado por
grandes matanzas y masivos desplazamientos de población. En estrecha relación
con el proceso anterior, el segundo factor que fascina es la pervivencia del
sistema democrático durante todos estos años (con la salvedad del estado de
excepción decretado en 1975-77 por Indira, la hija de Nehru), cuando la pobreza
y al analfabetismo se enseñoreaban del país y la tentación dictatorial fue el
polo magnético que atrajo prácticamente a la totalidad de los países
poscoloniales después de la Segunda Guerra Mundial.
Para el autor, gran
parte de las respuesta a estos interrogantes se encuentran en la personalidad
política de Jawaharlal Nehru, un vástago de una familia patricia, educado en
Gran Bretaña de 1905 a 1912, que, pese a sus convicciones radicales, cuando
llegó su momento como primer ministro del país, optó por la integración y la
conciliación. Porque en los instantes o fases críticas y encrucijadas políticas,
en particular relacionadas con sus discrepancias con Gandhi y pese a sus
simpatías con el ala izquierdista del partido, Nehru siempre antes y después de
1947, antepuso el nacionalismo integrador a cualquier otra opción ideológica.
Nehru, un laico confeso, por encima
de todo actuó como “la figura unificadora del país”, ejerció de vínculo entre
las clases medias y el pueblo llano, convirtió a individuos muy distintos en
conciudadanos al liberarlos de las disputas identitarias, proteger la pluralidad
y los derechos de las minorías étnicas, culturales y
religiosas
Durante el proceso anterior a la
emancipación, en el que pasó un total de diez años de prisión en distintos
períodos de encarcelamiento por acciones no violentas y desobediencia civil, ya
se había consagrado como uno de los grande hombres de la casa madre del
nacionalismo indio, el Partido del Congreso, sólo por debajo en categoría
política del astuto Gandhi, considerado por la población un hombre santo.
Asesinado éste por un fanático hindú en 1948, Nehru lo relevó en la condición de
padre de la patria, reinventando la India desde su tradición pero, debe
subrayarse este aspecto, con la vista puesta en el futuro, nunca en el pasado.
Por sus orígenes, formación y convicciones Jawaharlal Nehru fue el “hombre de
Estado que personificaba el maridaje entre la formación política británica, el
refinamiento estético musulmán y la tolerancia cultural hindú”. Los cuatro
pilares básicos de su legado lo constituyeron la creación de instituciones
democráticas, el secularismo panindio, la economía socialista (o más
propiamente, estatalista) y la política exterior de no alineamiento.
Frente a las tentaciones dictatoriales de la época postcolonial, Nehru
veló por la división de poderes, mantuvo y fomentó las prácticas democráticas y
respetó la distribución territorial del poder. Pero el sustrato de la
democracia, el pueblo, fue lo fundamental. Nehru, un laico confeso, por encima
de todo actuó como “la figura unificadora del país”, ejerció de vínculo entre
las clases medias y el pueblo llano, convirtió a individuos muy distintos en
conciudadanos al liberarlos de las disputas identitarias, proteger la pluralidad
y los derechos de las minorías étnicas, culturales y religiosas (lo que
curiosamente conduciría ulteriormente al efecto no deseado del actual
multiculturalismo fragmentador).
La vertiente visionaria de Nehru
impulsó las infraestructuras industriales y, muy crucialmente, intelectuales que
han colocado a la India en la avanzada posición que hoy ocupa en el panorama
científico-tecnológico
Los errores
fundamentales los cometió en relación con la política económica, deudora de
prejuicios anticapitalistas, fruto de sus concepciones antiimperialistas, de su
fervor socialista y de la admiración por el efecto modernizador inicial del
experimento soviético. El resultado del estatismo, la autosuficiencia y la
planificación fue nefasto al provocar la ineficacia del sistema, la corrupción
masiva, el estancamiento y la consiguiente perpetuación de la pobreza durante
tres décadas. Paradójicamente lo positivo es que ese modelo impuso una pauta de
cambios sociales pacíficos y que la vertiente visionaria del estadista impulsó
las infraestructuras industriales y, muy crucialmente, intelectuales que han
colocado a la India en la avanzada posición que hoy ocupa en el panorama
científico-tecnológico. En cuanto a la política de no alineamiento de Nehru, se
conservó al dignidad de la nación y fomentó el prestigio internacional, aunque
no supuso ningún beneficio concreto para el pueblo.
La amena biografía
de Nehru elaborada por Shashi Tharoor no pretende aportar novedades ni descubrir
ningún aspecto oculto, se basa en la bibliografía conocida, en los textos del
estadista y en conversaciones con personajes que le trataron. Sin embargo, tiene
un notable interés porque el análisis del legado de Nehru se efectúa desde la
perspectiva del siglo XXI, cuando la India ha experimentado una extraordinaria
transformación, panorámica que brinda una visión original e instructiva de la
historia del país desde principios del siglo XX.
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