POR LA SIERRA DE
MADRID Y EL SISTEMA CENTRAL
La sierra madrileña, la entrañable mole granítica del Guadarrama, debería
estar llamada a formar parte del escogido grupo de cadenas montañosas integrado
en nuestra red de Parques Nacionales. Con toda probabilidad daría cuerpo al
número 15 ¿Se lo merece? Mucho más que eso. Sólo así se hará justicia a sus
importantes valores naturales y se contará con medidas especiales que
garanticen, como en el resto de los parques nacionales, su conservación para el
futuro, para que lo disfruten las generaciones venideras. Y la verdad es que
contar con un parque nacional tan cerca de la populosa capital de España sería
todo un privilegio.
Ahora, a esperar a que los políticos dejen de jugar
con el medio ambiente y tomen decisiones pensando en el futuro, y no
exclusivamente en sus créditos electorales.
Guadarrama, y las restantes
sierras de los alrededores de Madrid, forman parte del Sistema Central, que a su
vez constituye una larga cadena montañosa de una longitud de unos 500
kilómetros. Ésta divide la meseta Ibérica en las submesetas norte y sur, al
tiempo que separa las cuencas de los ríos Duero y Tajo respectivamente. Su
particular orientación y su división en una serie de macizos individualizados
por fosas tectónicas fueron condicionados en primera instancia por los
movimientos hercínicos que afectaron a la zona central ibérica hace 280 millones
de años. Posteriormente, hace unos 22 millones de años, la orogenia alpina
levantó la cordillera hasta adquirir su configuración actual. Los suaves
relieves generados por esta última orogenia fueron a su vez reavivados por
reajustes tectónicos tardíos y por la activa erosión glaciar de las áreas de
cumbres. Así, la constitución litológica del sistema Central es fundamentalmente
paleozoica. La mayor parte de los macizos están formados por rocas silíceas
metamórficas y plutónicas, a saber, granitos, gneises, pizarras, cuarcitas,
esquistos, etc. En el piedemonte y en los confines orientales aparecen
coberturas sedimentarias mesozoicas y cenozoicas diversas, como glacis, limos,
arenas, margas, calizas, etc.
El límite nororiental del sistema Central
puede establecerse en las sierras de Ayllón y de la Pela, constituidas por
materiales paleozoicos recubiertos parcialmente por sedimentos mesozoicos. Por
el suroeste continúa Somosierra. Todo el conjunto de alineaciones montañosas
englobadas dentro del topónimo de sierra de Guadarrama se estructura en dos
cordeles principales que conforman una especie de aspa, con uno de sus ejes
formado por la alineación Somosierra-El Nevero-Peñalara-Abantos-Malagón, y el
otro por La Cabrera-Cuerda Larga-sierra de la Mujer Muerta. En el ángulo
nororiental de este aspa, entre las cumbres de Peñalara y Cabezas de Hierro, se
abre la fosa tectónica del alto Lozoya, donde se aloja el valle del Paular, el
único de la sierra de Guadarrama que se abre hacia el noreste. Las cumbres más
elevadas de la sierra, Peñalara —con 2.430 metros de altitud— y Cabezas de
Hierro —con 2.383 metros— forman su cabecera. Entre las divisorias septentrional
y meridional se encuentra el puerto de Cotos, de 1.830 metros de altitud, una de
las principales vías de comunicación del valle hacia Madrid y Segovia. Al oeste
del puerto de los Leones, la sierra de Malagón abre paso a los suaves relieves
de la Paramera de Ávila y las sierras de la antesala de Gredos.
Los
materiales de origen plutónico o metamórfico —granitos y gneises,
respectivamente— son los que predominan en la sierra de Guadarrama, mientras que
al este de Somosierra comienzan a aparecer pizarras, cuarcitas y esquistos.
En la morfología del sistema Central destacan dos rasgos principales: la
disimetría en el desnivel de las laderas septentrional y meridional, y la
suavidad de sus relieves cumbreños. El primero es consecuencia del basculamiento
general hacia el sureste de los bloques elevados, así como de la diferencia
altitudinal entre las dos submesetas. El segundo proviene de la relativamente
moderada incidencia de los fenómenos glaciares cuaternarios. No obstante, en
numerosos puntos de las sierras occidentales más elevadas puede reconocerse un
modelado glaciar bien desarrollado que demuestra la existencia de estas masas de
hielo, muy activas durante la fase würmiense. Por el contrario, las sierras
orientales solamente presentan dichos vestigios en los macizos más elevados. Así
ocurre en Peñalara, Cabezas de Hierro y pico Lobo. Esto es debido al descenso
del nivel altitudinal de las nieves perpetuas durante el cuaternario en sentido
este-oeste, motivado porque el gradiente de aumento de las precipitaciones
parece haberse mantenido durante todo este periodo.
Embalse de Santillana (foto José Luis Rodríguez)BIOCLIMATOLOGÍA
En todas las montañas del
mundo aparecen diferentes factores que condicionan el clima, que lo diversifican
y particularizan para dar lugar a lo que se denominan
microclimas zonales
o locales. Entre estos factores figuran el descenso de temperatura que se
produce al aumentar la altitud, la orientación de las laderas, el embolsamiento
de masas de aire frío en circos y valles glaciares, la dirección dominante de
los vientos que traen precipitaciones, etc. En todo el Sistema Central las
precipitaciones se encuentran fuertemente condicionadas por la dirección y
frecuencia de los vientos, concretamente de los conocidos como ábregos. Estos
vientos, con unas componentes NE y SW, dan lugar a que las precipitaciones sean
máximas en los extremos del Sistema Central. Por otro lado, la influencia del
anticiclón de las Azores se deja sentir con mayor efecto cuanto más al oeste.
Estos dos factores determinan la existencia de un clima continental subhúmedo
(el más continental de todo el sistema Central) en las sierras de Guadarrama y
Malagón y un clima continental húmedo, incluso hiperhúmedo, con poca sequedad
estival, en Somosierra y Ayllón.
Tomando de forma individual o conjunta
cada uno de los factores climáticos de humedad, temperatura y vientos, los
científicos delimitan la distribución de las especies animales y vegetales, así
como de las comunidades en las que se engloban. Tales límites se conocen con el
nombre de fronteras, termotipos o pisos bioclimáticos. Un caso particular de
frontera bioclimática es la zonación o distribución altitudinal de la
vegetación, fenómeno conocido y cuantificado muy especialmente en la región
mediterránea.
De los seis pisos bioclimáticos reconocidos en la
región mediterránea, cuatro están representados en Guadarrama y reciben los
curiosos nombres de mesomediterráneo, supramediterráneo, oromediterráneo y
crioromediterráneo.
El piso mesomediterráneo sólo se encuentra en la
vertiente sur, desde las zonas basales hasta una altitud media de 850 metros.
Posee una temperatura media anual entre 13 y 16 ºC. El piso supramediterráneo
engloba por su parte las laderas y faldas de montaña por debajo de los 1.650
metros, tanto de la vertiente norte como de la sur. La temperatura media está
comprendida entre 8 y 13 ºC. El piso oromediterráneo abarca aproximadamente
desde los 1.650-1.700 metros hasta el límite de la vegetación arbórea y
arbustiva. La temperatura media se sitúa entre los 4 y 8 ºC. El piso
crioromediterráneo es el de mayor altitud de estas sierras. Se extiende en zonas
aisladas entre sí, por encima de los 2.100 o 2.200 metros dependiendo de la
orientación. Este piso sólo se observa en las altas cumbres como El Nevero o
Peñalara y puntualmente en Ayllón en el pico Lobo. La temperatura media anual es
inferior a los 4 ºC.
LAS SERIES DE VEGETACIÓN
Los encinares tienen una distribución basal o de piedemonte en todo el
sistema Central. Cuando están bien estructurados constituyen bosques densos,
dominados por la encina y con el enebro como el árbol secundario más frecuente.
Presentan sotobosques muy empobrecidos, sobre todo en arbustos y plantas
trepadoras.
La dinámica del encinar en la sierra del Guadarrama es
similar a la de otros encinares carpetanos. La propia encina en forma arbustiva
suele constituir el primer manto forestal. Cuando los suelos son eliminados,
pero mantienen aún su carácter forestal, se instalan las comunidades arbustivas,
que cuentan con retamas en el piso mesomediterráneo y piornos floridos en el
supramediterráneo. Sobre suelos pobres en materia orgánica se desarrollan densos
jarales. Los pastizales vivaces de la serie corresponden sobre todo a lastonares
y a berceales, que se asientan sobre suelos relativamente profundos con
horizontes orgánicos bien desarrollados. En los suelos sin apenas materia
orgánica proliferan pastizales de plantas anuales y tomillares. Los vallicares
de
Agrostis castellana tienen su principal desarrollo en las zonas
cercanas a los cursos de agua o que mantienen una cierta humedad en el suelo y
sólo de forma secundaria pueden ocupar ciertas extensiones en el seno de ésta.
Por el contrario, los pastizales más productivos desde la perspectiva ganadera
son los majadales de
Poa bulbosa, a la que acompañan otras muchas
gramíneas y leguminosas anuales que se originan y mantienen por la acción de un
pastoreo intensivo y prolongado.
El tipo de vegetación más extendida en
el piso supramediterráneo corresponde a los bosques de roble melojo. Se trata de
formaciones vegetales exclusivas de suelos silíceos y con mayores exigencias de
humedad que los encinares. La serie guadarrámica es más continental y
empobrecida, pese a lo cual muestra una importante diversidad. Las orlas
arbustivas o primeras etapas de dichos bosques están ampliamente extendidas como
consecuencia del pastoreo extensivo y de las talas por el sistema de entresaca.
Las compuestas por retamas son las más abundantes y únicamente en algunos
melojares sobre suelos algo más húmedos y en las zonas de contacto con las
márgenes de los ríos, la orla corresponde a zarzales o espinales. También son
frecuentes las comunidades herbáceas vivaces que se desarrollan en los ambientes
más oscuros de los linderos de bosque, sobre suelos enriquecidos en nitrógeno,
fósforo y otros nutrientes por los aportes de hojarasca provenientes de los
árboles.
El matorral habitual de los suelos erosionados corresponde a
jarales y cantuesales. Otras etapas seriales comunes son los berceales, los
tomillares, los pastizales anuales, etc. Sobre suelos más profundos y frescos se
instalan los vallicares de
Agrostis castellana y pueden alcanzar también
cierto desarrollo, sobre todo en suelos más húmedos, los denominados cervunales
supramediterráneos.
Cabaña bovina en el valle del Tiétar (foto de José Luis
Rodríguez)
En el ángulo nororiental se aprecia la penetración por
el valle de La Acebeda de los melojares
ombrófilos (de húmedos a
hiperhúmedos). Éstos se diferencian, en lo que respecta al bosque natural
potencial, por la mayor riqueza en plantas propias de bosques de origen
septentrional, y dinámicamente porque la mayor pluviometría permite el
desarrollo de brezales de
Erica aragonensis como matorral sustituyente.
Además de las comunidades anteriormente comentadas, en el piso
supramediterráneo de Guadarrama existen otras especies que ocupan pequeñas
extensiones y tienen escasa presencia. Los sabinares albares sobre suelos
silíceos constituyen una originalidad y aparecen en pequeños enclaves de las
vertientes segoviana (Prádena-Matabuena) y madrileña (pico Retuerta,
Mataelpino), así como el valle del Paular (cerro de la Cruz, Lozoya) y de la
sierra de Ayllón (Tamajón).
Los abedulares de
Betula celtiberica
se localizan en enclaves particularmente lluviosos e innivados de las zonas
más altas del piso supramediterráneo. Destacan los de Somosierra, Canencia y
Cotos-Peñalara. Finalmente, cabe mencionar los hayedos de la sierra de Ayllón,
que ponen de relieve la importancia de la vía migratoria ibéricoayllonense para
ciertas plantas y comunidades más septentrionales.
La vegetación más
extendida del piso oromediterráneo del Guadarrama está constituida por pinares
albares, piornales y enebrales rastreros. Los bosques naturales de pino albar o
de Valsaín, cuyo intervalo altitudinal está comprendido entre los 1.650-1.750 y
los 1.900-2.100 metros, se desarrollan de forma natural en el sistema Central
sólo en esta sierra. Ocupan áreas extensas en el piso oromediterráneo de la
sierra de Guadarrama, mientras que al oriente del puerto de Somosierra y a
occidente de la sierra de Malagón parecen haber desaparecido por completo en la
actualidad. Aparte de la influencia que el hombre haya ejercido en su
desaparición, este hecho puede interpretarse como la respuesta de la vegetación
a la mayor continentalidad existente en Guadarrama frente al resto del sistema
Central.
Valle del Alberche (foto de José Luis Rodríguez)Los
bosques de enebros rastreros presentan su óptimo natural por encima del límite
altitudinal de los pinares albares; sin embargo, pueden ocupar toda la extensión
territorial del piso oromediterráneo en los macizos de los que están ausentes
los bosques de
Pinus sylvestris var. iberica. Por otro lado, pueden
comportarse también como etapa sustituyente de los pinares albares cuando éstos
han sido destruidos por talas o incendios. El abuso de la práctica de incendios
con fines ganaderos favorece la extensión del piorno serrano, quedando el enebro
rastrero relegado a enclaves rupestres más resguardados del fuego. Como
principales etapas de sustitución podemos destacar los pastizales de
Festuca
aragonensis que se desarrollan sobre suelos disgregados y sueltos. En los
suelos con balance hídrico favorable son desplazados por cervunales. Cuando la
vegetación leñosa es talada o quemada aparecen las comunidades de
Linaria
nivea. La vegetación rupícola alberga algunos de los endemismos de
Guadarrama, como
Allium latiorifolium (ajo de Peñalara),
Silene
penyalarensis,
Sedum pedicelatum, etcétera, acompañando a otras más
comunes como
Digitalis purpurea,
Gentiana lutea o el helecho
Asplenium trichomanes.
La vegetación de las áreas cumbreñas de la
sierra de Guadarrama está representada por
Festuca aragonensis. La etapa
madura consiste en un pastizal abierto dominado por pequeñas plantas y céspedes
de porte almohadillado. Ocasionalmente, en ciertos rincones rupestres donde
apenas existe acumulación de nieve pueden aparecer comunidades permanentes
presididas por el enebro rastrero y el piorno y muy empobrecidas
florísticamente. La vegetación rupícola está representada por comunidades de
dedaleras y de helechos. La vegetación de la zona se completa con los cervunales
y las comunidades de turberas, que suelen ocupar extensiones territoriales más
importantes en este piso bioclimático, sobre todo en las áreas sometidas a
fuertes nevadas. En estas zonas prosperan plantas de origen alpino-pirenaico
como
Phyteuma hemisphaericum o
Agrostis rupestris, así como
algunos endemismos de distribución más amplia (
Silene elegans,
Veronica cantabrica,
Luzula hispanica, etc.)
Las
formaciones vegetales de los cauces y riberas fluviales constituyen uno de los
conjuntos de ecosistemas más singulares del sistema Central. Las comunidades que
podemos reconocer sobre sustratos silíceos son cinco: fresnedas meso y
supramediterráneas, alisedas, saucedas de sauce atrocinéreo y saucedas de sauce
salvifolio. En los lechos de inundación y canales de estiaje se desarrollan
bosques y bosquecillos altamente especializados en soportar la abrasión de las
avenidas (saucedas salvifolias) y las inundaciones (alisedas y saucedas
atrocinereas), en tanto que en los lechos mayores y riberas que no son
anualmente sumergidos directamente por las aguas de los cauces, pero que
mantienen el frescor de los suelos hasta bien entrado el estiaje, se desarrollan
fresnedas, olmedas y robledales muy peculiares. Las fresnedas ocupan fondos de
valle, navas amplias y vallejadas en las que existe un nivel freático oscilante.
Aunque el fresno suele ser el árbol dominante en este tipo de vegetación, las
talas selectivas han dado lugar a fresnedas adehesadas donde el melojo es
prácticamente inexistente o ha quedado relegado a ciertos sotos y linderos.
Las alisedas constituyen el caso más característico de bosque inundable.
Junto con los bosques de sauce atrocinéreo se desarrollan sobre suelos aluviales
que se inundan periódicamente en las épocas de lluvias y que conservan la
humedad a lo largo de todo el año. Las etapas maduras corresponden a un bosque
denso y umbroso dominado por el aliso. En las alisedas del piso
supramediterráneo, escasamente representadas en los sectores centrales de
Guadarrama, son comunes los abedules, los acebos y los álamos temblones.
LA FAUNA
Las sierras de los
alrededores de Madrid presentan una riqueza faunística excepcional. La
diversidad de biotopos existente desde las altas cumbres a las zonas de llanura,
unido a la inaccesibilidad propia de las zonas de montaña, ha hecho posible que
dichas sierras y sus estribaciones alberguen una densidad zoológica elevada. El
hecho de que el sistema Central reciba por el norte influencias climáticas
euroasiáticas y por el sur las típicamente mediterráneas, determina una serie de
condiciones ambientales que, a su vez, permiten la existencia de especies
animales muy diversas, por un lado las propias de latitudes septentrionales y
por otro las de las meridionales. Esta zona se reviste así de un doble interés
al erigirse en límite o zona de transición de ambas corrientes faunísticas, lo
que se traduce en un espectro de especies realmente notable. El grupo más
visible es el de las aves, entre las que destacan las rapaces. Buitres leonados
y negros, grandes águilas, como la real y la imperial, alimoches, culebreras,
gavilanes y azores, ratoneros, amén de cernícalos, alcotanes y milanos
sobrevuelan bosques y surcan los cielos de manera incansable. Garzas, martines
pescadores, gallinetas, mirlos acuáticos y lavanderas pululan por los ríos y
embalses. Miles de pajarillos insectívoros menudean por sotos y linderos en
busca de su sustento diario. En los bosques se esconden los picapinos, las
becadas, los arrendajos y las abundantes palomas torcaces. La lista sería
interminable.
Entre los mamíferos sobresalen, por su abundancia, el
jabalí y el zorro. En las umbrías se pueden descubrir las huellas del tejón y no
es difícil encontrar rastros de gineta. Cerca de las construcciones humanas se
mueve la comadreja, mientras que por las ramas de los pinos saltan las ardillas.
Por los parajes más tranquilos transita el corzo y en las corrientes de agua,
donde vive la trucha común, se esconde la nutria, muy abundante en el alto
Lozoya.
Buho Real (foto de José Luis Rodríguez) Completan el
panorama zoológico de las sierras de Madrid anfibios y reptiles como los
tritones alpino e ibérico, la salamandra común y el lagarto ocelado. Sobre el
tritón alpino existen numerosas dudas respecto a su origen y su presencia en las
lagunas y torrentes de las partes más altas de la sierra de Guadarrama. Los
herpetólogos no se ponen de acuerdo, pero más de uno apuesta por su introducción
en la segunda mitad del siglo pasado por parte de algún enamorado de estos
animales.
Y dentro de los invertebrados, una joya de la entomofauna, un
insecto, mariposa nocturna para más señas, que apareció para la ciencia en los
bosques de Guadarrama: la mariposa isabelina, muy perseguida por los
coleccionistas durante décadas y hoy, afortunadamente, protegida por la ley. Sus
formas y colores, así como su buen tamaño, la hacen inconfundible. La
persecución continuada por parte de los coleccionistas, que incluso han
intentado aclimatarla en otras regiones españolas (existe una colonia en
Francia, sin duda introducida a partir de ejemplares del Guadarrama), su rareza
y la precariedad por la que atraviesan sus efectivos han desencadenado una serie
de medidas conservacionistas, entre ellas la declaración de especie
estrictamente protegida en toda su área de distribución.
PREPARACIÓN Y EQUIPO
La mayor parte de las rutas que proponemos son aptas para todos los
públicos, es decir, que pueden llevarlas a cabo tanto los niños desde los siete
u ocho años como los adultos hasta los 65 o setenta, entendiendo que se trata de
personas sanas, sin ningún padecimiento que les impida hacer un esfuerzo
moderado (caminar) durante varias horas. Estas rutas están catalogadas como de
dificultad baja. Las rutas de dificultad media necesitan una cierta preparación,
un entrenamiento, bien para caminar por terrenos abruptos o para superar cuestas
prolongadas. Esta catalogación equivaldría a la tipología de iniciados.
Finalmente, las de dificultad alta, que se cuentan con los dedos de una mano en
esta guía, están reservadas a auténticos montañeros, en cuerpo o espíritu, a los
que no les importa sufrir la dureza de la montaña. Se trata, como bien puede
suponerse, de itinerarios largos y de trazado ascendente, ya sea total o
parcialmente.
En cualquiera de los casos, el equipo es fundamental y
debe incluir, como primer elemento, un buen calzado, a ser posible botas de
media caña con forro interior transpirable e impermeable (hoy muy de moda con
marcas bien conocidas: isotex, goretex, sofitex, etc).
Dependiendo de la climatología, habrá que llevar ropa ligera o
de abrigo. En
este último supuesto, lo ideal es ponernos ropa interior térmica, muy cómoda y
transpirable, que evita que el sudor se quede frío al pararnos. Los forros
polares también son recomendables, sobre todo si llevan membrana antiviento.
Gorro, gafas de sol o de ventisca, guantes, incluso bastón o piolet, son
complementos imprescindibles. La comida y la bebida no deben olvidarse si la
ruta precisa más de tres o cuatro horas para la ida y la vuelta. En este caso
evitaremos las pesadas latas de conservas y recurriremos a las livianas y
modernas tabletas de proteínas y carbohidratos, diseñadas para deportistas, así
como a las bebidas isotónicas, que reponen las sales minerales y los iones
perdidos durante el ejercicio de manera mucho más rápida que el agua o los
refrescos.
Resulta asimismo imprescindible llevar a cabo una cierta
preparación antes de ponerse a caminar. Esta preparación consiste en
documentarse previamente sobre el lugar, en reservar plaza en el hotel o la casa
rural más cercana, y también, en conocer las especies de flora y fauna que se
pueden encontrar, los detalles del itinerario y hasta la previsión meteorológica
para el día concreto.
De San Martín de Valdeiglesias a Cebreros por el
GR-10
Duración: media jornada.
Dificultad: baja.
Época recomendada: todo el año.
Punto de partida: San
Martín de Valdeiglesias.
Tipo de itinerario: lineal.
Distancia recorrida: diez kilómetros.
Flora y fauna:
flora típicamente mediterránea (encinas, pinos piñoneros, jaras, cornicabras,
etc.) intercalada con plantaciones antropógenas (viñas, olivos, frutales). La
fauna cuenta con numerosas especies ligadas a ese medio: jabalí, zorro, gineta,
lirón careto, milano real, águila culebrera, rabilargo, abejaruco, lagarto
ocelado, etc.
EL PINO PIÑONERO
Se trata de una de las coníferas más fácilmente reconocibles. Su nombre
científico es
Pinus pinea y entre sus rasgos morfológicos principales
está su forma, de copa globosa, redondeada, y su tronco recto, con la corteza
muy agrietada y desprendible en grandes placas. Como su nombre indica, su fruto
son los sabrosos piñones, utilizados tradicionalmente para el consumo humano en
forma de dulces, pastas o como condimento.
El pino piñonero es, según
los botánicos, la conífera más característica del clima mediterráneo y juega un
importante papel en el mantenimiento del equilibrio ecológico,
ya que
interviene en las cadenas tróficas aportando precisamente sus piñones. En
efecto, este fruto es un alimento muy buscado especialmente por roedores como
las ardillas y los lirones, a su vez presas de otros animales que se sitúan por
encima en las pirámides ecológicas.
ITINERARIO
La ruta cabalga por parajes que en su
día pisaron vetones y romanos y, sobre todo, rebaños transhumantes de ganados
durante el periodo más floreciente de la Mesta.
Partimos de San Martín
en dirección al
arroyo de las Tórtolas. Una vez lo hayamos atravesado, el
sendero traza un tramo de corta subida por un camino utilizado últimamente por
los quads y continúa entre pequeñas encinas y restos de pinos quemados hasta
alcanzar la carretera a Cebreros tras recorrer algo menos de un kilómetro.
Cruzamos el asfalto y tomamos el camino Real de El Tiemblo, que se adentra entre
chalés a lo largo de 2,5 kilómetros. Las marcas, blanca y roja del sendero GR-10
pintadas en los troncos de los pinos y en los postes de cemento del tendido
eléctrico, nos acompañarán en todo momento. Al final de este tramo, el camino
alcanza una vía pecuaria, amplia y limpia, señalizada de manera que si
continuásemos hacia la izquierda llegaríamos a los Toros de Guisando (a seis
kilómetros), pero nuestro itinerario sigue por la derecha, hacia Cebreros, sin
abandonar el referido sendero GR-10.
Tras cubrir poco más de medio
kilómetro por un paisaje menos humanizado que el precedente, cruzamos un puente
de cemento prefabricado, dejando a la derecha el viejo
puente de la
Yedra, construido en piedra de granito con dos arcos de medio punto. A
partir de aquí la vista de Cebreros guiará nuestros pasos. No obstante, un poco
más adelante, a 500 metros del puente de la Yedra, la amplia pista presenta un
desvío por la derecha. Aquí debemos fijarnos bien, porque el GR-10 toma este
ramal (existen señales, aunque apenas son visibles), que traza un suave descenso
metido entre praderas, pequeñas fincas y retazos de monte que a duras penas
dejan espacio para viñedos y frutales.
Cuando llevamos recorridos unos
cinco kilómetros desde la carretera, alcanzamos el
puente romano de
Valsordo, curioso por sus formas y diseño, y también por contar con una
larga inscripción sobre una enorme roca que señala la alcabala que debían pagar
antiguamente los ganados al atravesar este viaducto.
Tras el puente, la
pista aparece cimentada durante un buen tramo. Poco después dejaremos de lado un
desvío que parte por la izquierda. Seguimos entre olivares y viñedos, para pasar
junto a la
ermita de Valsordo tras haber recorrido unos siete kilómetros
y medio desde el inicio. El paraje, frondoso y ajardinado, invita al descanso.
El GR-10 continúa por la pista ahora cimentada, para dejarla kilómetro y medio
después tomando un ramal que parte por la derecha. Este último tramo nos conduce
a
Cebreros, pasando junto a la picota del siglo XVI, situada sobre un
promontorio con excelentes vistas hacia el sur.