En sus comienzos el cine apenas motivó unas pocas publicaciones. David Ward
Griffiith (1875-1948) tuvo un gigantesco éxito, como es bien sabido, con
El
nacimiento de una nación (1915) y con
Intolerancia (1916) y sentó las
bases de un modo de narrar cine. Estableció una manera de hacer películas que
conseguía flexibilizar el tiempo y el espacio cortando los planos en su momento
justo. Su utilización de los primeros planos y de otros dispositivos hace de él
un director inevitable. Sin embargo, pese a todo ello no ha dejado nada escrito
que valga la pena.
Los primeros textos de cierto valor sobre el cine
provienen de directores rusos como Eisenstein o Pudovkin, quienes sobre las
enseñanzas de un Kuleshov que había tenido acceso a una mala copia de
Intolerancia, pusieron las bases de lo que posteriormente se ha llamado
“montaje soviético”.
Ya en la década de los treinta, con el cine
convertido en un verdadero espectáculo de masas, algunos intelectuales
comenzaron a escribir sobre cine. Walter Benjamin y Francisco Ayala han dejado
textos que vistos desde la óptica actual resultan bastante elementales y toscos.
En 1947 Siegfried Krakauer publicó
Teoría del cine y, aunque con muchas
obviedades, inició una interesante reflexión sobre la relación entre el cine y
la naturaleza de la realidad. En esos años Renoir, Welles y Rosellini avanzaron
en el arte de la teatralización, y André Bazin, cofundador de
Cahiers du
Cinéma, puso letra a sus avances y posteriormente publicó ¿
Qué es el
cine? (4 vols., 1958-1961). De la influencia del cine en la cultura francesa
de mediados del siglo pasado dan cuenta los dos volúmenes de Gilles Deleuze
Estudios sobre el cine o, posteriormente
Las películas de mi vida
de François Truffaut o
El cine de Antonin Artaud.
La irrupción digital está
transformando tanto la manera de hacer cine como la de verlo. Si por un lado
desaparecen, en todo el mundo, las grandes salas de exhibición de films, por
otro se transforman y simplifican las necesidades técnicas de rodaje y
distribución
En el ámbito anglosajón no
abunda la reflexión teórica sobre el cine. Los ensayos de Susan Sontag sobre
Bergman y Goddard,
Estilos radicales, son dispersos, anecdóticos y
quedan, en términos de calidad, muy lejos de sus textos sobre fotografía. Con
Stanley Cavell,
The World Viewed: Reflections on the Ontology of Film,
sucede algo semejante, no dice nada nuevo.
Entre los libros
dedicados al cine, los que reflexionan sobre cómo se hace una película
constituyen un subgénero apasionante. Especialmente los que están escritos por
directores.
¿Cómo se hace una película? de Claude Chabrol (Alianza, 2004)
constituye una magnífica ilustración de los pasos necesarios para llevar a cabo
la aventura que supone la realización cinematográfica. Chabrol, con una
escritura ágil y trufada de anécdotas, narra en primera persona desde la
elección del tema, la escritura del guión, la búsqueda del productor hasta la
explotación y recepción del film y, además, todos los problemas y detalles que
lleva aparejados el rodaje, incluyendo la dirección de actores, las cuestiones
técnicas y la función de cada uno de los que participan en el equipo de rodaje.
La irrupción digital está transformando tanto la manera de hacer cine
como la de verlo. Si por un lado desaparecen, en todo el mundo, las grandes
salas de exhibición de films, por otro se transforman y simplifican las
necesidades técnicas de rodaje y distribución. Las enormes cámaras que utilizan
película de 35 mm se emplean cada vez menos. Caras y de manejo muy complejo,
están dando paso a cámaras digitales más pequeñas, sencillas y de operación
mucho más simple. En un plazo que no ha de ser largo, la calidad de captación de
las nuevas cámaras digitales no tendrá nada que envidiar a las analógicas, y su
menor coste pondrá el rodaje al alcance de gente sin dinero pero con talento. A
ello se une una distribución que hará innecesario el costoso transporte,
almacenaje y conservación de las gigantescas latas de películas. Y por si ello
fuera poco, el rodaje en digital evita el revelado y hace innecesaria la
utilización de los contaminantes líquidos, resultando así un proceso mucho más
ecológico.
Figgis ha escogido un lenguaje
sencillo y un estilo al alcance de todos los lectores que se sustenta en buena
medida sobre el relato de mil situaciones de índole práctica en su mayoría
procedentes de las propias experiencias del
autor
En este contexto, la traducción al
español de este libro de Mike Figgis (Carlisle, Reino Unido, 1948) viene como
anillo al dedo. Figgis comenzó en el mundo del espectáculo como músico con
grupos de rock and roll con Bryan Ferry, más tarde fue actor y acabó dirigiendo
teatro con una compañía fundada por él. Como director y guionista debutó con
Lunes tormentoso (1988),
Asuntos sucios (1990),
Trilogía de
pasión (1991),
Pasiones prohibidas (1999),
Adiós a la inocencia
sexual (1999) y
La casa (2003). Con
Leaving Las Vegas
(1995) le concedieron un Oscar a Nicolas Cage por su interpretación. En
digital ha rodado las innovadoras
Timecode (2000) y
Hotel (2001).
El cine digital se articula en once capítulos y una coda. Se
abordan doce cuestiones básicas para hacer una película. Figgis ha escogido un
lenguaje sencillo y un estilo al alcance de todos los lectores que se sustenta
en buena medida sobre el relato de mil situaciones de índole práctica en su
mayoría procedentes de las propias experiencias del autor. Este conjunto de
situaciones experimentadas por el autor proporcionan al lector interesado en el
cine una visión desde dentro que constituye una excepcional ayuda para entender
la arquitectura de cualquier film.
Pero quizá donde este libro cobra
toda su potencia es en la lectura de quienes en algún momento piensan filmar un
corto, un documental o incluso un largometraje. Figgis pasa por todos los
aspectos imprescindibles. Comienza reflexionando sobre la cámara digital idónea
para cada necesidad fílmica. Nos habla de la relación entre el director y su
cámara o su equipo de fotografía. Relata los pasos que conlleva la
preproducción, la elaboración del presupuesto y la búsqueda de localizaciones.
Se detiene en la iluminación adecuada para las cámaras digitales. Reflexiona
sobre los movimientos de cámara e indica al lector cómo un director debe
trabajar con actores. El capítulo dedicado a la dirección actoral es de
matrícula de honor. Postproducción, música y distribución cierran un libro que
en ningún momento defrauda al lector y que constituye una excelente guía para
todos aquellos que, armados de una cámara digital, deseen hacer cine en alguno
de sus múltiples formatos.