Weisberg se sorprende, y con razón, de la capacidad que ha
tenido Bush para canalizar su frustración y para sobreponerse, no sólo a su
padre, sino también al hecho de ser poco menos que la “oveja negra” de la
familia puesto que, como bien explica el autor, era en principio
Jeb Bush
(hermano pequeño de George y ex gobernador de Florida) quien estaba
destinado a asumir el liderazgo político en la familia perpetuando la saga. En
este sentido, Weisberg alude a una famosa anécdota para explicar que el
presidente Bush es todo un experto en el arte del factor sorpresa, en ese saber
estar que caracteriza a los grandes hombres que, cuando nadie confía en ellos y
la situación es más crítica, se sobreponen a las circunstancias y sacan lo mejor
de sí mismos: “
La crisis familiar se evitó cuando Jeb soltó que George había
sido admitido en la Harvard Business School, en la que había solicitado la
inscripción en secreto, para demostrar que no necesitaba la ayuda de su padre.
[…] George W. había adoptado en el ámbito familiar una técnica que más tarde
aplicaría también fuera de ella. Las bajas expectativas que los demás
depositaban en él las explotaba en beneficio propio superándolas teatralmente.
Quienes le rodeaban tenían la impresión de que era el hijo pródigo
despilfarrando su herencia. Pero en el fondo de su mente latía la idea de un
regreso triunfante” (p. 78)
Y es que si hay algo que nadie puede
negar después de leer
La Tragedia Bush, es la constancia y determinación
del todavía presidente. Con más o menos fortuna, con mayor o menor tino; Bush ha
sabido rodearse de una serie de pesos pesados cuyos nombres irán siempre ligados
al del propio presidente:
Condoleezza Rice,
Donald Rumsfeld y, por
encima de los demás,
Karl Rove y el vicepresidente
Dick Cheney. A
estos dos últimos les dedica Weisberg sendos extensos capítulos. Uno –Rove– ha
sido unánimemente calificado como el auténtico arquitecto de los dos triunfos
electorales de Bush, quien ha movido los hilos en los pasillos de Washington; el
otro –Cheney– ha sido la auténtica mano derecha de Bush, el ejecutor de muchas
de sus decisiones. Sobre este grupo de notables y enlazándola con la teoría
freudiana del padre, Weisberg elabora una atractiva explicación según la cual
este gabinete de confianza de Bush habría asumido en la práctica una función
protectora, ejerciendo como una auténtica familia vicaria del presidente:
“
Dio a otros los papeles que correspondían a sus parientes. Ésta es la razón
de que Karl Rove haya sido el consejero político más influyente de la época
moderna, que Dick Cheney haya sido el vicepresidente más poderoso y que
Condoleezza Rice haya estado personalmente más cerca de Bush que ningún otro
consejero de seguridad nacional o secretario de Estado de ningún otro
presidente. Esta personas no han sido solamente los ayudantes de Bush, sino una
especie de familia idealizada y alternativa que él mismo ha construido y de la
que se ha rodeado” (p. 21).
Otro de los aspectos analizados por
Weisberg en su libro es el de la peculiar religiosidad de George W.Bush, todo un
clásico en los estudios biográficos sobre el presidente. Como dije al hablar
de
La fe de
Barack Obama, no se concibe el análisis de la personalidad de
un presidente de los Estados Unidos sin atender a su fe, a su cosmovisión
religiosa, del mundo y del país. Y es que en Bush hemos visto como en ningún
otro, cómo su famosa concepción religiosa se ha mezclado constantemente con la
política, a través de esa fórmula del
conservadurismo compasivo que él ha
hecho célebre. Hemos visto en estos años cómo Bush ha imprimido a todas sus
acciones, en especial a aquellas relacionadas con la política exterior, un matiz
religioso y un tono de cruzada moral contra el enemigo, cayendo a menudo en una
simplificación maniquea a partir de etiquetas como “fieles” e “infieles” o
“buenos” y “malos”: “
El hecho de mirar las cosas a través de una lente
religiosa que simplifica todas las decisiones convirtiéndolas en opciones
morales en vez de en complicadas concesiones le ayuda a sortear las
deliberaciones y las incertidumbres que identifica con su padre” (p. 147).