¡Cuidado con los gerundios!
De Valle-Inclán cuenta su biógrafo Ramón Gómez de la Serna la
siguiente anécdota: Era el año 1933 y el famoso escritor del 98 padecía una
terrible enfermedad que después le llevaría a la muerte. No tuvo más remedio que
someterse a una operación quirúrgica, y en aquellos momentos graves hubo de
recurrir a una transfusión de sangre. Don Ramón Mª de Valle-Inclán se defendió
de las propuestas voluntarias que llegaban a su lecho, pues varios compañeros de
letras se dispusieron a prestar su sangre al glorioso maestro. Don Ramón,
incorporado sobre sus almohadas gritaba desesperadamente con su peculiar ceceo
“No, de eze no, de eze no, que tiene la sangre cargada de gerundioz”.
Y
es que el gerundio, forma verbal no personal, simple o compuesta (amando,
habiendo amado) no resulta fácil de utilizar. Si es simple equivale a un
adverbio, complemento circunstancial de un verbo pleno. En el primer caso su
función adverbial es comparable en ejemplos como “se marchó silbando”, donde el
gerundio “silbando” es semejante al adverbio “alegremente”. En el segundo caso,
es decir como verbo, puede constituir oraciones independientes mediante
perífrasis con la ayuda de los verbos auxiliares: “Está nevando”, “siempre anda
metiéndose en líos”, etc.
Pero hay que tener cuidado cuando un gerundio
complementa a un sustantivo o pronombre porque puede prestarse al equívoco. Así
“he visto a tu hermano paseando”. ¿Quién paseaba? ¿yo o tu hermano? También es
incorrecto usar el gerundio con valor de adjetivo, calificativo o determinativo
para un sustantivo. “Encontré una caja conteniendo joyas”, “Volcó un camión
transportando explosivos”. “Tiene un perro siendo cojo” son expresiones que
deben sustituirse respectivamente por “que tenía”, “que transportaba” y “que
es”.
Además el gerundio expresa una acción –es forma verbal– y esta
acción tiene que ser simultánea o anterior a otra principal. Por ejemplo, “te
cansarás subiendo las escaleras” (simultánea), “dando un agudo grito, se quedó
luego paralizado” (anterior). Si la acción del gerundio es posterior, conviene
evitar este uso. Frases como “se cayó del árbol, rompiéndose una pierna” o
“cogimos el tren, dirigiéndonos a Sevilla” se considera muy poco elegante en la
lengua española.
En cuanto al gerundio compuesto debemos señalar que
nunca forma oraciones independientes y, como cláusulas subordinadas que son,
adquieren distintos valores (temporales, condicionales, concesivos, causales,
etc.), a la vez que expresan acciones perfectivas o terminadas. “Habiendo
estudiado un poco más, habrías aprobado el examen” (si hubieras estudiado, valor
condicional), “habiendo dado las doce, se fueron a la cama” (después de las
doce, valor temporal).
Una recomendación final: que el gerundio nos sea
leve en todos nuestros escritos. Pocos gerundios y en definitiva más atención a
su empleo.
Tabúes y eufemismos
Las palabras que usamos funcionan como elementos de un código de una
comunidad y, por tanto, reflejan en muchos casos las costumbres, supersticiones,
creencias religiosas, relaciones humanas y sociales o, simplemente, la cultura
material de un pueblo. Esta es la razón por la que en todas las lenguas del
mundo se encuentran palabras que no pueden o deben pronunciarse y que, por
motivos diversos, están prohibidas. Son las llamadas “tabúes”. El término “tabú”
procede de la Polinesia y lo introdujo por primera vez el famoso capitán
Cook en Inglaterra con la grafía de “toboo” y con el significado originario
de “sagrado”; de aquí surge en español el vocablo “tabú” para designar algo
connotado negativamente, Además es natural que frente a “tabú” existiese otro
término polinésico, “noa” la palabra favorable en lugar de ésa que está
prohibida porque evoca los nombres de los dioses, del demonio, de la muerte o de
ciertos animales a los que se les dota de poderes mágicos y maléficos. En los
pueblos primitivos existe la creencia de que ciertas palabras pueden atraer a
los elementos nombrados y desencadenar una serie de adversidades. Se evita
pronunciarlas y se acude a otros vocablos o expresiones, la citada “noa”, que en
nuestra lengua llamamos “eufemismo”, un término griego que significa
etimológicamente “buen sonido”.
Muy curioso e interesante resulta
observar ciertos casos de nombres de animales que por superstición popular se
rechazan. Así en el Sur de España, la “culebra” o “serpiente” es prácticamente
innombrable y da paso a “la bicha”. Lo mismo ocurre con ese simpático
mamífero-carnívoro, “la comadreja” –o también “la doncella”– cuyo término no es
más que una derivación eufemística de “comadre”, es decir, la madre o madrina
respecto a un niño. A veces las relaciones con el mundo mágico han quedado
olvidadas y ciertas palabras dejaron de utilizarse, como sucede en castellano
medieval con “azufre” (suerte), que parece provenir de la palabra “abecé”, de
contexto mágico por su fórmula alfabética y en contacto con la palabra “ave”,
tan relacionada con las creencias en agüeros que se manifestaban en vuelo de las
aves y el examen de sus entrañas. Otros casos que podíamos citar serían aquellos
en que las palabras han evolucionado tanto fonéticamente hasta el punto de que
hoy sería irreconocible su valor eufemístico y nadie identificaría su origen.
Por ejemplo “duende” proviene de la expresión “duen de casa” –duen es dueño– ya
que de esta forma se llamaba a todo tipo de espíritus malignos y juguetones que
moraban en viviendas. Posteriormente se conectó “duende” y se perdió “casa”.
Los eufemismos no son siempre lógicos, y no hay razones que los
identifiquen totalmente. Incluso lingüísticamente pueden llegar a ser ridículos.
La lista de palabras eufemísticas es enorme, y en ella podemos incluir “dar a
luz” por parir, “servicio”, “baño”, “excusado”, “water” etc. por retrete –a su
vez “retrete” es eufemístico, exagerando un lugar que por su necesidad justifica
que se le llame así por significar “lugar retirado”, “hacer pis” por orinar,
“estar en estado” por estar embarazada, o “cerrar los ojos” por morir.
Si los motivos del empleo del eufemismo pueden ser entre otros lo que
llamamos decencia, delicadeza de lenguaje, buena educación o cierto pudor
natural, nos extraña que en la sociedad actual tan poco puritana y que se quiere
manifestar con tanta libertad de conducta y expresión sea cada vez más abundante
el eufemismo. Hoy día, cuando no es novedad hablar con palabras malsonantes o
tacos, y con la igualdad de derechos humanos en ambos sexos, se tiene miedo a
llamar ciertas cosas por su nombre. Nuestros ancianos son “personas de la
tercera edad”, en las cárceles no hay presos, sino “reclusos o internos”, las
personas que viven amancebadas tienen “compañero sentimental”, a los obreros no
se les despide, sino que la empresa sufre una regulación de empleo. De esta
forma los alumnos no reciben el clásico suspenso, y tienen como nota un
“insuficiente”. ¿Y que decir de la imposición de la lengua catalana bajo el
nombre de “normalización” lingüística? Y eso de la “gobernabilidad”, ¿qué
significa?...
No usar ciertas palabras o expresiones, aunque se pongan
de moda, sigue siendo de buena educación, pero otra cosa es caer en la ridícula
estupidez y en cursilería, y hasta en la hipocresía. Hacer uso constante del
eufemismo deliberadamente es una especie de censura que imponemos a nuestra
propia lengua.
Vulgarismos
No existe ni ha existido nunca igualdad en la posesión del idioma. Hablar y
escribir bien es un derecho social que ha de conquistarse con la enseñanza y la
libertad de la sociedad, nada tiene que ver para expresarse como uno quiera. El
uso correcto de la lengua es imprescindible para la adquisición de conocimientos
y la transmisión de los mismos. Hay, sin embargo, ciertas clases sociales poco
instruidas que emplean su lengua con falta de recursos para variarla e incluso
con términos incorrectos que llamaremos “vulgarismos”. Estas formas vulgares son
un síntoma alarmante que actualmente se extiende sin poner remedio y que en
España, con este rebumbio lingüístico que padecemos, va en aumento abriendo la
senda de la más terrible incultura.
Los vulgarismos, de diverso origen,
son en general espontáneos pero siempre demuestran una cultura muy deficiente.
Algunos vulgarismos conservan un matiz arcaico como puede ser el caso de “trujo”
por trajo o “cuasi” por casi; otros se han formado por analogía, y así ocurre
con el pretérito “andé” en lugar de anduve o la serie verbal caiga, traiga, que
ha servido de modelo para el vulgar “haiga”, tan frecuente. El sustantivo carne
impone erróneamente su -e al derivado vulgar “carnecería”, en vez del correcto
carnicería. Son estos ejemplos muy frecuentes, a los que podemos añadir otros
muchos, producto de asimilación y disimilación: “concencia” por conciencia,
“melitar” por militar, nacencia, tiniente, etc....
Los vulgarismos
atañen a la fonética, a la morfología, a la sintaxis y al léxico. Todos se
derivan de la inseguridad, relajación y simplicidad de la lengua utilizada por
hablantes sin cultura. Estamos horrorizados cuando oímos “cocreta”, “pograma”,
“levantaros” (imperativo), “contra más” “habemos”, etc. etc. ¿Por qué tantas
incorrecciones? Es más que probable el hecho de que en la escuela, como ocurre
en Cataluña no se enseñe y se desprecie la lengua española. Aceptamos los
catalanismos: el absurdo, “diabetis” (diabetes), las formas “mama”, “papa”
(mamá) y (papá) y el uso de verbos que no son reflexivos como si lo fueran, (te
has engordado, me he adelgazado), un “ves” (2ª parte imperativo ve) de ir.
Espantoso.
El mal se extiende por toda nuestra península hasta el punto
que para el campeonato mundial de Fútbol 2006 se haya cantado “A por ellos”. La
preposición “a” no se antepone a ninguna otra debiendo evitarse “a por”. No es
totalmente condenable esta frase prepositiva pero hubiera sido más elegante
expresarse de otro modo menos vulgar. La corrección lingüística se tiene que
imponer.
No basta que se pida en campañas populares, por cierto muy
loables, que el español esté presente en la enseñanza escolar. Tengamos
conciencia de su idioma, de “la sangre de su espíritu”, como la llamaba
Unamuno. Que cada uno de nosotros, sin miedo ni coacciones, seamos libres
de verdad. Si perdemos nuestra lengua, perdemos nuestra identidad y nuestra
dignidad. Me viene a la memoria la frase del poeta francés
Jean Perse,
exiliado por el gobierno de Vichy y solo en 1941 en U.S.A. A la vista de N.
York, reflexiona sobre su desnudez y escuálida maleta. El aduanero le pregunta:
“¿Dónde se alojará?” El escritor vacila y luego responde con su certeza de
hombre libre: “Habitaré mi nombre, poseeré mi lengua, haré de ella la
inaccesible fortaleza de quien sabe que en el exilio late con ella la dignidad
humana”.
Nota de la Redacción: el texto corresponde al libro de
María Josefa Sánchez-Reyes de Palacio:
Lengua Viva.
Reflexiones sobre el lenguaje actual (Ediciones
Carena, Los Libros de Acidalia, 2008). Queremos hacer constar nuestro
agradecimiento al director de
Ediciones
Carena,
José
Membrive, por su gentileza al facilitar la publicación en
Ojos de
Papel.