Con independencia de las consideraciones manejadas por Néstor Kirchner cuando decidió no presentarse a la reelección e impulsar simultáneamente la candidatura de su mujer, Cristina Fernández, asistimos a un interesante conflicto político que toca el tuétano de las sagas familiares que ocupan el centro del poder. ¿Cómo hacer, en una república, para ceder la primera magistratura de un padre a un hijo o del marido a la mujer, sin poner en peligro ni a la máxima institución del país ni el funcionamiento del propio sistema político. Es evidente que los ejemplos paterno filiales de los Gadafi, Assad o Duvallier no sirven, ya que es la dinámica del autoritarismo y de la dictadura encarnada la que permite el relevo de un familiar a otro sin que se llegue a cuestionar la lógica del propio sistema. Algo similar se puede señalar de la Cuba de los hermanos Castro, donde el relevo de uno por otro no amenazó en ningún momento la gobernabilidad socialista.
El caso de la familia Bush es, como en los anteriores, un caso de saga familiar, donde un hijo sucede a un padre en la presidencia. Sin embargo, en este ejemplo hay una gran diferencia con las situaciones anteriores, donde también había en juego herencias de padres a hijos. George W. Bush sucedió a George Bush en la presidencia de los Estados Unidos tras los dos períodos de Bill Clinton. Aquí hubo alternancia, no sólo de familia, sino también de partido. Y es esta alternancia la que permitió, precisamente, que más allá del nombre, la gestión de Bush hijo fuera percibida como algo totalmente diferente a la de su progenitor. Inclusive, en el supuesto e hipotético caso de que Hillary Clinton sea la próxima ocupante de la Casa Blanca la distancia con Cristina Kirchner será sideral. Mientras la actual presidenta argentina se benefició del largo dedo de su marido, que la ungió candidata sin mediar ninguna instancia partidaria ni ninguna consulta a las bases, Hillary Clinton debió pasar por un interminable purgatorio en forma de elecciones primarias, donde fue ella, y no su marido, quien tuvo que exhibir sus dotes de mando.
Es en la intimidad de la Quinta Presidencial de Olivos, la residencia presidencial, donde se toman las principales decisiones que marcan la gestión gubernamental
Aquí es donde radica el pecado original de una presidenta que aún no ha podido despegar. No se trata del síndrome del pato cojo, sino de un pato que se arrastra cargado de plomo en las alas. Un plomo proveniente de la anterior gestión, de los cinco años de la presidencia de su esposo. Si bien durante la campaña electoral se quiso presentar a la candidata bajo el símbolo del cambio, la realidad mostró el duro rostro de la continuidad, una continuidad lastrada por una gestión que al final de su mandato comenzaba a exhibir serios desconchones. Precisamente fueron esos problemas, intuidos unos, imaginados otros, avistados los más en el horizonte complejo de la política argentina, una de las causas que llevó a
Néstor Kirchner a no presentarse a la reelección.
En medio del fragor guerreo en la encarnizada lucha del
gobierno argentino contra los productores rurales, una cuestión de fondo es la de quién manda en Argentina. Hay versiones que presentan a una
Cristina más dialogante frente a un
Néstor beligerante, cuyo único y principal deseo es aplastar sin misericordia a los dirigentes de las organizaciones agrarias que osaron cuestionar la
pax kirchnerista. Una paz cada vez más populista, más escorada hacia el peronismo en su versión clásica (estatista, nacionalista, prebendario) y que poco tiene que ver con esa imagen de izquierda que sus mejores propagandistas nos quisieron vender. Hay otras versiones que muestran a la presidenta claramente subordinada al poder de su marido, y esto explica el pedido de algunos gobernadores, como los de Santa Fe y Tierra del Fuego, que alertan sobre el desmesurado protagonismo del ex presidente. Sea cual sea la versión dominante, que bien pudiera ser una tercera, totalmente distinta de las anteriores, la presidenta es totalmente responsable de sus actos. También es verdad que es en la intimidad de la Quinta Presidencial de Olivos, la residencia presidencial, donde se toman las principales decisiones que marcan la gestión gubernamental.
La llegada de Cristina Fernández al gobierno fue enmarcada por juicios potencialmente favorables a su persona, la mayor parte de los mismos centrados en cualidades ausentes en su cónyuge
En este sentido, como en muchos otros, la gestión de ayer y la de hoy no difieren en un gobierno que se caracteriza por no convocar reuniones de gabinete. Los ministros no sesionaron juntos durante
Kirchner I, ni lo han hecho hasta ahora en
Kirchner II. En la misma línea, los ministros son agentes de gestión kirchnerista más que impulsores de políticas propias. Para colmo de males, en los segundos y terceros escalones los
Kirchner han gustado de situar a personajes distintos de los ministros y que inclusive no responden a ellos. Uno de los principales casos es el de
Guillermo Moreno (ver
Estampas argentinaa (I)), secretario de Estado de Comercio Interior que antes y ahora ha seguido respondiendo directamente a
Néstor Kirchner y no al ministro de Economía. Para colmo de males, las relaciones entre el jefe de Gabinete
Alberto Fernández y el ministro de Planificación
Julio de Vido son cordialmente enemistosas y se constituyen en una traba para el funcionamiento de un gobierno cada vez más cerca de la parálisis.
La
llegada de Cristina Fernández al gobierno fue enmarcada por juicios potencialmente favorables a su persona, la mayor parte de los mismos centrados en cualidades ausentes en su cónyuge: cuidada oratoria, preocupación por las cuestiones internacionales, sensibilidad por el reforzamiento institucional, menor tendencia a ser identificada con el peronismo. Los casi cinco meses que la muestran en el ejercicio del poder se empeñan en desmentir algunas de sus virtudes y más por sus propios errores que por una campaña machista, como se empeña en decir para salvar alguna de sus responsabilidades. Al gobierno
Kirchner II se lo critica por sus meteduras de pata, abundantes, y no por el género femenino de quien encabeza la administración. Prueba de ello es el caso de la maleta con los petrodólares venezolanos teóricamente destinados a financiar su campaña, el maltrato dado a
Teodoro Obiang (y no porque no se lo mereciera sino porque era su huésped oficial), la introducción de retenciones variables a las exportaciones de oleaginosas (soja, girasol), que tanto cabreó a los hombres del campo, la nacionalización de una empresa argentina por su teórico aliado bolivariano, o la negativa a reconocer la existencia de una alta inflación o la inminencia de una crisis energética. Hasta ahora el gobierno de
Kirchner II ha estado más preocupado por la imagen que por la gestión y la administración. Para colmo de males, las disfunciones matrimoniales no ayudan en nada la buena labor de gobierno. De seguir por ese camino, la cercanía al precipicio será cada vez mayor. Todavía se está a tiempo de un cambio de ruta, pero la soberbia no es, ni ha sido nunca, buena consejera.
Cristina Kirchner y Guinea Ecuatorial (vídeo colgado en YouTube por mperverso)