La edición alemana de El amor como pasión aparece en 1982 y su traducción al español en Península tres años más tarde. Esta oportuna reedición a cargo del mismo sello editorial cuenta con el valor añadido de un prólogo debido a Vicente Verdú autor que, como es bien sabido, lleva más de treinta años pespunteando su obra con textos en los que reflexiona sobre el amor y el enamoramiento. En esta entrega presenta este volumen como “un clásico de la historia amorosa y un clásico de la semiótica”. Quizá acierta Verdú más en lo primero que en lo segundo, pero en todo caso deja al lector preparado para entrar en el territorio del amor, tan caótico antes como ahora “en la cultura del turismo, la cosmética y el consumo”.
Para leer El amor como pasión conviene recordar que Luhmann construye toda su obra como un colosal esfuerzo de análisis de la sociedad concebida como un conjunto de sistemas sociales entendidos como sistemas de comunicación. Lo que él entiende como sistemas sociales debe ser entendido como sistemas autorreferenciales, operativamente cerrados, que contienen su propia descripción. El amor, las relaciones íntimas, deben entenderse como un sistema de comunicaciones de reproducción autopoiética.
La génesis de la intimidad, base del amor, la va trazando Luhmann a lo largo de las páginas que componen este volumen sobre una advertencia: en sus aspectos esenciales, la intimidad requiere un comportamiento atípico, un comportamiento que no se puede prever. La intimidad no puede ser rutinaria
El año que Luhmann pasó trabajando en Harvard con Talcott Parsons, el sociólogo entonces -1961- más influyente del mundo, le dejó de por vida el gusto por la “gran teoría”, y eso es algo muy presente en este volumen. Salvo unos breves recursos tomados de la historia que recogen las transformaciones del concepto de amor durante los siglos XVII, XVIII y XIX, lo que Luhmann trata de construir es la teoría del amor como “sistema de interpenetración”.
Tal como escribe Luhmann, las relaciones de interpenetración y enlace no sólo se establecen entre el ser humano y el ser social sino también entre los seres humanos. La relación entre las personas que da origen al amor requiere una íntima interpenetración. La intimidad surge en la medida en que más ámbitos de la vivencia personal y del comportamiento de un ser humano son accesibles y relevantes para el otro; y el amor surge cuando esta situación se vuelve recíproca, lo cual sólo es posible si la doble contingencia se lleva a cabo por atribución personal.
La génesis de la intimidad, base del amor, la va trazando Luhmann a lo largo de las páginas que componen este volumen sobre una advertencia: en sus aspectos esenciales, la intimidad requiere un comportamiento atípico, un comportamiento que no se puede prever. La intimidad no puede ser rutinaria. En el código del amor del siglo XVII ese requisito fue postulado como “exceso”, en el del siglo XVIII como refinamiento, y en el siglo XIX como fuga del mundo del trabajo. La génesis de la intimidad no puede ser entendida en todas sus dimensiones si se analiza desde el esquema egoísmo/altruismo, aunque este esquema pueda ayudar a entender aspectos elementales del desarrollo del amor. Se equivocan también, en opinión de Luhmann, las teorías que contemplan la idea de la gratificación mutua.
No se ama por el regalo sino por su significado. Esta significatividad no se encuentra, como señala Luhmann, en el traslado de la gratificación ni en la satisfacción directa o indirecta de las necesidades propias. Se ama en la interpenetración en sí misma. No en los rendimientos, sino en la complejidad del otro que se gana como momento de la propia vida mediante la intimidad. Esta y no otra es para Luhmann la semántica del amor, una realidad que atraviesa el mundo ordinario y crea su propio mundo.