Tras estudiar en la Universidad de Turín filosofía medieval y literatura -su padre quería que estudiase derecho- comenzó a trabajar para la Radiotelevisione Italiana (RAI) y enseñó en la Universidad de Turín (1956-64). En 1956, publica su tesis sobre Santo Tomás y tres años más tarde un libro sobre la estética medieval. En 1959, con el servicio militar cumplido, deja la RAI y empieza su trabajo como editor senior para no ficción de la editorial Bompiani en Milán. Aunque dejó su trabajo en 1975, su buena relación con Bompiani se ha mantenido a lo largo del tiempo. Catedrático en la Universidad de Bolonia, su importante labor en el desarrollo de la semiótica es bien conocido. Junto a su larga lista de publicaciones, la de premios y honores es también interminable.
Con setenta y seis años recién cumplidos Umberto Eco sigue deslumbrando con su lucidez, su coquetería y su ingente conocimiento. El año pasado entregó a sus miles de lectores esparcidos por todo el mundo Historia de la fealdad. En Italia se hizo cargo de la edición Bompiani, “su” editorial de siempre, y produjo un libro que por su cuidadosa edición y sus espléndidas ilustraciones era un bello “objeto”. En España Lumen, editora de Historia de la belleza –texto gemelo del que nos ocupa- y de otras muchas obras de Eco, ha realizado también un trabajo de calidad inusual.
Historia de la fealdad se articula en quince capítulos que recorren la historia occidental desde la civilización griega. Dicho recorrido histórico se sujeta a la variada tipología de la fealdad. De este modo un mundo de horrores queda fijado a lo largo del texto como si fueran insectos clavados en una vieja pared
Medievalista, filósofo, semiótico, crítico literario, novelista y, por encima de todo, una de las cabezas mejor amuebladas de Europa, Eco –supuestamente un acrónimo de ex caelis oblatus (un regalo del cielo)- saltó a la fama mundial con la publicación en 1980 de El nombre de la rosa, una novela con una apasionante combinación de misterio, análisis bíblico, sabiduría medieval y teoría literaria que fue llevada al cine con Sean Connery de protagonista. Convertido en estrella mediática, la recepción en España de su obra ha sido desigual, en parte debido a que su trabajo académico en la Universidad de Bolonia ha estado muy marcado por la semiótica. Bien es cierto que en mayo de 2000 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias.
Para entrar en Historia de la fealdad en necesario advertir al lector que está ante una derivada, soberbia eso sí, de Historia de la belleza. Algo que teniendo en cuenta que la escritura de Eco es muy rizómatica -vuelve sobre sus temas- no puede extrañar. En 2004 ve la luz el texto dedicado a lo bello y su éxito es inmediato e internacional. Las dos ideas básicas que cruzan ambos libros las encontramos ya en Obra abierta (1962) y en Apocalipticos e integrados (1964). Por un lado, considerar que toda expresión artística y sus consecuentes manifestaciones culturales, sean las que sean, deben entenderse en un marco histórico; y en segundo lugar, pensar que es necesario un método de análisis único, basado en la teoría semiótica, que permita interpretar cualquier fenómeno cultural como un acto de comunicación regido por códigos. Aunque Eco coincide en tiempo y espacio con la tremenda presión que en las universidades europeas supuso el estructuralismo de Claude Lévi-Strauss, Roman Jacobson y Ferdinand de Saussure, no sucumbió a la tesis según la cual el significado es un producto de la estructura. Vió con acierto que el lector interpreta un texto desde marcos de significado en los que la intencionalidad del sujeto no puede ser obviada.
Esta vibrante historia de horror y desprecio por lo feo está enriquecida por el lujoso tratamiento de las numerosas ilustraciones tomadas de la historia del arte y por la selección de textos procedentes de los autores más significados en el tratamiento de la fealdad
Historia de la fealdad fue presentada por el propio Eco en la pasada Feria de Francfort. Las crónicas dicen que llegó al stand de Bompiani con su sempiterno puro, apagado porque las normas allí son muy estrictas, y sin dejar que le fotografiasen la cara de cerca; soltó que su editor, a la vista del éxito de Historia de la belleza, le había pedido la otra cara de la moneda, la Historia de la fealdad. En realidad, pese a que Eco ha estado siempre muy atento a los aspectos crematísticos derivados de su trabajo, la suya fue una decisión acertada porque desde un punto de vista intelectual lo feo tiene más interés que lo bello y es al mismo tiempo un territorio menos explorado en el que se entrecruzan con mayor sutileza los criterios de cada época, los de cada sociedad y las ideas estéticas de la representación de la fealdad.
La arquitectura de Historia de la fealdad es un calco de Historia de la belleza. Incluso el capítulo quinto de este último libro, “La belleza de los monstruos”, constituye una anticipada reflexión en torno a lo feo. Historia de la fealdad se articula en quince capítulos que recorren la historia occidental desde la civilización griega. Dicho recorrido histórico se sujeta a la variada tipología de la fealdad. De este modo un mundo de horrores queda fijado a lo largo del texto como si fueran insectos clavados en una vieja pared. Prodigios y monstruos, el infierno y las metamorfosis del diablo se entrecruzan con el triunfo de la muerte, la caricatura, el satanismo, lo siniestro y la fealdad industrial para acabar en la fealdad del mundo actual vista a través de lo kitsch, lo camp, el punk y el piercing que tanto recuerda los cuadros de El Bosco. Esta vibrante historia de horror y desprecio por lo feo está enriquecida por el lujoso tratamiento de las numerosas ilustraciones tomadas de la historia del arte y por la selección de textos procedentes de los autores más significados en el tratamiento de la fealdad.
Si en Historia de la belleza los textos de Umberto Eco se entreveraban con los de Girolamo de Michele, en esta entrega la autoría está compartida con un grupo de personas puesto a su disposición por Bompiani. De este modo, el texto propiamente dicho de Eco se reduce a las entradas de los distintos capítulos que, como hemos señalado, se complementan con ilustraciones y los textos escogidos. Con todo ello, se conforma la tesis central de este volumen: que la fealdad se construye atendiendo no ya a criterios estéticos sino a consideraciones políticas y sociales enmarcadas en momentos históricos concretos. En este sentido, Eco afirma que la relación entre lo normal y lo monstruoso puede invertirse en función del espectador. Aspecto éste más que dudoso, porque como el mismo autor escribe en la introducción, lo feo es sinónimo de repelente, horrendo, asqueroso, desagradable, grotesco, abominable, odioso, indecente, inmundo, sucio, obsceno, horripilante, enojoso, indecente, deforme o desfigurado. Y todo ello no es tan fácil de cambiar ni en lo personal ni en el imaginario colectivo.