Cormac McCarthy: La carretera (Mondadori, 2007)

Cormac McCarthy: La carretera (Mondadori, 2007)

    TÍTULO
La carretera

    GÉNERO
Novela

    AUTOR
Cormac McCarthy

    EDITORIAL
Mondadori

    OTROS DATOS
Traducción de Luis Murillo Fort. Barcelona, 2007. 224 páginas, 18’90 €



Cormac McCarthy

Cormac McCarthy


Reseñas de libros/Ficción
Cormac McCarthy: La carretera (Mondadori, 2007)
Por Juan Antonio González Fuentes, domingo, 2 de diciembre de 2007
Hay novelas que a uno lo dejan completamente indiferente, es más, pasados los días ya apenas sí recuerda de qué iba el asunto que proponían, y su atmósfera se ha perdido por completo en el interior del lector sin haber dejado ni siquiera el rastro de un mal perfume. Ese tipo de libros, con el tiempo, cuando uno va haciéndose mayor y parece que pierde la vergüenza de equivocarse ante sí mismo, es mejor dejarlos arrinconados cuanto antes, a las pocas páginas degustadas si uno presume que la cosa va a terminar en nada, o lo que es peor, en algo prescindible.

Otras veces, por el contrario, las páginas de la novela leída le dejan a uno un rastro señalado a fuego, como si el libro fuera sencillamente un soplete cuya llama se ha aplicado a conciencia sobre la piel, la carne, las mismas entrañas dejándolas palpitantes y desnudas. Esto es lo que me ha ocurrido con el último premio Pulitzer y libro más vendido del año en los EE.UU, La carretera de Cormac McCarthy, trabajo que ha publicado el sello Mondadori en traducción de Luis Murillo Fort.

Responde en gran medida la literatura de Cormac McCarthy, incluso su propia presencia física vislumbrada en las no muchas fotos que ofrece internet, a lo que el imaginario de los lectores europeos hemos ido construyendo con respecto a la narrativa norteamericana del siglo XX, desde Jack London o Ernest Hemingway, por ejemplo. Es decir, una forma de narrar, de contar historias por escrito, muy cercana a lo que podríamos entender por “viril” (recia, contundente, sobria, concisa, compacta, directa...), y alejada por completo de delicuescencias culturalistas y esteticistas, de divagaciones más o menos afortunadas en torno a  filosofías, políticas y demás añadidos y condimentos que suelen acompañar las propuestas narrativas a este lado del Atlántico. En efecto, McCarthy y sus libros encajan bastante bien con esa idea planteada de “sobriedad” y “contundencia” narrativa, vamos, de plantear una historia para centrarse en ella y resolverla  apelando al castizo “al pan, pan y al vino, vino”, ni siquiera planteándose un instante el “irse por las ramas”, el iniciar divagaciones en torno a..., sobre que...., demostrando...

Estamos ante un claro viaje iniciático (como el que propone Stevenson en La isla del tesoro), pero en el que todo empieza y termina en una desolación de marcado carácter  nihilista, un viaje que es, a la vez, principio y fin, inicio y término, una nada sólo aliviada por la memoria y sus recuerdos que lleva directamente a la nada

Si acudiésemos para entender lo que estoy queriendo decir al ejemplo del cine diría lo siguiente. En las novelas de McCarthy no se mueve la cámara para obtener hermosos efectos; los planos, los encuadres son los justos y necesarios para hacer avanzar la historia; los héroes tienen el diálogo justo para trasladar su carácter y visión del mundo; no hay zooms, ni travellings amanerados.... La cámara se sitúa en el mejor lugar posible para que el espectador conecte y comprenda lo que se le cuenta, la historia. En este sentido, La carretera se presenta a sí misma como un caso contundente, incuestionable.

Hemos de suponer que toda la acción que presenta La carretera tiene lugar después de una guerra nuclear en un territorio indeterminado de los EE.UU, cerca de una costa y en un lugar de temperaturas frías y húmedas. Lo hemos de suponer porque McCarthy no lo subraya, y deja que sean los hechos, los acontecimientos y la puesta en escena de su relato los que den pie al lector a pensarlo. En ese escenario de pura y radical desolación, de violencia palpable por que la violencia lo ha arrasado absolutamente todo, un padre y su hijo pequeño, un hijo de poco más de diez años, avanzan por una carretera cargando con unos pocos enseres sobre sí mismos y en un simbólico carro de supermercado. No hay destino, se trata sólo de avanzar hacia la costa, hacia el mar, tentando desde el racional desánimo la suerte de encontrar quizá una salvación a la que poner un nombre. Se trata de sobrevivir a lo irracional desde una racionalidad sin futuro alguno, de seguir vivos porque no hay otra solución, de avanzar por la desolación de una carretera desolada que sólo lleva a la más completa desolación: la nada.

Pero este avanzar por la nada incluye además un peligro real e inminente, brusco: topar con los escasos supervivientes que unidos en manada de alimañas buscan a otros supervivientes con los que satisfacer las pulsiones más primarias, incluida claro la del hambre.

Estoy seguro que en muy pocas ocasiones podré volver a escribir que un escenario literario encarna de forma tan cruda y perfecta la desolación metafísica en la que se desenvuelven los personajes que por él transitan

En este escenario de ciencia ficción, y que prácticamente es el mismo de principio al fin en el avance de la novela por la famosa carretera que le da título, McCarthy plantea a lo largo de poco más de 200 páginas una conmovedora, alucinante e inolvidable historia que lo es de amor filial y de amor a la pura supervivencia, no pudiéndose entender ninguno de los dos amores sin el otro.

Con un planteamiento narrativo semejante al que tienen algunos de los más grandes wersterns del cine americano, McCarthy sitúa a sus casi dos únicos personajes, padre e hijo, hombre y niño, en una especie de “territorio comanche” en el que el peligro acecha detrás de cada curva del camino, detrás de cada árbol, de cada pequeña colina. Así, en un paisaje infernal infestado de enemigos, los dos personajes no cabalgan juntos (como en la película de John Ford) sino que andan juntos siendo cada uno de ellos la razón de ser del otro, la única razón de seguir adelante. En este sentido estamos ante un claro viaje iniciático (como el que propone Stevenson en La isla del tesoro), pero en el que todo empieza y termina en una desolación de marcado carácter  nihilista, un viaje que es, a la vez, principio y fin, inicio y término, una nada sólo aliviada por la memoria y sus recuerdos que lleva directamente a la nada.

En las páginas aparecen algunos otros personajes, muy pocos y secundarios, que vienen a apuntalar y ennegrecer de algún modo la situación del padre y del hijo. Pero McCarthy ha creado en La carretera otro personaje de importancia infinita, omnipresente y poderosísima, cuya presencia marca de principio a fin todo el andamiaje de la novela. Me refiero al paisaje inhóspito, al clima atmosférico de desazón húmeda, maloliente y fría que logra transmitir al lector. Pocas veces la descripción, la puesta en escena de un paisaje en una novela me ha afectado tanto, me ha hecho sobrecogerme, me ha dejado tiritando y con una sensación de incomodidad física tan palpable como la que McCarthy plasma en este espléndido relato. Estoy seguro que en muy pocas ocasiones podré volver a escribir que un escenario literario encarna de forma tan cruda y perfecta la desolación metafísica en la que se desenvuelven los personajes que por él transitan.

La metáfora acuñada por McCarthy en La carretera es sin duda ninguna brutal, y lo es desde cualquier punto de vista, desde el material y el espiritual, logrando así una narración modélica, densa, cruda, sólida, sin adornos, propia de un maestro insertado ya en la gran tradición de literatos estadounidenses con pulso de acero e historias sin respiro. La lógica indica que esta novela debe convertirse en guión y ser dentro de un tiempo una película con posibilidades a cientos. El riesgo será el de acabar convirtiendo este cuento metafísico, construido a golpe y canto de literatura recia y épica, en un Mad Max para adolescentes en el que la desolación de la nada esté sólo en el barro del camino, y no en el lodo del espíritu de unos tiempos en los que la historia de La carretera puede tener muy poco de ficción.



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