Aunque el libro se divide en cinco grandes apartados, Descubrimiento, Conquista, Colonización, Emancipación e Independencia, realmente los tramos históricos quedan definidos por un antes y un después, el de la colonización española y el proceso de interpenetración de la misma con las culturas indígenas y las aportaciones de los esclavos negros, que quedan fusionadas en un bagaje que llega hasta hoy, y la posterior etapa, a partir de la emancipación de los países iberoamericanos, ahora bajo la férula de las potencias anglosajonas, primero Gran Bretaña y luego Estados Unidos.
Obviamente, el autor dosifica sus afirmaciones, no es lo mismo el tipo de aleación cultural en las áreas de los grandes imperios que en el cono sur, las Antillas o el norte de México. En cualquier caso, el final del proceso es la consumación de una cultura hispánica, propia del continente, basada en la lengua, la religión y el mestizaje, que mantiene, después del brusco contacto inicial de conquistadores y misioneros, una significativa estabilidad política durante trescientos años. Es evidente que, partiendo del espíritu con el que llegaron aquellos conquistadores, hubo numerosas y tremendas sombras en este proceso tan complejo en el que llevaron la peor parte los naturales y la mano de obra negra, pero la implicación de la Corona y la labor evangelizadora pusieron muchas veces coto a los abusos y preservaron un espacio para los indios.
Por el contrario, y aquí encuentra el lector la utilidad del marco comparativo en el que insiste el autor, el modelo anglosajón no contaba en absoluto con la integración de los indígenas, lo que supuso prácticamente su aniquilación a medida que los estadounidenses se expandieron hacia el oeste. Por la misma razón, los principios individualistas y de libre comercio para la explotación de los recursos, en conjunción con la hegemonía de las potencias anglosajonas y la alianza de sus grandes empresas con las oligarquías locales determinaron, más adelante, el expolio sistemático de las materias primas de los nuevos países.
En estrecha relación con esta dependencia, fue crónica la imposibilidad de crear instituciones políticas avanzadas y de implantar reformas sociales que paliaran las enormes desigualdades que incrementaron las ya de por sí agudas diferencias originadas en la época colonial. La dualidad social y la carencia de amplias capas de clases medias, las principales lacras que para Borja Cardelús han marcado el devenir histórico de Iberoamérica, se han mantenido hasta el presente.