En las últimas décadas del siglo XX, pero quizá de manera más significativa sobre todo a partir de principios de los años 1990, ha brotado o rebrotado con solidez e inusitada fuerza en Europa una corriente narrativa que se caracteriza por el empleo de variadas técnicas a la vez, y el uso ecléctico de elementos prestados de géneros distintos: las memorias, las crónicas de viaje, el reportaje periodístico, la historia, el ensayo, los microrrelatos..., todo mezclado y usado con el objetivo final de reflexionar sobre la condición humana, la evolución de la cultura y la presencia de la barbarie en nuestras hiperdesarrolladas sociedades. La obra de escritores como el alemán W. G. Sebald o el francés Pierre Michon nos puede servir perfectamente como ejemplo de lo dicho.
La narrativa de Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) aparecida hasta la fecha, ha estado mayoritariamente construida dentro de unos parámetros completamente alejados de la experimentación y el ensayo técnico, y por el contrario se ha mantenido bastante cercana a lo que podríamos llamar una forma tradicional y conocida de contar historias, lo que no es en modo alguno una circunstancia negativa o un baldón para una obra que goza hoy en nuestro país de un más que merecido prestigio y de un nutrido cuerpo de fieles lectores. Los libros El lenguaje de las fuentes (Premio Nacional de Narrativa 1994), Marea oculta (Premio Miguel Delibes, 1995), o Las historias de Marta y Fernando (Premio Nadal 1999), ilustran con alguna contundencia lo dicho hasta aquí.
El cuarto de al lado participa plenamente de las nuevas prosas nacidas tras los avances propuestos por el Modernismo europeo, y cuyo ejemplo más logrado, efervescente y motriz en el idioma español son sin duda los libros Espacio y Tiempo de Juan Ramón Jiménez, prosas que son a la vez poemas, diario, biografía, historia, ensayos, crítica…
Es más, tal es ya la importancia y consideración de Martín Garzo en el panorama narrativo de nuestro país, que la hasta ahora última novela de Martín Garzo, Mi querida Eva, inauguró el año pasado, una nueva biblioteca en la editorial barcelonesa Lumen, colección en la que irán apareciendo paulatinamente los títulos más señalados de la producción del escritor vallisoletano.
El libro que ahora comentamos, El cuarto de al lado, está incluido en la citada Biblioteca, aunque lo ha hecho también dentro de la colección Lumen Memorias y biografías. ¿Por qué?, ¿estamos acaso ante un libro de memorias de Gustavo Martín Garzo, ante unas notas de carácter biográfico?, ¿sí o no? Pues ni sí, ni no, es decir, El cuarto de al lado, alejándose de las hasta ahora conocidas formas y maneras narrativas plasmadas por Martín Garzo, en mi opinión se sumerge casi de lleno en la corriente antes señalada y caracterizada por el uso ecléctico (nunca arbitrario), de elementos narrativos procedentes de géneros o de prácticas de escritura muy distintas. Si nadie puede establecer con una rotundidad palmaria, por ejemplo, que los libros de Sebald son novelas, o reportajes, o secuencias biográficas, o ensayos de directa vinculación histórica…, así nadie puede acotar estas nuevas prosas editadas por Martín Garzo dentro de los establecidos márgenes de un determinado género literario. En este sentido, El cuarto de al lado participa plenamente de las nuevas prosas nacidas tras los avances propuestos por el Modernismo europeo, y cuyo ejemplo más logrado, efervescente y motriz en el idioma español son sin duda los libros Espacio y Tiempo de Juan Ramón Jiménez, prosas que son a la vez poemas, diario, biografía, historia, ensayos, crítica…
Pero concretemos un poco más. El cuarto de al lado está conformado por apuntes procedentes en su totalidad de unos cuadernos escritos entre 1988 y 1991. Todos fueron redactados en un momento especial de la vida del autor, cuando sus hijos eran pequeños y la vida estaba marcada por el hecho de tener que cuidarlos. Son apuntes en los que Garzo recoge momentos, instantes, sensaciones..., que por unos u otros motivos quiso proteger y guardar. Fue una época especialmente receptiva, comenta Garzo en el prólogo, y las historias surgían cuando menos se las esperaba, pues como cuando inconscientemente vigilas el sueño y los avatares de los niños pequeños, Garzo estaba entonces siempre con la oreja puesta en el cuarto de al lado, atento, receptivo, a todo lo que nacía o sucedía a su alrededor. De ahí el título del libro.
El libro puede leerse así, un libro de cuentos breves, pero juzgo que en ellos, en los microrrelatos, además de toda una historia narrada en decenas de líneas, hay más cosas encerradas y no precisamente ocultas, de ahí la riqueza incalificable de estas páginas cuya lectura proponemos con no disimulado entusiasmo
Gustavo Martín Garzo, también en el prólogo, aclara que en modo alguno estamos ante un diario, y que todos los protagonistas o personajes del libro están vestidos con los ropajes de la ficción, por lo que al autor le gustaría que El cuarto de al lado se leyese por parte de todos nosotros, los lectores, como un libro de pequeños relatos, de pequeñas historias noveladas, de cuentos en algún caso extremadamente breves, verdaderos microrrelatos. El libro puede leerse así, un libro de cuentos breves, pero juzgo que en ellos, en los microrrelatos, además de toda una historia narrada en decenas de líneas, hay más cosas encerradas y no precisamente ocultas, de ahí la riqueza incalificable de estas páginas cuya lectura proponemos con no disimulado entusiasmo. Quiero insistir en ello, estamos ante una miscelánea en la que los cuentos son, en no pocas ocasiones, también verdaderos poemas en prosa, y estos, de línea en línea, se ven transformados a su vez en un hermoso aforismo, o en un breve pero expresivo y concluido ensayo, o en toda una novela abandonada tan sólo en las dimensiones concretas de una página.
Unas diminutas muñecas rusas son estos textos. Los puedes ver, tocar, leer, oler..., y con una mínima sensibilidad, descubres que dentro de lo que palpas y ves hay otro juguete, otro artefacto satisfactorio al que accedes de manera casi instantánea, y este nuevo descubrimiento encerrado, contenido en el anterior, te lleva a su vez a otro, y así sucesivamente, haciendo que de estos cuartos de al lado a los que estamos atentos y con la oreja pegada, nos lleguen infinitud de ecos, de palabras, de mensajes, de latidos, de músicas, de pensamientos, de risas y llantos.
¿Cuál es el tema, el asunto principal de estos relatos que Martín Garzo ofrece estructurados, dispuestos en todo un año (una vida) dividido (dividida) en estaciones: otoño, invierno, primavera, verano? El propio autor lo aclara: “se habla sobre todo del gozo humano, un gozo algo pesaroso, extraño”, y revestido en el caso del autor vallisoletano casi siempre de una pausada melancolía, quiero añadir yo. Martín Garzo parte de que la palabra literaria es la forma mejor de portar un mensaje que no se comprende y del que no se conoce a ciencia cierta el destinatario. El mensaje proviene de un mundo ya desparecido, y es como una llama, algo precioso que no debe perderse y que debe llevarse de un lado a otro, de una vida a otra. Vivir, para Martín Garzo, es conducir esa llama de acá para allá, sin saber muy bien para qué.
Pues bien, la luz, el calor, el contenido todo de esa llama es de lo que hablan los relatos multigenéricos que Martín Garzo ha extraído y a la vez guardado en el cuarto de al lado. Cuidar de esa llama es el encargo que el autor deja en la manos de quienes lean estas páginas, de quienes también estén atentos a los sucesos maravillosos y a veces terribles que acontecen en el cuarto de al lado. Un encargo, una responsabilidad grave, esencial, una de las más hermosas de las que tendremos nunca como seres humanos. Lean este libro y viajen para siempre con su llama.